Enlace Judío México.- Una película, un film, diría Borges, fue al encuentro de un tiempo perdido. Y a través del arte nos lo trajo a la memoria desde el lejano 1894. Lo remitió al presente para recordarnos una injusticia terrible y una lucha de un gran intelectual contra ella. Injusticia que hoy se repite de muchas maneras. Por ello, no hay anacronismo. El film se titula: “J’accuse”. Resultó premiado hace días en el Festival de Venecia. Este artículo consta de tres partes: síntesis del caso Dreyfus que estremeció y dividió a Francia y al mundo, y que fue ocasión del “J’accuse” (Yo acuso); papel de Émile Zola en la defensa de un militar judío-francés a quien se imputó un crimen no cometido; y actualidad de tal drama.

MAURO GONZÁLEZ LUNA

Es la historia de una infamia, de la condena injusta del capitán Alfred Dreyfus por el estamento militar y la opinión pública. Estamento y opinión de la Francia de los años postreros del siglo XIX. Pero también la historia de la conducta ejemplar de un intelectual francés en el zénit de su fama, Émile Zola. Él desafío con su voz la palabra timorata de hombres prominentes que con frecuencia “paliaron dicha injusticia, al sentir no poder combatirla”. Y ante esa actitud pusilánime, “las sombras se ahondaron, y allí cayó un silencio ominoso”, según lo señaló Anatole France en su momento.

Flotaba en el ambiente un sentimiento de antisemitismo. Dreyfus era judío, resultaba por ello la víctima propicia. Era Alfred Dreyfus un capitán del ejército francés. Su familia, acaudalada, oriunda de la Alsacia. Esta zona había sido anexada a Prusia tras la derrota de Francia en Sedán. Por tal motivo, la familia había emigrado a Francia, y allí Dreyfus se había nacionalizado francés.

En el año 1894 fue acusado falsamente por sus pares, con pruebas amañadas, de traición por supuesto espionaje en favor de Alemania. Degradado y condenado Dreyfus a cadena perpetua, fue enviado a purgar la pena a una prisión de la Isla del Diablo. Isla situada en la lejana Sudamérica, muy cerca de la Guayana francesa. Allí, en una celda oscura, era con frecuencia atado de tobillos y muñecas al lecho, bajo el pretexto ridículo de que no escapara.

La condena injusta de Dreyfus en 1894, involucró la absolución insólita del verdadero culpable, Esterhazy en 1898. Y ese mismo año, un tribunal retomó el caso Dreyfus ante la tremenda presión de su hermano y del honorable militar Picquart -quien después fue también víctima de la conjura gubernamental. Se revocó la sentencia de 1894, pero se le volvió a condenar a diez años de trabajos forzados. La condena cayó sobre él de nuevo a pesar de las evidencias de su inocencia descubiertas por Picquart. A los pocos días, quebrantado su cuerpo y su espíritu, Dreyfus se vio obligado a aceptar el indulto presidencial. Después en 1906, fue rehabilitado, y en la Gran Guerra de 1914, combatió por Francia. Murió en 1935.

II

Y el 13 de enero de 1898, apareció en la primera plana del periódico L’Aurore una carta abierta. Carta dinamitera con el título “J’accuse” que incendió el ambiente todo. Era la carta escrita por Émile Zola. Denunciaba en ella a todos los militares que habían conspirado contra Dreyfus. Zola, el intelectual más prestigiado de Francia, en la cumbre de su gloria literaria, se colocó en el ojo del huracán para salvar la verdad. Verdad de los hechos que él con su determinación, “puso en marcha y que nada detuvo”.

