Enlace Judío México e Israel.- Winston Churchill decía que quien alimenta a un cocodrilo comete el error de pensar que así no se volverá en su contra y lo morderá. Lo mismo nos sucedió con la seguridad.

LUIS WERTMAN ZASLAV

A lo largo de once años, tuve oportunidad de escuchar testimonios de primera mano sobre cómo realmente funciona el crimen organizado en México. Muchos militares, policías federales y locales, me contaron que no se trata de una batalla de buenos contra malos, porque muchas veces se sientan a la misma mesa y son parte de la misma familia.

Así, hermanos de sangre, primos, tíos y sobrinos, conviven en las comidas de los domingos o en las fiestas de cumpleaños, aunque uno es policía y otro trabaja para una banda criminal o un cártel.

Sus hijos van a la misma escuela, sus esposas compran en el mismo supermercado y acuden cada domingo a la misma iglesia para pedir, desde su lado, la protección y suerte divina para sus polarizadas actividades.

Todos los vecinos saben que uno está obligado a hacer respetar la ley y otro tomó la decisión de violarla en cualquier oportunidad. Aún así, siguen siendo vecinos y amigos de la calle, de toda la vida pues.

Uno y otro tiene una justificación. El policía lo hace con un ideal que se va desgastando por la corrupción, la falta de respeto del ciudadano y la impunidad que ha prevalecido en el sistema de justicia nacional. El delincuente lo hace porque es buen negocio, no hay otras oportunidades para progresar, y es eso o condenar a los suyos a la miseria.

Tienen que verse en familia, porque así como es difícil reclutar nuevos elementos del orden (lo veremos con la Guardia Nacional) también la incorporación de nuevos delincuentes a los grupos criminales no es sencilla.

Por eso, en muchas poblaciones de la República, madres, padres, hijos y hermanos guardan silencio o protegen a los suyos de uno y otro bando. Mucho más si observan -porque no son tontos- que la base de la pirámide está llena de personas buscando sobrevivir y la punta sólo la ocupan los jefes de mafia, los políticos, los jueces y los funcionarios que los utilizan y explotan

Desde Tijuana hasta Chetumal esa es la realidad de la inseguridad. Las comunidades de huachicoleros en Hidalgo no surgieron de la noche a la mañana, menos las que años después estaban armadas hasta los dientes para evitar que les quitaran el sustento.

Ahora son los campesinos de la sierra de Guerrero los que piden, a través de uno de sus presidentes municipales, que se les permita sembrar goma de amapola legalmente, ante la pérdida de valor de la heroína “clásica” frente a las drogas sintéticas. Cualquier parecido con el mercado de refrescos o de jabones para lavar no es mera coincidencia, el crimen es una actividad económica y se ajusta a las mismas leyes de mercado que hemos inventado los humanos.

El problema, es que en esta regla de oferta y demanda se juegan la vida policías y criminales. Sus familias no están exentas de sufrir las mismas consecuencias y, como demostró Minatitlán, las masacres ya no tienen horario, lugar o día en el calendario.

Pero no llegamos solos a esta crisis. Han sido décadas en que pensamos que callando, evadiendo o celebrando el deterioro, el cocodrilo de la delincuencia no se iba a voltear en contra de nosotros, los buenos y comunes ciudadanos.

Nada más falso. Veamos la cruda realidad y actuemos en consecuencia. Estamos a tiempo de hacer la paz en nuestro país e iniciar la restauración que tanto nos urge. Pero seamos honestos y reconozcamos que el caos finalmente nos alcanzó. Aunque todavía hay tiempo para corregir.

 

 

Fuente:elsoldemexico.com.mx