¿Invisible o inimitable? Nuestros hijos necesitan sentir que son únicos e irreemplazables.

RAV EFREM GOLDBERG

La adicción a las drogas es una epidemia en crecimiento que no discrimina religión, clase económica, género ni origen étnico.

Los expertos dicen que la adicción a las drogas y al alcohol no gira en torno a la substancia sino que más bien depende del dolor del que desea escapar el adicto, del vacío en su corazón que intenta llenar o del aspecto de su vida que está desesperado por adormecer. Un joven que conozco me escribió una carta en la que describe su experiencia con las drogas y explica cómo las usaba para negar y escapar de su verdadero problema: una depresión que lo estaba sofocando.

Durante ese año, muchos meses me fui a dormir cada noche deseando y rezando no despertarme a la mañana siguiente. Y cada mañana abría los ojos y sentía la devastadora desilusión de tener que soportar otro día. Modé aní (el rezo que se dice al levantarse) me parecía una burla”.

Entre el año 2010 y el 2015, en los Estados Unidos aumentó en un 33 por ciento el número de adolescentes que sufren depresión. Los intentos de suicidio adolescente aumentaron en un 23 por ciento. Aunque estos números son dramáticamente menores en la comunidad judía, siguen siendo demasiado altos y continúan creciendo. Un artículo publicado en la revista Clinical Psychological Science correlaciona el incremento de problemas de salud mental entre los jóvenes con el aumento del uso de los teléfonos inteligentes y de los medios sociales. Al parecer, el hecho de estar híper-conectados genera sentimientos de soledad e insignificancia.

Al conversar con varios jóvenes que luchan contra la depresión, surgieron temas similares. Todos se sentían invisibles, insignificantes, no sabían por qué están aquí y pensaban que el mundo no sería diferente sin ellos. Si bien estos pensamientos son poco sanos y requieren atención, terapia intensa y a menudo medicación, también nos enseñan qué podemos hacer para identificar a la población en mayor riesgo, para apoyar a quienes están sufriendo y para ayudar a quienes sufrieron para que no recaigan.

El año pasado, al visitar la Biblioteca del Congreso le comenté a nuestra guía que uno de los libros era poco común. Ella me detuvo y me dijo: “Ese libro no es poco común; es único, único en su especie”. Sus palabras me hicieron pensar, no tanto sobre el libro sino sobre todos nosotros. Muchas personas se esfuerzan por encontrar su lugar en el mundo, su valor. Demasiados se sienten irrelevantes o insignificantes. Todos tenemos que saber, creer y, lo más importante, sentir, que no somos sólo poco comunes, somos únicos en nuestra especie e irreemplazables.

Cada uno tiene una misión única y un propósito singular en este mundo que no puede ser logrado ni alcanzado por nadie más. Cada uno es un Tzelem Elokim, una expresión distinta y especial de Dios. Necesitamos saberlo y verdaderamente creerlo y tenemos que inculcar este mensaje a quienes nos rodean.

Modé aní no sólo no se burla de nosotros, sino que es la fórmula para comenzar cada día con un impulso de inspiración. Modé aní termina con las palabras: rabá emunateja, Dios, tu fe en nosotros en enorme. Esta frase parece extraña: se supone que nosotros tenemos que tener fe en Dios. ¿Por qué nos referimos a Su fe en nosotros?

Comenzamos cada día reconociendo que si nos levantamos esa mañana, si nuestro “contrato” fue renovado por otro día, eso significa que Dios sigue teniendo fe en nosotros; que tenemos un papel que jugar en Su mundo y que tenemos que cumplir una misión personal.

La esencia de la educación

Comunicar el valor individual de cada persona debe ser una meta fundamental de la educación y es una responsabilidad básica de padres y educadores. El Rebe de Piaseczno, Rav Kalonimus Kalman Shapira, en su introducción a La obligación de un estudiante define esto como la esencia del jinuj, de la ‘educación’. Basado en un Rashi (Bereshit 14:14), él escribe:

Jinuj es la iniciación de una persona u objeto en el comercio o arte para el cual está destinado, como en la educación de un joven, la dedicación del altar o la inauguración de una casa. El término jinuj es apropiado cuando se refiere a un talento innato que tiene una persona por cierto arte, o cuando se describe la preparación de una casa u objeto para su uso. Es una palabra especial con una definición específica y se utiliza para describir la actualización del potencial latente inherente en una persona u objeto. Si no logramos materializar ese potencial, se mantendrá oculto para siempre. Nuestra misión es ser mejanej, educar a la persona para que se convierta en un artesano experto; preparar la casa para que cada habitación cumpla con su propósito o preparar el instrumento para que lleve a cabo la función para la cual fue diseñado.

