Enlace Judío México e Israel.- Al regresar a México, invariablemente me preguntaron, desde dependientes de tiendas hasta la propia familia, qué eran esos hilitos que llevaba colgando en la cintura, como naciendo del cinturón.

YEHUDÁ HARO

Sin duda ofrecen una vista atípica. Cualquiera está acostumbrado a una kipá o a un sombrero, pero no a los tzitzit, que además es costumbre sefardita llevarlos por debajo de la ropa, es decir, de la mitad del pueblo judío,

Dice en el Libro de Números: «Dios le habló a Moisés diciendo: “habla a los hijos de Israel y diles que se harán tzitzit en los extremos de su vestimenta a lo largo de generaciones. Y pondrán en el tzitzit de cada extremo un hijo de tejélet. Y serán tzitzit para ustedes, a fin de que los vean y recuerden todos los mandamientos de Dios y los cumplan, y no se vayan tras de su corazón y de sus ojos, tras de los cuales se han de pervertir. A fin de que recuerden y cumplan todos mis mandamientos y sean santos para su Dios»*

Es decir, no sólo se ordena, sino que se explica el porqué de esta orden, cosa que no es muy común. El alcance del mandamiento de tzitzit es tremendo: recordarnos e inspirar a cumplir todos los mandamientos.

Por tanto, es claro lo que se debe hacer, establecer una relación sólida con este símbolo, para así cumplir con la intención declarada por la revelación misma.

Las discusiones en la cuarta parte del tratado de Menajot proceden a desvelar la exacta apariencia de los tzitzit y es así como sabemos cómo hacerlo. Con la salvedad de que en el caso presente, no podemos obtener el tejélet, que es un tinte azulino, entre turquesa y violeta.

Para que haya tzitzit, debe haber tanto una prenda de cuatro esquinas a la que ponérselos como algo que hemos perdido en el mundo moderno, el significado de la ropa.

Puesto que el significado de la vestimenta fue alterado por la inmensa rapidez con que fue cambiando desde fines del siglo XIX y durante la totalidad del XX, y finalmente aniquilado por la más reciente visión epicúrea del cuerpo de este siglo, la ropa pasó a su último bastión la década pasada, que es la identificación con una tribu.

Una vez agotado esto último, quedó vacía de toda función, sin otra más que tapar el cuerpo, y dado que el epicureismo se ha puesto como meta desnudar al cuerpo como muestra final de liberación, la vestimenta está perdiendo su propia dimensión física. Para muestra, ver al azar cualquier video de música de los más recientes éxitos mundiales.

Algo de lo anterior podemos ver en «A fin de que los vean y recuerden todos los mandamientos de Dios y los cumplan, y no se vayan tras de su corazón y de sus ojos, tras de los cuales se han de pervertir».

No hay más lejano a la intención primaria de lo que Dios reveló como la ropa de hoy.

Los tzitzit están hechos para ponerle un dique a la tendencia que tiene el hombre de seguir sus instintos, tendencia en la que desciende lentamente a no tener ética distinta mas a lo que sus deseos y urgencias le dictan.

Los tzitzit están hechos para proteger de la esclavitud de nuestros deseos físicos, sacarnos del cautiverio carnal a un estado de libertad moral. Es por eso que el Libro de Números** continúa con «Yo soy el eterno, su Dios, que los saqué de Egipto para ser un dios para ustedes. Yo soy el Eterno, su Dios”». De Egipto, la casa de la esclavitud.

Todo hombre se enfrenta a la idea de Dios, y por tanto se espera que controle sus sentidos, puesto que es creación de Él.

Pero esta obligación moral, en el judío es doble. Por ser consignatario del pacto y por ser portador de la verdad revelada.

El judío debe subordinarse a Dios en una medida aún mayor, todos los aspectos sensuales de su naturaleza, sus deseos, sus aspiraciones deben estar guiados por las directrices divinas. No debe perder su vigilia, debe estar eternamente atento a que Dios es su Dios, cumplir Sus mandamientos cuando la oportunidad se presente, sin titubeos, sin vacilación, con resolución y sin reserva.

Los tzitzit no permiten mantenerse al nivel requerido a todo hombre, sino que eleva al judío por sobre la necesidad y el deseo. Esto es ser santo, la disposición incondicional a hacer la voluntad de Dios.

Una figura retórica que entendemos fácilmente y con la que comenzar de nuevo esta relación con la ropa es, «vestirse de…» que denota el realce o el aumento de un cierto rasgo. Es muy probable que no sea original al español, sino que sea una dársena donde fondea el pensamiento bíblico, dragada hace milenio y medio para goce de las generaciones que hablen esta bella lengua, aunque no sea original, no significa que no sea genuino.

El mandamiento de ponerle el símbolo de Su ley a nuestra vestimenta, a una clase específica de vestimenta, significa vestirse de moralidad, dejar que Su ley sea el rasgo primordial de nuestra personalidad, no sólo de nuestra imagen, sino la marca identitaria de nuestras acciones.

La relación entre la ley de Dios, la moralidad que de ella deriva, y la ropa, comienza en el tiempo en que el primer hombre desobedeció una orden directa de Dios. Cuando la sensualidad le ganó la primera batalla al hombre.

Entonces la ropa sirvió como la primera herramienta física en ayudar al hombre a regresar a su propósito divino. Mientras que la primera herramienta sentimental en servirnos fue la vergüenza.

La vergüenza es la conciencia de la propia inadecuación, también es la conciencia de nuestra propia insuficiencia; es el sentimiento de que nos hemos quedado cortos ante los requerimientos o las normas de nuestra profesión. El sentimiento de que no nos estamos comportando de acuerdo a lo que se espera de nosotros. La conciencia de nuestro propósito y de no haberlo alcanzado.

Hay una guerra contra la vestimenta y contra la vergüenza, las únicas herramientas que rescatamos del Edén.

Su uso es la única forma de subordinar lo natural a lo espiritual, el instinto a la conciencia.

 

 

* 15:37-40
** 15:41