Enlace Judío México e Israel.- Arthur Greesg Sulzberg, invitado por el periódico The New York Times (TNYT), expone en una columna de ese diario (25/9/19) sobre una campaña incansable que se realiza en el mundo contra los periodistas debido “al papel fundamental que desempeñan para asegurar que existan sociedades libres e informadas”. Para evitar que los periodistas expongan verdades incómodas y provoquen que las personas poderosas rindan cuentas, cada vez más gobiernos han llevado a cabo esfuerzos explícitos, y a veces violentos, con el fin de desacreditar su trabajo y silenciarlos mediante intimidaciones.

LEÓN OPALÍN

Es un ataque internacional contra los periodistas y el periodismo. No obstante, lo más importante es que también se trata de un ataque contra el derecho de la gente a saber, contra los valores democráticos esenciales, contra el concepto de la verdad. En este ámbito, es inquietante saber que las semillas de esta campaña “se plantaron en EUA, en un país que desde hace mucho se ha enorgullecido de ser el defensor más tenaz de la libertad de expresión y de prensa”.

La prensa libre es parte fundamental de una democracia sana y podría decirse que es la herramienta más importante que tiene la ciudadanía. Empodera a la sociedad proporcionando la información necesaria para elegir a sus líderes y vigilarlos continuamente de que sean honestos. La prensa libre proporciona una base compartida de hechos comunes de información que une a las comunidades. Les da voz a las personas que están en desventaja y va incansablemente tras la verdad para exponer los actos indebidos e impulsar el cambio.

El arduo trabajo de los periodistas ha conllevado riesgos desde hace tiempo, sobre todo en países que no cuentan con salvaguardas democráticas. Sin embargo, lo que es distinto hoy en día son las represiones brutales que se aceptan con pasividad. En todo el mundo, la amenaza que enfrentan los periodistas es mucho más visceral. Para los periodistas el 2018 fue el más peligroso que se ha registrado, decenas fueron asesinados, cientos encarcelados y miles acosados y amenazados.

En este ámbito en EUA, en la presente administración, se ha dejado el papel histórico de país defensor de la prensa libre. En esta nueva posición, otras naciones ahora atacan a los periodistas dado el sentimiento creciente de impunidad. Desde que el presidente Donald Trump asumió el cargo ha publicado tuits sobre “noticias falsas” casi 600 veces. Sus blancos más frecuentes son organizaciones noticiosas independientes que están muy comprometidas con informar de manera justa y precisa. Cuando Trump denuncia las “noticias falsas”, no se refiere a los errores de la prensa. Está tratando de deslegitimar las verdaderas noticias y los reportajes justos y objetivos como elaboraciones motivadas.

Se considera que al atacar Trump a los medios de EUA ha hecho más que socavar la fe de sus propios ciudadanos en las organizaciones noticiosas que intentan hacer que rinda cuentas. En la práctica, les ha dado permiso a los líderes extranjeros de hacer lo mismo con los periodistas e incluso les ha proporcionado el vocabulario con el cual hacerlo. Trump ya no se conforma con deslegitimar los reportajes veraces calificándolos como noticias falsas, llamándolos “el verdadero enemigo del pueblo” e incluso acusándolos de traición. La frase “enemigos del pueblo” tiene una historia particularmente brutal. Se usó para justificar las ejecuciones masivas durante la Revolución Francesa y el Tercer Reich. También la usaron Lenin y Stalin para justificar el asesinato sistemático de disidentes soviéticos.

En EUA, la Constitución, el Estado de Derecho y los medios noticiosos, todavía fuertes, fungen como organismos de control. No obstante, en otros países, los líderes extranjeros pueden silenciar con una eficacia alarmante a los periodistas. En muchos países, hay un miedo paralizante entre los periodistas a las represalias que se han desatado, un efecto paralizante: los artículos no se publican, los secretos permanecen ocultos; las acciones indebidas siguen encubiertas. Paradójicamente en los lugares que es más difícil y arriesgado ser periodista son los que más necesitan del periodismo.

Ante la creciente presión que tienen las organizaciones noticiosas estas precisan aferrarse a los valores tradicionales del gran periodismo – la imparcialidad, la verdad y la independencia- y abrirse para que la sociedad pueda entender mejor su trabajo y su papel. El periodismo debe ser leal a los hechos, no con ningún partido ni ningún líder.

La responsabilidad de defender a la prensa libre va más allá de las organizaciones noticiosas. Las comunidades académicas, empresariales y las organizaciones sin fines de lucro, que dependen del flujo libre y confiable de noticias y de la información, tienen la responsabilidad de oponerse a la campaña de satanización de la prensa.

Los líderes políticos también deben participar activamente. En EUA ello implica rechazar esfuerzos como las demandas e investigaciones frívolas que van tras las filtraciones gubernamentales a fin de “sofocar los reportajes agresivos”, y en el mundo significa oponerse al sinfín de iniciativas que tienen como objetivo atacar, intimidar y deslegitimar a los periodistas. Se precisa apoyar a organizaciones como el Comité para la Protección de los Periodistas y Reporteros sin Fronteras, que defienden a los periodistas en riesgo de todo el mundo. El verdadero poder de una prensa libre es una ciudadanía informada y comprometida.

En este contexto, es de destacar que el TNYT cuenta con una amplia infraestructura para tratar de cubrir los retos y complejidades del acontecer periodístico en el mundo. Así, para cumplir con su tarea, su red de reporteros operan en más de 160 países; están en Irak y Afganistán dando cobertura a la violencia provocada por décadas de guerra, están en Venezuela y Yemen, escribiendo informes sobre la corrupción y los conflictos que han provocado hambrunas masivas; están en Birmania y China, evadiendo los controles de los gobiernos para investigar la persecución sistemática a los Rohinyas y los Uigures.

En los años recientes, los periodistas enviados a todo el mundo han sufrido en su actividad cotidiana lesiones provocadas por minas terrestres y autobombas; golpeados por pandillas, secuestrados por terroristas y encarcelados por gobiernos represivos. Correr estos riesgos se ha convertido en un reto inevitable para que los periodistas informen sobre la verdad.

 

 

 

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