Enlace Judío México e Israel.- Israel volvió a arder en protestas como consecuencia de la muerte de Solomon Tekah, un joven de origen etíope que recibió un disparo en el pecho en circunstancias aún bajo investigación, el pasado 30 de junio. Por ello, ha vuelto a ponerse sobre la mesa el debate sobre racismo y marginación en el caso de la comunidad Falasha y otras similares. Dicho debate tiene sus ventajas, pero también sus riesgos.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Hay un problema grave, de fondo, pero que está pasando imperceptible para muchos israelíes o para muchos periodistas y analistas, y es el de la banalización del problema racial.

Para una gran cantidad de comunicadores y opinadores de redes sociales, el asunto ya está decidido (aún sin tener resultados de la investigación policíaca): se trató de un crimen de odio, violencia racial, y eso sólo puede ser resultado de la marginación o segregación que se aplica contra los israelíes de origen africano (principalmente la comunidad etíope o Falasha, llegada a Israel a partir de los años 80’s, y que apelan a ser la descendencia de la tribu de Dan).

Me resulta increíble la pasmosa facilidad con la que se hacen este tipo de juicios, generalmente motivados por las vísceras y, por supuesto, por sesgos políticos. Y es que está claro que quienes más se inclinan por esta opinión son personas no afectas al gobierno de Centro-Derecha que dirige a Israel desde hace casi dos décadas.

Pero en un caso como este hay que ir con la cabeza fría. La realidad es que en Israel no hay antecedentes sistemáticos ni recurrentes de violencia policial con un claro enfoque racial.

Por otra parte, la información que comienza a fluir apunta hacia otra situación. Este lunes, el Departamento de Investigaciones Internas de la Policía ha hecho público el resultado preliminar de su investigación —específicamente de la prueba balística— y parece confirmarse un rumor que ya se había extendido durante el fin de semana: el policía —que estaba fuera de servicio y cuyo nombre no se ha revelado— disparó al piso, y la bala rebotó hacia Tekah.

Keren bar Menachem, jefa del Departamento de Investigaciones, tuvo una reunión con la familia Tekah y sus abogados, los cuales solicitaron acceso a los resultados de las pruebas y del resto de la investigación. Bar Menachem, por supuesto, se comprometió a lograr que se les dé acceso franco lo antes posible. Por su parte, Yitzhak Dasah —abogado de la familia— señaló que “las investigaciones se están realizando profesionalmente”, de acuerdo con Ynet.

Esto no exime de culpa al policía que hizo el disparo, ya que de acuerdo con los protocolos oficiales, primero habría tenido que disparar al aire, no al piso. De cualquier modo, esto le provocaría sanciones por no aplicar adecuadamente los protocolos, pero no por asesinato.

Nada de esto importa para amplios sectores de la sociedad israelí o de los periodistas judíos. Como en muchos otros casos que implican procedimientos judiciales —el más grave es la investigación sobre posibles casos de corrupción por parte de Benjamín Netanyahu—, ya han decidido cuál es la verdad, y no están dispuestos a que las investigaciones lleguen a otra conclusión. Si esto sucede, entonces procederán a quejarse de que la investigación estuvo manipulada.

Es decir, viven en un universo fantasioso donde ya está claramente definido quién es bueno y quién es malo. Como en todo caso de probabilidad y estadística, a veces acertarán en el resultado, a veces no.

Pero eso es lo de menos. El problema grave es el pseudométodo ideologizado mediante el cual llegan a sus conclusiones sobre quiénes son culpables y quiénes son inocentes.

Les guste o no, se tiene que dejar que las instituciones hagan su trabajo. El juicio a priori de que “hay manipulación” —aplicado sólo cuando los resultados no les gustan— es una tara ideológica que no ayuda en absolutamente nada, ni a la sociedad israelí, ni a los familiares de las víctimas.

Mientras tanto, los integrantes de la comunidad etíope y sus simpatizantes han anunciado que continuarán con las manifestaciones, comprometiéndose a que serán pacíficas.

Eso, sin duda, es positivo. Es una energía social que se ha liberado y a la cual se le puede sacar mucho provecho para seguir avanzando en temas importantes, consecuentes de problemáticas sociales reales y que no se pueden ni se deben negar.

Pero hay que recalcar que el mejor provecho sólo se logrará en la medida en la que los sesgos ideológicos se dejen a un lado, y se supere esa imprudente —pero siempre riesgosa y tentadora—actitud de rechazar todo lo que no se ajusta a nuestro propio paradigma, y de inmediato estigmatizarlo.

Esa es la ruta para convertir una crisis controlable en un incendio social que se puede salir de control y convertirse en una tragedia.

 

 

 

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