Zola dirigió su carta abierta al presidente de la República francesa. Fue un terremoto político y moral que sacudió al mundo. Fue el combate de un intelectual contra la maquiavélica razón de Estado. “Razón” encubridora de una infamia que enlodó la dignidad de un ciudadano inocente, de un honorable militar francés. El tiraje fue ese día de 300 mil ejemplares de L’Aurore. Para la razón de Estado, ¿importaba acaso que un ciudadano inocente estuviera en la Isla del Diablo? Para Zola y el derecho sí importaba, porque nunca el hombre puede ser medio para fin alguno. Y menos para fin sombrío.

La escribió Zola acicateado por la escandalosa absolución de Esterházy, el verdadero culpable y protegido del sistema. La redactó a sabiendas de que sería demandado por supuestos insultos al ejército francés. Pero su propósito era salvar el decoro de tal ejército. Salvarlo al desenmascarar la burda injusticia perpetrada por ciertas personas de dicho ejército. Y esas personas no eran todo el ejército. Esa defensa le costó el destierro a Zola. Su palabra franca tuvo como objetivo el darle otra dimensión al caso Dreyfus: preservar el prestigio de Francia.

Su alegato del 21 de febrero de 1898 ante el jurado que lo juzgó por difamación, es una joya de elocuencia y valentía. Levantó su voz frente al poder y la hipocresía. Se escandalizó Zola de las masas que vitorearon a Esterházy cuando fue absurdamente absuelto no obstante la evidencia rotunda de culpabilidad. La plebe lanzó el aullido salvaje de ¡viva Esterházy!, ¡abajo los judíos! Ello, dijo Zola, es “una vergüenza cuya mancha solo puede ser borrada por nuestros esfuerzos en nombre de la verdad y la justicia”.

Terminó Zola su alegato de defensa diciendo: “Dreyfus es inocente. Lo juro…. Por mis cuarenta años de trabajo. Por la autoridad que esta tierra me haya podido dar. Por mis obras que han ayudado a la expansión de la literatura francesa, juro que Dreyfus es inocente… Todo parece estar contra mí, la autoridad civil, los periódicos de mayor circulación, la opinión pública envenenada por ellos. Yo tengo para mí, solo el ideal. Estoy en calma; venceré. Persuadido estoy de que mi país no debe permanecer como víctima de mentiras e injusticia. Puedo ser condenado aquí. El día vendrá cuando Francia me agradecerá haberle ayudado a salvar su honor”. Y así fue que Francia y el mundo se lo agradecieron y se lo siguen agradeciendo. Y por eso, al final venció él y la verdad.

En el funeral de Zola el 5 de octubre de 1902, Anatole France ante el cadáver del genio, del valiente intelectual, pronunció palabras memorables. “El corazón de Zola estaba en el lugar correcto. Fustigó el peor de los males prevalecientes de la época: la tiranía de la riqueza. Atacó sin miramientos a una sociedad frívola y ociosa. Sus novelas, verdaderas obras de sociología, prefiguran un mejor estado de la sociedad futura. Amó a la humanidad. No tengamos compasión de él porque sufrió y resistió. Envidiémosle. Triunfante sobre la calumnia, la locura, la ignorancia y la maldad del hombre, su fama es coronada en alturas inaccesibles… Él fue un momento en la conciencia universal”. Volvamos ya al presente que es en mucho, fruto del pasado.

III

Decía Wilde que cuando el arte se ve forzado a imitar la vida, es que retrata decadencia. Cuando la vida imita al arte, entonces son tiempos de grandeza. Zola y su arte retrataron a las sombras de la época. El film J’accuse premiado en Venecia, al reproducir el caso Dreyfus de 1894, evidencia las sombras del presente. El arte lanza hoy de nuevo un J’accuse a las patologías sociales, políticas, económicas, culturales de un mundo enloquecido en animal contentamiento.

