Enlace Judío México e Israel.- Cada vez que visito un lugar en el que ha ocurrido un hecho histórico, trato de reconstruirlo en mi mente. Sobre todo cuando dispongo de recursos visuales —pinturas o películas vistas— para poder imaginarlo.

MANUEL C. DÍAZ

La primera vez que lo hice fue en la Catedral de Nuestra Señora de París. En aquella ocasión, mientras el guía se ocupaba de resaltar el naturalismo de sus esculturas y vitrales, yo no dejaba de mirar hacia el altar donde Napoleón, el 2 de diciembre de 1804, se había coronado a sí mismo como emperador de Francia. Me fue fácil rehacer la escena porque el día anterior había visto en el Museo del Louvre el famoso cuadro La Consagración de Napoleón, de Jacque-Louis David, una enorme tela de 10 metros de ancho por siete de alto, que reproduce el histórico momento.

La segunda vez fue durante aquel mismo viaje. Caminaba por la Avenida de los Campos Elíseos cuando, de repente, recordé un viejo documental sobre la Segunda Guerra Mundial que había visto unos meses antes y en el cual las tropas alemanes desfilaban triunfalmente por aquel mismo boulevard.

Aquello me bastó para poder recrear en mi mente la dramática escena: la caballería, seguida por la infantería y los carros de combate, avanzaba desde el Arco del Triunfo hacia la Plaza de la Concordia. Los parisinos, alineados a lo largo de la Avenida, lloraban al paso de la caravana invasora. Era el 14 de junio de 1940 y París acababa de ser ocupada por los nazis. Sobre la derrotada ciudad caía un velo de lúgubre resignación. A lo lejos, la bandera de la Cruz Gamada, ondeaba en lo alto de la torre Eiffel.

Al otro día volví a recrear la historia cuando visité el Palacio de Chaillot en la Plaza Trocadero y recordé otra de las escenas del documental en la que se ve a Hitler llegando en un Mercedes descapotable a la escalinata que conduce a la explanada del palacio. Lo acompañaban el arquitecto Albert Speer, el escultor Arno Breker y varios oficiales de su Estado Mayor.

Era el 23 de junio de 1940 y Hitler había llegado esa madrugada a París para realizar una breve visita a la ciudad que acababa de conquistar. El recorrido, aunque solo fue de cinco horas, incluyó la Opera, la Iglesia de la Madeleine, la tumba de Napoleón, la torre Eiffel y concluyó donde yo estaba ahora, la explanada del Palacio Chaillot.

Fue entonces que traté de identificar el lugar exacto donde Hitler había estado parado aquella infausta mañana.

Para hacerlo recordé no solo escenas del documental sino también fotos que existen de aquel momento, reproducidas numerosas veces en periódicos y revistas. En una de ellas, la más conocida de todas, Hitler está parado entre los dos pabellones que componen el palacio, justo sobre los jardines del Trocadero y con la torre Eiffel a sus espaldas. Cuando creí haberlo encontrado, un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar que allí, donde yo estaba parado, había estado el causante de la muerte de millones de seres humanos inocentes.

Desde entonces, en cada viaje, he seguido haciéndolo.

Lo hice en las playas de Normandía, contemplando en silencio sus arenas regadas con la sangre de miles de jóvenes americanos; y lo hice también en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, escalofriante recordatorio del Holocausto, donde frente a los hornos crematorios traté de imaginar, con el corazón apretado en un puño, el sufrimiento de los que allí murieron.

Sí, revivir la historia es una experiencia dolorosa. Pero también catártica y necesaria.

 

 

Escritor cubano. Correo: [email protected].

 

 

Fuente:elnuevoherald.com