MAY SAMRA PARA ENLACE JUDÍO- Llevo casi 10 años dirigiendo Enlace Judío y he despertado hoy, de madrugada, para explicar por qué este medio ha decidido unirse a un acto que expresa el hastío y la indignación de la mitad de nuestra población.

Primero, por Fátima. Esta niña de 7 años, vejada, torturada ¿por qué, Dios mío, por qué?, cuyo recuerdo no me deja dormir. Y las otras Fátimas, las miles, las de Juárez, las que acaban en bolsas de basura, cuyo grito se ahoga bajo el golpe y bajo el cuchillo.

Por mi madre, Chella. Quien tuvo que someterse, sacrificarse, olvidar su talento y sus ambiciones para que una familia, su familia, viviera, sobreviviera, saliera adelante, para ser base de otras familias. Porque la “inteligencia” de las mujeres era callar y aguantar, como “estrategia” de felicidad familiar.

Por mi hija, Elena, que tuvo que luchar más que cualquier varón y se ganó, a pulso, el derecho de estudiar, de trabajar y hasta de ser feliz. Que se abrió el camino con uñas y dientes, no solo sin apoyo sino a pesar de de una educación árabe y una ideología caduca.  Quien me enseñó que nada te es regalado y que hay que conquistar tus derechos, día a día, palmo a palmo.

Por mis nietas, para que no tropiecen en el mismo camino. Para que no tengan que llorar por la injusticia, nunca cedan su libertad y nunca se sientan impotentes por ser mujeres.

Por las mujeres acosadas sexualmente. ¿Quién de ustedes, mujeres, pueden verme a los ojos y afirmar que no han sido objeto del deseo de un hombre y no han sufrido por ello? Las que han tenido suerte sólo tuvieron que aguantar amenazas y asedio. Las que han cedido lo hicieron contraviniendo los mandatos de su educación y su religión, superando asco y humillación. Para que sus hijos coman. Para poder ascender. Porque era la única manera de salir adelante. Porque nacieron mujeres y tenían la “suerte” y la “ventaja” de ser deseadas.

Por las mujeres denostadas en su sexualidad. Que nunca alcanzaron, ni alcanzarán, sexualidad plena, porque nunca se les explicó que esta era su derecho, así como el de respirar.

Por las mujeres violentadas. En su cuerpo. En su dignidad. En su respeto. Por las que no son valoradas. Cuya labor no es reconocida, cuyo esfuerzo es ninguneado. No se necesita golpear a una mujer para dejar cicatrices.

Para que las mujeres exijan sus derechos, no rueguen por ellos; para que caminen erguidas, no agachadas; para que nunca callen, nunca “se aguanten”, nunca necesiten usar “subterfugios femeninos”. Para que puedan levantar la cabeza y responder de igual a igual a los que, durante siglos, han ostentado el dominio y las lastiman a diario con su machismo y su poder.

Para que las mujeres sean iguales ante la ley y ante la aplicación de la ley.

Iguales en las mentes de los hombres.

Y más aún, y especialmente, en nuestras propias mentes de mujeres, aún más maltratadas que nuestros cuerpos.