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Hace algunos días en la ciudad de Melbourne, Australia, hubo un incidente que los medios calificaron de “bullying”, pero en realidad es claramente antisemita: un niño judío de 12 años fue forzado a arrodillarse y besar los zapatos de un compañero de clase musulmán.

ANDRÉ MOUSSALI

La foto fue tomada por otro alumno, circuló en todos los medios sociales y fue publicada en las “Australian Jews News”. Ocurrió en una escuela secundaria de Cheltenham, un suburbio de Melbourne, y causó un profundo impacto no solamente en la comunidad judía de Australia, sino en el mundo entero, donde la foto fue vista. Otro niño de 5 años fue objeto de insultos antisemitas al ser llamado “cucaracha judía”. Ambos menores abandonaron las escuelas públicas y fueron registrados en escuelas judías.

Dvir Abramovich, presidente de la Liga Antidifamación de la B’nai B’rith, declaró que estos incidentes son parte de una amplia campaña antisemita y de bullying. “Hay una tendencia evidente que ha forzado a las familias a sacar a sus hijos de las escuelas públicas e inscribirlos en escuelas judías, por el miedo a que sean lastimados por el simple hecho de ser judíos”.

La madre del niño de la foto dijo que estaba muy decepcionada por la falta de respuesta de la escuela, que se negó a hacerse responsable porque el incidente ocurrió fuera de sus instalaciones. Pero contó que habló con los padres del estudiante musulmán y que éstos estaban totalmente en contra de las acciones de su hijo.

Este tipo de bullying es el reflejo de la enseñanza que reciben y el ambiente donde viven y crecen estos niños. Es la influencia directa del comportamiento de sus padres hacia sus compatriotas judíos. El total de habitantes de Australia es de unos 23 millones, de los cuales, en la actualidad, aproximadamente 500 mil son musulmanes. La población judía australiana, por su parte, se calcula en unas 112 mil personas.

La mayoría de los musulmanes en edad de trabajar que vive en Australia no trabaja, pero sobrevive con los pagos de la Oficina de Bienestar Social. Los musulmanes de Nueva Gales del Sur y Victoria tienen tres veces más probabilidades que otros grupos étnicos de ser encontrados culpables de crímenes. Entre los inmigrantes de Oriente Medio, la tasa de desempleo fue de 17,5%; un porcentaje muy alto si se compara con el 3,6% de los inmigrantes del Sudeste Asiático y el 1,9% del sur y el este de Europa.

El incidente del chico de los zapatos me hizo recordar mi infancia en Líbano, un país árabe cuya población es multireligiosa, aunque constituida principalmente por cristianos y musulmanes. Últimamente, su gobierno ha sido controlado por los extremistas de Hezbolá, un grupo calificado como terrorista y apoyado por el régimen de los ayatolas de Irán.

Este grupo ha asumido la responsabilidad de atacar a Israel y a los judíos de todo el mundo. Irán se ha servido de él para provocar dos guerras con Israel. Y ha hecho del “País de los Cedros” un baluarte de terroristas, que han sido autores de múltiples atentados en el exterior, siendo algunos de los más destacados los ataques contra la embajada de Israel en Buenos Aires y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), que provocaron la muerte de más de dos centenares de judíos y transeúntes.

En mi infancia tuve que soportar varios ataques no sólo de parte de musulmanes, sino también de los cristianos libaneses. Recuerdo un incidente que ocurrió cuando caminaba con un primo mío por un barrio en Beirut, donde vimos a dos muchachos cristianos practicando esgrima con unas varas de metal. Mi primo entonces se puso a golpear una ventana mientras gritaba en francés “touché” (tocado). Esos muchachos luego nos alcanzaron cerca de la casa, y nos preguntaron quién había sido el que golpeaba la ventana; mi primo hizo como que no sabía. Otros amigos judíos se acercaron curiosos a ver qué pasaba, y entonces los chicos cristianos comenzaron a burlarse y a decir que “ya se juntaron los judíos”; y nos insultaron en francés diciendo “sale juif” (judíos sucios).

Este incidente marcó en mi infancia un profundo malestar y una terrible sensación de impotencia, al no poder contestar la agresión. Miré a mi primo y a sus amigos, que eran mayores que yo, y vi el miedo en sus ojos. Me causó un tremendo impacto el miedo que sentimos todos y nuestra falta de respuesta. Como ésta, fueron varias las agresiones antisemitas de las que fui objeto en mi infancia; y ver la foto del niño judío que besa los zapatos del muchacho musulmán, me hizo recordar ese miedo y la terrible impotencia.

En Beirut vivíamos muy cerca de la escuela secundaria judía de la Alliance Israelite Universelle, y muy cerca del barrio judío de Beirut. Nuestra vida era muy simple. Íbamos a la escuela y los fines de semana nuestra única diversión era ir al cine el sábado por la tarde y, en algunas ocasiones, hacíamos reuniones en casas particulares, donde bailábamos con muchachas de nuestra comunidad. En el verano, los que podíamos, pasábamos las vacaciones en unos poblados cerca de Beirut, en las montañas libanesas, porque el clima de la capital era muy caluroso. En esa época no había aire acondicionado, y a lo más que podíamos aspirar era al aire de los ventiladores, que nos daba un poco de frescura.

Mis padres alquilaban un departamento en la zona de Hamdun, y ahí pasábamos nuestras fiestas religiosas cerca de una sinagoga. Yo viajaba con mi padre a su tienda en Beirut, y regresaba con él por las tardes. En este pueblo también fuimos objeto de ataques antisemitas por parte de pobladores locales, que eran cristianos ortodoxos muy adoctrinados en el antisemitismo. Nos atacaban lanzándonos piedras por supuestos insultos contra Jesús, cuando en realidad nosotros ni siquiera teníamos trato con ellos; pero se sentía la agresión en el ambiente.

Israel en aquel entonces no era un destino preferido por los judíos de los países árabes. Era un país de pioneros que vivía de la agricultura y de las contribuciones que pagaba Alemania en compensación por el Holocausto, además de otras dádivas por parte de judíos estadounidenses y europeos, que aportaban dinero para el desarrollo, e intentaban así aliviar el sufrimiento de aquellos que se salvaron de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial. La población judía en esos países más bien emigraba a Francia, Inglaterra, Estados Unidos y uno que otro país latinoamericano. Por eso mis padres se conformaron con vivir en un país donde podían progresar económicamente.

Al ver a ese niño judío besando los zapatos de un musulmán, recordé el desagrado y la impotencia que sufrí durante mi infancia, viviendo en un ambiente de frustraciones y sintiendo una debilidad terrible, en un país donde teníamos que aguantar la agresividad y subordinarnos a los caprichos y deseos de una población violenta, que descargaba su ira contra una minoría indefensa, cuya única protección era tragarse su coraje y soportar los insultos, sin la mínima voluntad de contestar a esas agresiones.

 

 

 

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