El gran artista Miguel Ángel lo expresó muy bien al describir el proceso de creación de sus esculturas: “En cada bloque de mármol yo veo una estatua con tanta claridad como si estuviera parada frente a mí, formada y perfecta en actitud y acción. Sólo tengo que tallar las duras paredes que aprisionan la hermosa aparición para revelar a los ojos de los demás lo que ven mis ojos”.

De acuerdo con el Rebe de Piaseczno, la misión de cada maestro y de cada padre es pararse frente al niño, ver el potencial que hay en él y remover lo superficial hasta que ese potencial y su naturaleza singular queden completamente visibles para todos, en especial para el mismo niño. Inculcar un sentido de valoración dentro del niño comienza con conocer al niño y eso requiere tiempo e inversión emocional.

Tú importas

David Blazar, un profesor asistente de política educativa y economía de la Universidad de Maryland, efectuó un estudio sobre la correlación entre el enfoque de los maestros en la confianza y bienestar de sus alumnos y sus calificaciones en los exámenes. “Muchos, incluyéndome, ven el desarrollo social y emocional de los estudiantes como una meta central del trabajo de maestros y estudiantes” escribió Blazar. “Sin embargo, los sistemas de rendimiento que se enfocan predominante o exclusivamente en el logro del estudiante, transmiten el mensaje de que las habilidades capturadas en esos exámenes son las que los legisladores quieren que los estudiantes tengan cuando terminan la escuela”.

Blazar concluye que tenemos que ampliar el significado de ser un “estudiante exitoso”. Las escuelas deberían evaluar a los maestros no solamente por su efectividad en elevar las calificaciones de los estudiantes, sino por infundirles confianza, felicidad y bienestar.

Lo que es cierto en la escuela o en la yeshivá lo es todavía más en el hogar. No debemos comunicar que el valor de nuestros hijos está determinado exclusivamente por sus calificaciones o por cuántas páginas de Talmud saben. Ellos tienen que saber que importan, que hacen una diferencia y que tienen una misión que cumplir. Cuando los niños lleguen a casa, no les preguntes cómo les fue en su examen. Pregúntales: “¿Hiciste algo bueno por alguien?; ¿Marcaste una diferencia en la vida de alguien hoy? ¿Hiciste algo importante?”

El joven que me escribió la carta sobre su abuso de drogas (y me dio permiso de compartirla), describió que varias veces pensó quitarse la vida mientras estaba en la yeshivá. Cuando finalmente confió en su padre y le dijo cómo se sentía, no encontró juicios ni rechazo, sino amor y apoyo. Le diagnosticaron depresión clínica y luego de comenzar un régimen de medicamentos y terapia, concluyó la carta diciendo: “Realmente nunca me sentí mejor. Escribo esto ahora cuando comienzo un nuevo capítulo de mi vida, uno de honestidad y no de farsas. Uno de verdad y no de mentiras. De sobriedad, sin dependencia a las drogas. Escribo esto libre de la carga de pretender ser algo que no soy”.

Desde que confronté estos problemas y llegué a entenderlos un poco mejor, no sólo he intentado actuar de forma más compasiva y empática con quienes se encuentran en crisis, sino que ha cambiado la forma en que me relaciono con todo el mundo. El hecho de que estos padecimientos sean invisibles implica que nunca debemos asumir que sabemos todo lo que pasa en la vida de una persona o lo que motiva su conducta. Ian Maclaren, el autor escocés del siglo XIX dijo: “Ser amable con todos quienes te encuentres es luchar una batalla de la cual no sabes nada”. Da espacio a los demás; da a las personas el beneficio de la duda.

Cuando alguien que conoces actúa de forma diferente o inusual, no lo juzgues ni saltes a conclusiones. Pirkei Avot (2:4) trae las palabras de Hillel: “No juzgues a otro hasta que hayas estado en su lugar”. Dado que es imposible estar en el lugar de otra persona, ser otro, tener sus antecedentes o vivir sus desafíos, nunca podemos juzgarlo. En cambio debemos ser amables, sensibles, apoyar y entender.

No hay nada tan gratificante e inspirador como ser fiel a uno mismo, dedicarnos a nuestra meta en la vida y deshacernos de la carga de pretender ser algo que no somos. Con amor, afecto, apoyo y una regular afirmación en la confianza que tanto nosotros como Dios tenemos en nuestros hijos, podemos frenar la fuerte marea de estas crisis y ayudar a asegurar la salud y el bienestar de las generaciones futuras.

 

 

Fuente: aishlatino.com