Enlace Judío México e Israel-  Silvia Cherem durante años ha luchado con muchas otras mujeres por derribar “usos y costumbres mal entendidos” que marginan a la mujer.

Hace un año, cuando murió su padre, el ingeniero José Cherem, hizo ella el ereye en casa para poder expresar sus sentimientos, en franca oposición a que un hombre leyera su mensaje, como se estila. En aquel momento mandó una carta a la comunidad argumentando que no hay nada en la Halajá que impida a la mujer expresarse, y exigió un cambio.

Hace una semana le llamó a Salomón Cherem, presidente comunitario, a decirle que haría el ereye de once meses del deceso de su papá en un salón de fiestas, el dirigente se animó a ofrecerle un salón de fiestas comunitario para llevar a cabo el evento.

El día 7 de marzo, escasas horas antes del Día de la Mujer, en el salón de fiestas de la sinagoga de la calle de Sabinos, ella habló de su padre y abogó por la necesidad de un cambio. Así se comenzó a escribir una nueva historia comunitaria. Aquí el texto completo que ella leyó.

EREYE DE JOSÉ CHEREM HABER
Marzo 7 de 2019
Salón de fiestas del templo de Sabinos

Queridos amigos y familia:
Queridos Mamina, David y Sary:
Querido tío Lalo:
Estimado rabino:

Querido Pollo:

Ha sido éste un año difícil de vacíos y ausencias, un año de alegrías y nacimientos, un año de pérdidas y enfermedad, un año en el que a destiempo se ha ido empalmando la muerte con la vida –quizá, como sucede siempre–, sacudiendo esa torpe inconsciencia en la que a veces, ciegos, extraviamos el asombro ante el milagro de existir.

Ha sido éste un año en el que nos empeñamos, cada uno a nuestra manera, en disfrutar y mirar hacia adelante, a pesar del enorme vacío que nos dejó el deceso de nuestro querido esposo, papá, abuelo y bisabuelo, el ingeniero José Cherem Haber, cuya presencia rectora, siempre entrañable, a ratos también caprichosa, sujetaba los hilos de nuestra familia.

Mi papá se sabía grande, no obstante que padeció dos tragedias sustanciales: la orfandad temprana, apenas a sus tres añitos, y la debacle económica provocada por la maldad y avaricia de dos estafadores que lo hicieron caer de una cumbre y le arrancaron de tajo todo lo trabajado.

Aquellas tragedias lo determinaron y, de variadas maneras, trascendieron y nos lastimaron como familia. Especialmente la maldad del robo lo trastornó durante demasiados años, pero, cuando logró superar la rabia y la traición, vivió con gozo y generosidad los muchos placeres que disfrutaba: el amor de la familia y los amigos, su decencia e integridad, la dicha de haber tenido buenos maestros que le abrieron el mundo del saber, la suerte de haber sido alumno de Ingeniería en la UNAM y luego maestro de la Máxima Casa de Estudios, la curiosidad perpetua en torno al arte –ópera, conciertos, teatro, buen cine, literatura, poesía y exposiciones pictóricas– y, en sus últimos años, la erudición que le permitió reinventarse como hombre de ciencia logrando registrar varios inventos ante la exigente oficina de patentes del gobierno de Estados Unidos. Era un bon vivant que sabía disfrutar sus ratos de ocio, reírse con estruendosas carcajadas, aprender y saberse muy querido, especialmente por mi mamá.

Si una vida se escribe hasta la última página, tuvo la suerte de vivir como rey y, también, de morir como rey. Es decir, cobijado por el cariño más absoluto y con una claridad diáfana que le permitió reconocer y aceptar la última etapa. Los seis meses anteriores a su partida fueron de una larga despedida en Nueva York, luego en la playa, en la que de a poquito, con absoluta lucidez, se fue yendo, permitiéndonos deshojar junto con él las páginas de su existencia, compartiendo el camino trazado con honestidad, sin necesidad de rectificar, sin embellecer lo andado con tildes, matices o enmendaduras.

Una noche antes del final, sabiendo que le quedaban escasas horas de vida, celebramos el Séder de Pésaj. Mi pa rezó desde su cabecera cantando con toda la familia, todos estábamos a su lado: desde el más pequeño hasta el más grande, todos nos despedimos amorosamente, él escuchaba agradecido gozando del privilegio de haber podido regresar a casa para morir en su espacio con el abrazo y bendiciones de todos nosotros.

​​​​​*

Hoy, Papito, pareciera que estamos lejos, o quizá aún más cerca… No lo sé, no soy capaz de descifrar las distancias ahora que tanto te extraño, ahora que celebramos tu vida. No acabo de concebir este desarraigo en el que navego con la brújula oxidada, sin tus llamadas diarias, constantes, sin tu necesidad de transmitirme consejos, sin tu presencia en mi estudio o tus preocupaciones obsesivas en torno a cada paso.

Mi cabeza se empeña en ser agradecida, me exige reconocer el privilegio de tenerte a ti y a Mamina de mis papás, pero, mi corazón, mi corazón al que no sé cómo explicarle mi dolor, me traiciona. Especialmente ahora, en los momentos difíciles que hemos pasado, me duele el alma no poder escucharte, no poder tener tu abrazo amoroso, tus palabras de preocupación y optimismo.

¿Sabes? En el último mes, trozada mi alma en un rompecabezas de miles de piezas que difícilmente hallaban su sitio, he llorado mucho. Lloré porque no estuviste para disfrutar la llegada al mundo de la preciosa Vivian, te hubiera enloquecido. Lloré en los cumpleaños de mis nietos porque, con mi mamá, eras el primero en llegar. Lloré porque en nuestros duelos y pérdidas no te tuve cerca preguntándome cada diez minutos cómo estábamos, cómo poder ayudarme, cómo me podías apapachar.

Lloré también cuando David se enfermó, agradecí que no tuviste que pasar los momentos duros. Debes saber que David está limpio. Lloré porque me sigue haciendo falta tu consejo sabio, tus ocurrencias, tu amor incondicional, tu presencia en casa con Moy y conmigo, con mis hijos y nietos, tu yugo demandando el micrófono en las conversaciones familiares para exigirnos escuchar tus eternos monólogos, tu necesidad de hacer reverberar tu voz, tu pensamiento.

Te extraño, te adoro, te agradezco la vida entera…

Te repito: no sé si estamos lejos, o más cerca, pero yo veo tu rostro en el brillo de Venus y en la cara de la Luna, aparece tu sombra en los amaneceres lluviosos, tu reflejo nutre la grandeza de este mundo que, lo sabemos, es bello e imperfecto.

Pienso que serás inmortal mientras me sigan acompañando tus genialidades, tu protagonismo, tus inventos, tu amada literatura, los versos que pronunciabas y te sabías al dedillo, tus problemas matemáticos que resolvías de día y de noche, tu sonrisa cabal, siempre gozosa.

Doy las gracias por lo que viviste, por lo que nos diste. Por el tiempo compartido, por tus luchas, por los días soleados, por las nubes y los atardeceres que tiñeron nuestros días de luz y sombras, de aliento y color…

​​​​​*

Como me enseñaste, me empeño en ser feliz, en transmitir el gozo diario de vivir a mi familia. Me obstino, también, en ser honesta con mis principios y en luchar por aquello en lo que creo, convencida de que algún sentido tiene que tener nuestro paso por este mundo, nuestra existencia.

Por ello, porque me enseñaste a ser leal conmigo misma, te confieso a ti, Papito, les confieso a ustedes que hoy nos acompañan, exigí hacer el ereye de la semana en nuestra casa de Palmas, para que las mujeres pudiéramos tener un lugar digno, como sucede en cualquier comunidad judía del mundo, hasta en las más ortodoxas, donde las mujeres tienen el derecho y la obligación de expresarse, porque la Halajá en ese tema no distingue sexo. Señala que la obligación primaria para dar un hésped recae en los herederos, es una gran mitzvá de hijos e hijas, de la esposa o esposo, de los familiares o amigos que conocieron a la persona fallecida, hombres y mujeres, hacer una elegía para honrarlo y hablar de sus logros, méritos y enseñanzas.

Hace un par de días le dije a Salomón Cherem, presidente de la Comunidad, a quien quiero y respeto, que haríamos este ereye de los once meses en un salón de fiestas para evitar confrontaciones. Me brindo una opción: usar un salón de fiestas comunitario. Por eso hoy estamos aquí, un triunfo para la comunidad y para quienes luchamos por la dignidad de la mujer, contra cualquier destello de fanatismo.

