RABINO YERAHMIEL BARYLKA

“Y Aarón y sus hijos tienen que lavarse las manos y los pies allí. Cuando entren en la tienda de reunión se lavarán con agua para que no mueran, o cuando se acerquen al altar para ministrar, a fin de hacer humear una ofrenda encendida a .A.” (Shemot 30:17-21).

En mi libro Supersticiones y Creencias Populares en el Judaísmo, que se está imprimiendo en estos días en el D.F., hago referencia al instinto tan humano de buscar efectos apotropaicos para prevenir o alejar el mal.

Encontramos ejemplos de esas actitudes en distintas culturas con múltiples formas y modos. El Talmud las llama darjei haemorí –costumbres de los amorreos, que lindan muchas veces con el paganismo–, la avodá zará.

Por nuestras limitaciones, nos acostumbramos a encontrar significados misteriosos como si fueran verdades absolutas, particularmente cuando no logramos comprender con nuestra inteligencia algún tema intrincado de la Torá escrita o verbal, del universo, la naturaleza o de lo cotidiano.

Cuando la humanidad enfrenta una pandemia como la presente, acerca de la cual poco o nada se conoce, se extiende más que nunca la búsqueda de señales y símbolos, y de fórmulas mágicas y fantásticas.

Ese proceso puede resultar entretenido no menos que el hacer circular las bromas y chistes que se repiten en las redes sociales porque a algunas personas les permite manejar mejor su pánico y la angustia que produce la amenaza incierta y desconocida del virus. Pero es en sí una vía que debemos evitar.

La función de la fuente de bronce que aparece en nuestra parashá es servir a los cohanim para que se laven las manos y los pies antes de sus labores en el lugar sagrado. La Guemará se ocupa del cumplimiento de la santificación de las manos y los pies en varios lugares, especialmente en el segundo capítulo del tratado Zevajim (folio 19 y más adelante) y usa dos expresiones diferentes para describir la acción de los sacerdotes en la fuente: a veces la llama “santificación de manos y pies”, y a veces “lavarse las manos y los pies”.

Para ingresar a realizar sus tareas, los cohanim debían santificarse a un nivel mayor pese a estar puros ritualmente y físicamente limpios y para ello la Torá ordena que lavarán con agua sus extremidades. Como deben prepararse internamente para la actividad sagrada, lavarse en esos momentos les ayudaba ingresar al recinto más motivados, tal como nosotros debemos prepararnos antes de ingresar a la sinagoga y meditar en la próxima acción de orar. El objetivo de los versículos citados no era para cuidar la pulcritud y la higiene.

Debemos diferenciar muy claramente la ablución de pies y manos de los cohanim con el precepto religioso del lavado ritual de manos que se basa en el libro de Vaikrá, según el cual toda persona debe realizar en muchas ocasiones durante el día. Aquí ponemos algunos ejemplos de esa acción: al despertarse; al salir de una letrina, baño o casa de baños; antes de orar; antes y después de comer pan;  después de tocar una parte del cuerpo que está sucia o habitualmente cubierta como las partes privadas, el interior de la nariz o las orejas;  el cuero cabelludo; al tocar el sudor del cuerpo;  palpar los zapatos;  después de cortarse el cabello o las uñas; después de participar en una procesión fúnebre o estar dentro de los cuatro codos de un cadáver; al salir de un cementerio, o antes que el Sofer –el escriba–, comience su trabajo de escritura de los pergaminos,  y los cohanim antes de la Bendición Sacerdotal, etc.

Es fácil ver la diferencia entre los lavados que todos tenemos que hacer y su significado espiritual y sus consecuencias evidentes relacionadas al aseo y la higiene corporal.

En estos días me han llegado comentarios acerca de quienes hacen circular que los versículos de nuestra parashá se vinculan a la pandemia del coronavirus. Sin embargo, insisto, que estos versículos se refieren exclusivamente a una parte del servicio de los cohanim en el Tabernáculo y luego en el Templo y no están vinculados con la obligación común de las personas ni con la eventual muerte de enfermos por la pandemia.

Como ya vimos, tenemos obligación religiosa de mantener la higiene y lavarnos repetidamente las manos durante todos los días del año. Esta norma nos acompaña desde hace siglos. A lo largo de la historia la higiene previno a nuestro pueblo de contagios de pestes y males no menos letales. El lavado de manos y el baño ritual, entre otros, sirvieron para nuestra conexión con la espiritualidad y también al cuidado del cuerpo y la salud y la prevención de enfermedades.

En estos días tenemos una doble obligación, la de obedecer las normas que marca nuestra Torá para el lavado de las manos y de seguir todas las instrucciones de los médicos y de las autoridades sanitarias, incluyendo el lavado de las manos, que por ser un medio para evitar el contagio se convierte en norma de la Torá amparada bajo el principio de proteger la vida.

Al mismo tiempo, seamos solidarios con los enfermos y con quienes ven reducidos sus ingresos por la crisis económica y oremos para que la pandemia sea prontamente erradicada.

Entonces se cumplirá fehacientemente el versículo: “No tendrás miedo de nada pavoroso de noche ni de la flecha que vuela de día, la peste que anda en las tinieblas o la destrucción que despoja violentamente al mediodía” (Tehilim 91:5).

Shabat Shalom.


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