La realidad hoy en muchos aspectos, no es muy distinta a la de 1894. Anonadamiento de inocentes como Assange. Nacionalismos exacerbados, militarismo perturbador, tiranía de las finanzas y riqueza extrema. Racismo cínico y sociedades frívolas, indiferentes al dolor de los humildes y refugiados. Encubrimiento de infamia y mentira bajo el pretexto de la razón de Estado, como “mecanismo de autoprotección del poder”. Odios irracionales hacia lo diferente, hacia el Otro del que hablan Levinas y Buber. El Otro despreciado, ya sea mexicano, hondureño, africano, negro, mestizo, indígena. Opinión pública patibularia, redes sociales manipuladas por la técnica uniformadora de la sutil psicopolítica descrita por el filósofo Chul Han. Psicopolítica que hace creer libre a la masa cuando en realidad es esclava del sistema.

Se imponen ideologías fantasmagóricas revestidas de lenguaje fanático, oscuro, desconectado de la esencia del ser humano hombre y mujer. Ideologías celebradas por la ONU, por el Nuevo Orden mundial para controlar a izquierdas y derechas con espejitos irracionales para infantes y para macheteros ilustrados que no piensan. Tiempos de estulticia. Tiempos despoblados de trascendencia. Ideologías fundadas en deseos y caprichos obsesionados con el placer y la nada. De esa manera, el mundo se olvida de la justicia verdadera, de la desigualdad económica. Ideologías destructoras del orden natural. Tales ideologías envían inocentes por millones a las nuevas Islas del Diablo y de Sodoma.

Es claro el derrumbe en muchos lados del principio de presunción de inocencia. Derrumbe que provoca condenas sumarias a través de las redes sociales. Condenas sin debido proceso por estar éste contaminado de origen, sin garantías de defensa real para el ciudadano inculpado, “sin derecho de réplica”, según dijo un forjador de arte en relación con el film J’accuse. La venganza de las Erinias derrota de nuevo a Orestes y al debido proceso en pleno siglo XXI.

Hoy son principalmente los refugiados el blanco del racismo mundial encabezado por el gobierno yanki y su decepcionante suprema corte y sus secuaces. Para esos, ¿importa acaso la vida, la honra, el futuro de una niña inocente enjaulada en verdaderas cárceles del país vecino? ¿O la vida de la pequeña niña Valeria ahogada en el río Bravo no hace mucho? ¿O la de miles de refugiados que se les persigue en cacería victoriosa y cruel estadística? Lo que importa para esos no es la persona humana, como Dreyfus ayer. Para esos mercaderes “hechos para la cuadra”, la persona es desechable, insignificante; la usan a conveniencia, la sacrifican a los fines de la razón de Estado, a la economía depredadora. ¡Época de hojalata y plomo la que se vive!

A la razón genuina, a la de los prudentes que buscan el bien común, sí que les importa la inocencia, la libertad, la sonrisa de un niño, de un hombre, de una mujer. Importa porque el alma de un ser humano vale más que el universo entero. Tarde o temprano ello se constatará pues Aquél, “cuya misericordia se extiende de generación en generación a todos cuantos le temen”, humilla a los poderosos y exalta a los humildes.

Un silencio ominoso ante la razón de Estado sigue cubriendo al mundo de hoy. Y, sin embargo, a pesar de las sombras, del racismo, de la fanática estupidez de tantos, hay hombres y mujeres de bien que como Zola ayer, lanzan su J’accuse contra la irracionalidad hegemónica. Assange, MURTAJA QUREIRIS de 18 años, preso en Arabia Saudita desde los trece años por exigir derechos humanos, y ahora condenado a muerte por supuestos delitos cometidos ¡a los 11 años!, según información de CNN. Malala, el Papa Francisco, Carola Rackete, Greta Thunberg, Zizek, Chul Han, los zapatistas, por citar algunos. Ojalá que pronto llegue el día en que la vida imite al arte.

Dedico este artículo a los defensores mexicanos de los refugiados que buscan una mano amiga, un rostro fraterno, y a los forjadores del arte, unos vivos y otros muertos, porque nos devuelven esperanza y fe en la persona humana y su destino incanjeable y trascendente.

 

 

Fuente:proceso.com.mx