Aunque aún no es una solución perfecta, sí es un avance que agradecemos las muchas mujeres que desde hace décadas hemos pugnado por un cambio. Estoy segura de que llegará pronto el momento en el que se permita esta dignidad también en el interior de los templos, donde muchas mujeres valiosas de nuestra comunidad, mujeres que son figuras tutelares para nuestras niñas, han ofrecido discursos al recibir el Premio Maguén David.

Hoy tenemos que trascender la brecha de los sueños, es decir la brecha que existe entre las niñas y su potencial. Debemos enseñar a nuestras hijas que pueden dirigir empresas, ser doctoras o ingenieras, ser filósofas, escritoras o intelectuales, no sólo mamás y amas de casa, que pueden destacar también en el ámbito comunitario como dirigentes y formadoras de opinión.

El mensaje de que las mujeres no pueden hablar, de que sólo la voz del hombre se puede escuchar, que el hombre puede destacar y expresar sus sentimientos, pero la niña no, fomenta un retroceso innecesario en un mundo moderno que pugna por la igualdad de género. El cambio no nos corresponde sólo a las mujeres, sino a la comunidad entera, porque ello define quienes queremos ser hoy y en el futuro.

​​​​​​*

Gladys Sitt de Gerszon, hermana de Joe Sitt, una de mis figuras tutelares, una mujer emancipada de 95 años, lúcida, inteligente y admirablemente bella, me decía hace un par de días en Houston, donde vive, que, leyendo los textos del judaísmo rabínico, halló un pasaje deslumbrante, alusivo a una mujer conocedora de la Torá, cuya opinión era tratada con respeto y consideración por los jajamim.

Encontró ella que en la época del rabino Gamliel, en la Guemará de Rosh Hashaná, se discute sobre Bamidvar, Perashat Nasso, capítulo 6-27, y dentro de los intercambios de opinión se menciona a una mujer llamada Biloria, un pequeño referente que muestra que las mujeres tenían un lugar en las discusiones bíblicas en la época del Talmud.

Biloria presentó una pregunta a Raban Gamliel y mereció una respuesta de Rabi Yossi Hakohen, quien le explicó que cuando dañamos y ofendemos al prójimo, Dios no interviene, sólo la persona que perjudicamos puede perdonarnos. Este referente de una mujer justa, inteligente y juiciosa trascendió en la historia.

Un ejemplo aún más antiguo del rol de la mujer en la historia judía es el de Dvora, la profetisa, quien fungía como jueza, zanjaba disputas y daba respuestas cuando surgían problemas en el seno de Israel.

Hay, por lo tanto, mujeres que ocuparon lugares protagónicos en el pensamiento del pueblo de Israel. Mujeres que eran escuchadas, admiradas y queridas. Mujeres que, por sus conocimientos, capacidad de discernimiento y liderazgo, se convirtieron en figuras tutelares, en referentes a seguir.

​​​​​​*Tenemos la necesidad de un cambio que dignifique a la mujer en nuestra comunidad, no sólo en la retórica, también en la cotidianeidad diaria. Es tiempo de cimbrarnos, de entender que esa práctica errática de marginación a la mujer procede de usos y costumbres mal entendidos y que, por inercia, desconocimiento o miedo al cambio, ubica a la comunidad en un rubro de intolerancia que no merece.

Dicho todo esto, lamento que las palabras que deberían de haber estado enfocadas sólo a honrar a mi padre hayan tenido que teñirse de este reclamo espinoso que exige un decidido discurso frontal.

Sé también que ahí donde está mi papá, acompañado de las sonrisas de Dios, está henchido de orgullo de saber que, a pesar del dolor, a pesar de que tanto lo quiero y extraño, sigo soñando y sigo luchando por lo que creo, sobre todo porque tengo hijas y nietas a quienes ofrecer un mañana más luminoso.

Por supuesto, hoy que mi mundo está pavimentado de los recuerdos de mi adorado Pollo, me quedo con lo mejor de él. Lo mejor que me enseñó. Lo mejor que me dictó y que, debo decirlo, fue mucho…

MUCHAS GRACIAS
Silvia Cherem S.