Enlace Judío México e Israel.- Un músico absurdamente controversial es Félix Mendelssohn, defendido y amado por muchos, menospreciado y criticado por otros. Y sí, querido lector, el problema es que fue judío.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Nieto del gran filósofo judío Moses Mendelssohn, e hijo del próspero banquero Abraham Mendelssohn, el compositor Félix Mendelssohn se encuentra en un extraño limbo que le ha convertido en el centro de extrañas y bizarras controversias.

En vida fue uno de los músicos más respetados de Europa. Su prestigio estaba sobradamente consolidado desde los once años de edad, y su trayectoria como compositor, profesor y fundador-director del Conservatorio de Leipzig le ganaron el respeto de sus contemporáneos. Lo llamativo es que todo lo logró de un modo que podría definirse como “fácil”.

Nació en un hogar más que acomodado. Su padre fue uno de los más exitosos banqueros alemanes de su tiempo, y junto con su esposa hizo de su hogar un centro de gran actividad cultural en el que se reunía la crema y nata de la literatura, pintura, música y filosofía de Alemania. Baste señalar que un invitado frecuente era el gran Göethe.

Así que Félix nació con dos situaciones resueltas: la económica y la cultural o intelectual. Además de eso, resulta que desde niño evidenció un talento fuera de lo común. Y como si todo eso no fuera suficiente, siempre fue un niño –luego adolescente– quieto, tranquilo, disciplinado y enamorado del estudio. Ávido de aprender y aprender, a la par de su carrera profesional como músico desarrolló también sus dotes como pintor.

El resultado fue que apenas después de los diez años de edad, Félix era un músico sobradamente completo. A los trece fue escuchado por Göethe, que no dudó en señalar que era el joven más talentoso que hubiera conocido. Le respondieron que era una afirmación demasiado fuerte, porque seis décadas atrás, siendo aún joven, Göethe había conocido al niño Mozart. Göethe explicó que Mozart, siendo niño, tenía un talento deslumbrante, pero era un niño. Es decir, razonaba como niño y componía como niño (por supuesto, como el niño más genial que ha existido). En cambio, la madurez de ideas y de conceptos que Mendelssohn tenía a los trece años eran las de un adulto. Y es cierto: su música de esa época no tiene nada de infantil.

Es decir: en el momento de llegar a la adolescencia, ni Mozart ni Mendelssohn tenían nada más que aprender en cuanto a teoría musical. Pero a Mozart todavía le faltaba desarrollarse y madurar como persona. A Mendelssohn no. Por poner un ejemplo, a los diecisiete años de edad Mozart no compuso ninguna obra tan madura en concepto y estilo como El Sueño de una Noche de Verano, de Mendelssohn, música incidental para la obra de teatro homónima de Shakespeare.

Hasta los treinta y ocho años de edad, todo fueron éxitos en la vida de Félix. Pero en medio año todo cambió. Su hermana Fanny –con quien tuvo un vínculo emocional muy fuerte– murió repentinamente, y Félix no pudo con esa carga. Enfermó, envejeció en unos pocos meses, y después de una serie de ataques tuvo un derrame cerebral y murió tres meses antes de cumplir los treinta y nueve años.

Y entonces vinieron los ataques, y no es difícil adivinar quién los comenzó: Richard Wagner, uno de los bodrios intelectuales antisemitas más consumados en la Historia. Músico lleno de talento pero sin una formación sólida que le hubiese permitido desarrollarse plenamente, Wagner fue un compositor que trajo muchas ideas revolucionarias al mundo de la música, pero sin la capacidad real para consolidarlas correctamente. Sus óperas son el deleite de muchos fanáticos debido a los momentos espectaculares o bellísimos que tienen, pero desesperan a quienes no les son incondicionales porque en todas, sin excepción, es evidente que Wagner nunca logró dominar el ritmo dramático de la escena. Los momentos sublimes se alternan con larguísimos episodios carentes de interés que resultan aburridos o incluso soporíferos.

Wagner, consciente de sus limitaciones, desarrolló la típica actitud de los músicos inmaduros y acomplejados: la urgencia por atacar a otros, como si con ello lograra emparejarse en sus méritos reales. Por ello le dedicó años a difamar a Brahms (uno de sus inventos fue afirmar y propagar la idea de que Brahms usaba un arco y flechas para matar a los gatos que rondaban por su casa), y cargó especialmente contra los dos más destacados músicos judíos de su momento: Meyerbeer y Mendelssohn. A ambos los había idolatrado en su juventud, pero ya como adulto no pudo soportar la sensación de que estaban fuera de su alcance, y su destartalada cabeza se perdió en la tara cultural del antisemitismo.

Lamentablemente, el auge del nacionalismo alemán hizo que Wagner se convirtiese no sólo en un referente musical, sino también en un referente ideológico. En consecuencia, sus prejuicios contra Mendelssohn pasaron a las siguientes generaciones de músicos y críticos europeos.

Muchos de ellos siguen considerando que Mendelssohn es un compositor banal y frívolo. Apelan a que su estilo es marcadamente amanerado (el de Mozart también, pero a él no se le juzga negativamente), o que es demasiado conservador (el de Brahms también, pero a él tampoco se le critica por ello). Pero, sobre todo, se le considera un compositor “deshonesto”. ¿A qué se refieren con ello? A su condición de hijo de judíos conversos al cristianismo.

Abraham Mendelssohn optó por la conversión al luteranismo, y no por convicción religiosa. Simplemente vio en ello la posibilidad de integrarse a la sociedad europea, algo que le resultaba urgente en su condición de banquero emergente. Félix y sus hermanos fueron educados ya como cristianos.

Pero Félix, desde joven, manifestó un fuerte apego hacia su origen judío. Su padre incluso había cambiado el apellido de la familia, y tomado el nombre de Bartholdy. Cuando se enteró que Félix seguía firmando sus composiciones como Félix Mendelssohn-Barholdy, le escribió airado reclamándole que si había cambiado el apellido familiar era para que él no tuviera que lidiar con el estigma de ser judío. Félix le contestó amablemente, pero advirtió que no iba a cambiar su manera de firmar, y que si agregaba el nombre Bartholdy era simplemente por respeto a él como padre.

Sus detractores le han dedicado bastante tinta a acusar que su deshonestidad consiste en querer fingirse demasiado cristiano en algunas obras (como el Oratorio San Pablo), pero sin dejar de ser contundentemente judío (como en el Oratorio Elías). Extraño señalamiento, porque Thomas Tallis dejó el Catolicismo para convertirse al Protestantismo, Johan Christian Bach –el menor de los hijos de Johann Sebastian– dejó el Protestantismo para convertirse al Catolicismo, y nunca fueron acusados de actitudes dubitativas ante la vida a causa de sus orígenes religiosos.

Parece que eso sólo afecta a los judíos, según varios especialistas.

Poco a poco, después de la Segunda Guerra Mundial, la figura de Mendelssohn ha ido recuperando su justo lugar en las salas de conciertos. Compositor de primerísimo nivel, genio indiscutible acaso sólo comparable con Mozart, en él se proyectan todas las complejidades que había en ser judío en la Europa del siglo XIX.

Ni de aquí ni de allá a los ojos de la gente, sin más alternativa que consagrarse a su vocación como pianista, director de orquesta, académico, compositor, pintor y, por supuesto, judío.

 

 

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