Enlace Judío México e Israel.- En una ocasión iba manejando mi coche, llevando a mis hijos en los asientos traseros, de pronto mi hijo de 5 años quiso demostrar sus conocimientos sobre el precio promedio en el mercado automotriz en nuestro país y le dijo a su hermano menor: “¿Sabías que un coche cuesta como $150?” Por obvias razones el dato me dio risa, es decir, ¡ojalá un coche costara esa cantidad tan accesible y tan sencilla! De pronto, mi hijo menor de 3 años quiso corregir a su hermano y le dijo: “¡Para nada! ¡Un coche cuesta mucho más dinero! ¡Cuesta como 500 pesos!”.

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Al escuchar la corrección exploté de la risa, que cómico resultaba ver a dos niños hablar con tanta seguridad de un tema del que no tenían ni idea, uno hace un comentario equivocado y el otro “llega al rescate” con más datos tan erróneos que hasta suena chistoso. En fin, la experiencia está simpática porque estamos hablando de dos niños menores de 6 años, lo que no entiendo es por qué este tipo de situaciones se repite también en los adultos mayores.

Yo soy una persona normal, al igual que tú, hay temas que domino bien y hay temas de los que no tengo ni idea. Cuando una conversación toca un tema que yo domino a veces aporto, a veces no, pues estoy atenta a escuchar si de esos familiares, conocidos o amigos surge algún dato nuevo que llegue a mis oídos. Por el contrario, cuando no tengo idea de lo que los demás hablan, mantengo la boca cerrada, es mi momento de ser alumna y de poner atención para ampliar información y cultura.

Listo, cuarto párrafo de este texto y estoy desesperada por preguntar algo: ¿Por qué la gente habla y lo hace ignorando tanto? O más fácil de entender: ¿Por qué “chingados” la gente habla sin saber?

No saben lo desesperante que es escuchar tantos errores en comentarios que están llenos de seguridad, y no es que yo sea una “sabelotodo”, de hecho soy bastante ignorante en cientos de temas, sólo que yo no hablo cuando no sé y esa es la gran diferencia.

Para que me entiendas mejor, lee con atención la siguiente oración, imagina que la estás escuchando en una conversación:

1.-“Cuando los ingleses conquistaron México, en la edad antigua, trajeron muchas riquezas”. Esta simple frase, tan simple y tan inofensiva, tiene errores garrafales que seguramente notaste a simple vista: Los ingleses no conquistaron México, tampoco fue en la edad antigua. México, como tal, no existía y mucho menos trajeron riquezas, al contrario, los conquistadores de estas tierras saquearon a los nativos hasta dejarlos enfermos y con las manos vacías. Errores como estos, (que quiero pensar que identificaste de manera inmediata) son los que infestan conversaciones cotidianas.

No quiero decir que para abrir la boca en cada plática debamos estar académicamente informados, lo que digo es que tratemos de guardar nuestra soberbia y evitemos colaborar en esos temas que tanto ignoramos. ¿Sabes porque esta recomendación? Porque en esa platica casi siempre hay alguien que conoce más sobre el tema, y tus comentarios equivocados son una auténtica vergüenza, sobre todo porque son mencionados con ese particular tono de seguridad que sólo los que ignoran mucho saben usar.

Existe una frase que dice que las personas son como las alcancías, suenan mucho cuando tienen pocos conocimientos, y esto es 100% correcto.

Sin el afán de ofender, también es típico en la adolescencia, cuando los chavos ya se aprendieron tres datos interesantes sobre un tema, los repiten y los repiten con determinación y fuerza.

Una de las mayores enseñanzas que me dejó mi paso por la universidad fue aprender a sustentar cada cosa que digo. Cuando hacía mi tesis tenía que probar cada afirmación que escribía y así debería de ser en la vida, pues estamos acostumbrados a soltar comentarios al aire llenos de errores que sin duda, podrían terminar afectando a alguien.

“Claro, ponte calor para desinflamar” dijo el que se cree doctor
“Claro, Adolfo Hitler era alemán” dijo el frustrado historiador.

Ya para terminar, les comento una experiencia que ilustra muy bien lo que quiero explicar: En una ocasión, cuando yo era una adolescente, le comenté a una amiga un interesantísimo dato: “Cuando las mujeres tienen deseo de hacer pipí de manera extrema y finalmente hacen, resulta tan placentero que pueden tener un orgasmo”. Obviamente el dato es completamente falso, pero yo lo solté en una platica de amigas para ver qué sucedía. Pocos días después, cuando yo ya había olvidado mi tonto experimento social, llegó otra amiga y me dijo: “Sabías que cuando las mujeres tienen deseo de hacer pipí de manera extrema y finalmente hacen, resulta tan placentero que pueden tener un orgasmo”. Yo no lo podía creer, era cierto que en aquellos años éramos (tanto mis amigas como yo) unas adolescentes ingenuas, pero entre adultos ese ejemplo se repite bastante por la sencilla razón de que a la gente le gusta alardear información que en verdad no sabe. Seguramente los que me entienden a la perfección son los médicos, pues es insoportablemente común que la gente convencional se haga pasar por “doctor” y te regale consejos erróneos aunque de fondo tenga buena intención.

Comencé este texto narrando la experiencia de dos niños que tienen una conversación en la que ninguno tenía la razón. Eso está cómico sólo en los niños, los adultos seamos más responsables con lo que decimos, pues no está padre ser ignorantes y además de eso presumirlo.

 

 

 

 

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