Enlace Judío México e Israel- ¿Acaso ser sobreviviente de una guerra te hace más resiliente a otra? Todo lo contrario.

MAY SAMRA PARA ENLACE JUDÍO

Un gran experimento

La guerra me sorprendió en casa, en Beirut, recién salida de la adolescencia a los 17 años. Fue mi primer encierro.

El encierro no es sólo físico. Dibuja paredes en tu mente y te predispone a prisiones más adelante. Estás más dispuesto a ser dominado, a ser prisionero. Esto deberá ser tomado en cuenta para las futuras generaciones de quienes han sido encerrados. Y para entender los autoritarismos que vendrán. El encierro físico supone también una cárcel de la mente, una parálisis del cuerpo. Tu paso ya no es tan largo, tu andar es más lento. Piensas antes de abrir la puerta.

El mundo es grande pero, si lo reduces por la fuerza a unas paredes, ¿qué sucede con los centímetros cúbicos de tu cerebro?

Somos los conejillos de Indias de la primera investigación a nivel mundial que ha logrado encerrar a seres humanos en sus jaulas, voluntariamente.

Vuelvo al inicio, la guerra civil en Líbano en 1975. El encierro que marcó mi vida.

Quién manda aquí

Una guerra civil incluye también un paradigma: el fin de la autoridad oficial. Es cuando el gobierno de tu país, o de tu casa, baja los brazos y dice: no puedo más. No puedo protegerte, proveerte, te abandono. A ti, que has depositado tu fe y tu confianza en mí durante todos estos años.

Es cuando, en Líbano, el gobierno cae, cuando el ejército se divide entre los dos bandos.

Cuando le pregunto a mi padre: “¿Estaremos bien? ¿Sobreviviremos?” Y me responde : “No sé”. Qué golpe para un hijo; peor golpe para el padre.

Cuando le preguntas a tu madre dónde sentarte mientras los balazos rodean tu casa, y te dice “Donde te diga tu corazón”. Apela, y con razón, a tu instinto de sobrevivencia. Y renuncia a la responsabilidad.

Cuando ves y escuchas el terror pero no hay quién te reconforte. Pero te siguen dando indicaciones. Y crees que ha sucedido lo peor, pero no es así: es aún más duro cuando pierdes la confianza y no hay instrucciones.

Hoy, el virus reina y el gobierno gobierna. Pero no deja de ser sólo un gobernador. Y aquí te revelo quién es el verdadero amo: el azar. La suerte. Algunos le llaman destino. Yo, que soy creyente, le digo Dios.

Pero es el último recurso de la ética: una moneda al aire para decidir quién vive y quién muere. Quién recibirá el respirador.

No sientas

El miedo. El pánico. Cuando la adrenalina te llena las entrañas y te dispones a la acción. Pero no hay nada que puedas hacer. En Líbano, los judíos éramos vulnerables, un blanco impotente. Estábamos en plena guerra pero no éramos de ningún bando. Por ello, no teníamos armas ni defensa. Y allí, los ojos, los oídos y la imaginación eran nuestros peores verdugos.

Los guerrilleros andaban sueltos por un país sin autoridad, armados y drogados. Las casas se volvieron nuestras cárceles y ellos nuestros carceleros; asaltaban casas, tiendas, establecimientos para tomar lo que necesitaban. Víveres, mercancías, dinero, mujeres, niños, estaban al alcance de sus manos.

Gritos. ¿Acaso son de mujeres que estaban siendo violadas? Por la ventana, vemos cuerpos sin vida. ¿Dónde está el francotirador? ¿Quizás acechando y esperando a que me asome por la ventana?

Mejor no veas. Mejor no imagines.

Mejor no sientas. Es la mejor protección. Así, no duele.

Un nuevo lenguaje

Cada época tiene su lenguaje. En enero, entró a nuestro idioma la palabra coronavirus. Luego se refinó: Covid-19. Ahora se extendió a SARScov-2, el nombre del virus. Más palabras para tu léxico: hidroxicloroquina, remdesivir, Zoom, contingencia, Susana Distancia. Pero también: contagiados (precedido por un número), fallecidos (precedido por un número), como parte de nuestro vocabulario cotidiano.

En época de mi guerra, en Líbano, las palabras eran: Kalashnikov, M16, “Amina Uasalika” (“segura y con circulación”, aplicada a las calles y carreteras), “Hajez” (retén), “Tajo” (lo ametralló) y otras que nos apropiamos al ritmo de los acontecimientos.

Libertad a cambio de seguridad

Conservar la vida. Propósito supremo de la humanidad. Terreno en el que se dan la mano la ciencia y la religión: la vida es primero. Y allí está la pregunta: ¿qué estás dispuesto a ceder para sobrevivir? ¿La dignidad, las pertenencias, la familia? ¿Qué tal la libertad? Te juro que ni se siente. De por sí eres esclavo. Y, ya lo sabes, la libertad es la posibilidad de elegir tus propias cadenas.

Te cambio tu libertad por seguridad. Eterno dilema de la civilización.

Tu libertad después de la cárcel

Sabemos que saldremos del encierro, aunque decimos lacónicamente “va para largo”. También sabemos que “el mundo no será el mismo después”.

¿Qué haremos con nuestra libertad, una vez recuperada? Una libertad que, hay que reconocerlo, está seriamente comprometida por los poderes que utilizaron el virus para obtener control.

Yo sé lo que hice con mi libertad en ese verano de 1975. La entregué. La regalé al primero que me la pidió. La sacrifiqué en el altar de la felicidad conyugal, del cálido abrazo del clan protector.

¿Qué harás con tu libertad cuando la tengas de vuelta? ¿Cómo la amasarás con el cúmulo de miedo, de palabras, de encierro, de alivio, de agradecimiento por estar vivo?¿A quién se la entregarás?

Esta es una pregunta para cavilar seriamente mientras estamos aislados. Vale la pena dejar por un breve rato el insaciable trabajo, el indomable noticiario, las devoradoras labores del hogar,  las series que ofrecen una falsa evasión,  los webinars y conferencias.

En este encierro dentro del encierro, en un doloroso aislamiento interno, confrontémonos.

Pensemos seriamente en apropiarnos, por fín, de nuestra libertad secuestrada.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío