Enlace Judío México e Israel.- Fritz y Gustav Kleinmann no se separaron durante el holocausto. El escritor Jeremy Dronfield recoge su historia en ‘El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz’.

LARA GÓMEZ RUIZ

Entrar en un campo de concentración era generalmente sinónimo de una muerte anunciada. Pero pasar por cinco de ellos junto a un familiar y lograr sobrevivir los dos es más bien un milagro. Pero ocurrió. Sus nombres eran Fritz y Gustav Kleinmann y ni siquiera el Holocausto logró que se separaran.

El escritor Jeremy Dronfield ha rescatado su historia en su nueva novela, El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz (Planeta, 2019). “A parte de escribir, trabajo como consultor editorial. Se me preguntó si podía contribuir a traducir el diario de Fritz. Es un documento muy valioso pero es difícil de leer y no logramos encontrar editor. Pese a todo, sentí que era una historia muy importante y que tenía que contarse, así que decidí hacerlo yo de forma novelada”, confiesa el autor a La Vanguardia.

El libro refleja la cruda realidad por la que tuvieron que pasar padre e hijo durante la Segunda Guerra Mundial. El futuro era incierto pero Fritz, un joven austriaco de 18 años, tenía clara una cosa: “Quiero estar con mi padre pase lo que pase. No puedo seguir viviendo sin él”. Era el único familiar que le quedaba después de que deportaran a su madre, Tini, y a su hermana, Herta, a otro campo en Bielorrusia, donde fueron asesinadas junto con otros mil judíos. Los otros dos hermanos, Kurt y Edith, lograron salvar sus vidas huyendo a América y Reino Unido.

 

“No hubo otro padre e hijo que pasaran por todo el infierno juntos, de principio a fin: la vida bajo la ocupación nazi, Buchenwald, Auschwitz, la resistencia de los presos contra las SS, las marchas de la muerte, Mauthausen, Mittelbau-Dora, Bergen-Belsen… y volvieran a casa vivos”, asegura el escritor, que remarca “no conozco otro caso de dos familiares que hayan estado en más de dos campos, y que, además de sobrevivir, se mantuvieran juntos todo el tiempo”.

Su odisea de supervivencia empezó en septiembre de 1939. Fueron apresados en Viena, donde residía la familia, y fueron trasladados, con escasos días de diferencia, a Buchenwald, uno de los mayores centros de prisioneros de Alemania. Allí Gustav contrajo disentería y estuvo a punto de morir pero, tal y como escribió en una libreta secreta, su “pequeño” era el motivo por el que se seguía levantando cada día. “El chico es mi mayor alegría. Nos damos fuerzas el uno al otro. Somos uno, inseparables”.

Pero si un lugar fue especialmente oscuro en su periplo fue su paso por Auschwitz, donde lograron esquivar la muerte gracias a sus dotes de albañilería, construyendo, junto a otros reclusos, como Primo Levi, el subcampo de Monowitz. De allí se fueron a Mauthausen. El traslado de un campo a otro fue el único momento en que padre e hijo estuvieron separados. El padre estaba sin fuerzas. El hijo había ingeniado un plan para huir, pero no era capaz de dejar a su progenitor atrás después de tanto tiempo y de pasar tantas penurias. Este le dijo que lo intentase, no podía negarle la oportunidad de vivir.

 

 

Fuente:lavanguardia.com