Enlace Judío México e Israel – El sexo es un mandamiento: divino y de la naturaleza. Sin este, no existiríamos.

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El acto sexual tiene mu chas retribuciones, muchos premios; cumplimos un mandamiento de D-os, realizamos una Mitzvá, perpetuamos la especie, gozamos a nuestra progenie y obtenemos placer. Un placer que en primera instancia es físico, que puede llegar a ser el mayor placer físico para la mayoría y que nos motiva a actuar de maneras sublimes o criminales.

En animales de laboratorio privados tanto de alimento como de sexo, al presentarles simultáneamente las dos opciones, se observa que antes de comer para sobrevivir, se entregan al sexo.

El más sencillo organismo vivo tiene la capacidad innata, genética, de realizar su actividad sexual, sin ir a terapias ni clases se sexología. No podemos saber si lo hacen instintivamente o si obtienen algún tipo de placer, pero quien haya visto aparearse a dos animales, caballo y yegua, toro y vaca, gato y gata, estará de acuerdo de que muestran signos de un gran gozo.

Entonces, ¿por qué en la especie humana el sexo, algo tan natural, es causa de tanto conflicto entre los géneros?

Si se pudiera realizar una encuesta, con respuestas totalmente honestas, de seguro se encontraría que, para la mayoría, el sexo es una fuente de miedo, decepción, frustración y malas experiencias.

Y es que a pesar de ser el sexo una de las actividades más privadas, está rodeada, sin embargo, de un cúmulo de ideas socialmente juzgadas que parecen ordenar como debe pensar y comportarse la gente normal respecto al sexo, cuando en realidad, poca gente se siente normal en este terreno.

No nos sentimos tan capaces, adecuados, activos, como creemos que son otros. La mayoría nos sentimos diferentes, fuera de lo normal, pero solo respecto de unos ideales muy distorsionados de la realidad.

Es normal que todos nos sintamos un poco raros, diferentes de los demás en muchos aspectos de nuestra vidas, pero en relación a los temas sexuales, nos es casi imposible hablar, ni siquiera con quien amamos, acerca de nuestros deseos.

Por siglos la mayoría de las sociedades humanas han vivido afligidas y confundidas respecto de los asuntos relativos al sexo. Religiones y costumbres sociales han sido la fuente de una mezcla de confusión y culpa, haciendo que el tema fuera, de alguna manera, prohibido y, en consecuencia, que hablar de ello fuera mal visto y condenado. Esto a su vez ocasionó la falta de conocimiento que lo convirtió en una práctica a la que llegamos con ignorancia y desconocimiento, en la que frecuentemente no sentimos inadecuados.

Y de repente, a partir de la mitad del siglo pasado, vino el gran destape. La píldora anticonceptiva, la amenaza de una guerra nuclear inminente, Vietnam y el movimiento hippie con el amor libre cambiaron todo. O así pareció. Pero las cosas se complicaron todavía más porque no fue fácil adaptarse a esa nueva tendencia de que el sexo es algo natural, fuente de gozo y placer, algo que todos debíamos practicar con entusiasmo, como si fuera el deporte de moda. Pero como el sexo nos causa conflictos, a veces absurdos e irreconciliables con nuestros más profundos valores y compromisos, la sensación de ser inadecuados aumento y con ello, la represión y la angustia.

En las librerías, una de las secciones mas extensas es la de los libros de autoayuda y ahí abundan los manuales sexuales. Como si creyéramos que los conflictos sexuales giraran alrededor de las técnicas y al dominar determinadas posiciones, todo se resolviera y nuestra vida sexual se convertiría en un paraíso, aunque al vernos reflejados en algunas de las ilustraciones, nos sentimos francamente inadecuados o carentes de algunas capacidades.

La cantidad de libros sobre sexo demuestra la necesidad que tenemos de mejorar nuestra vida sexual, de como deseamos tener el encuentro erótico más afortunado y parece que el Gran Sexo, igual de la Felicidad, son sublimes y raras excepciones.

Por eso sería bueno averiguar por qué el sexo puede ser una experiencia tan placentera y gratificante.

Básicamente sabemos que el sexo es la manera de preservar la especie y que nos sentimos atraídos, inconscientemente, a aquella persona que nos hace sentir que con ella tendremos la mejor descendencia. Biológicamente esto es cierto, pero no explica nuestras motivaciones conscientes de la atracción que sentimos por determinada persona y de la sensación de excitación que sentimos cuando pensamos en ella, de la emoción y atracción por verla y lo que pasa en nuestras mente y cuerpo al tener el primer encuentro. No es solo la sensación táctil agradable y el sentimiento de cumplir un mandato biológico. Es mucho más. Es el gozo de salir, por un momento, de emerger de nuestro aislamiento y aventurarnos a un mundo frió y anónimo.

El aislamiento se vuelve parte de nuestras vidas desde la niñez. Cuando nacemos, todas nuestras necesidades son cubiertas, por el simple hecho de que existimos. Nos alimentan, nos cuidan y acarician sin que siquiera tengamos que pedirlo.

Pero pronto viene la salida. Dejamos de tener el pecho de nuestra madre y debemos acostumbrarnos a masticar el alimento. Nuestro cuerpo deja de ser admirado y cada vez debemos cubrirlo más y cada vez hay más partes de nosotros que no deben ser ni tocadas ni vistas por otros, hasta que llegamos al punto en que lo único que nos está permitido es dar un ocasional apretón de manos, un abrazo o un beso en la mejilla.

La satisfacción de los otros por nuestra existencia disminuye y su entusiasmo empieza a depender cada vez más de nuestro desempeño y de lo que hacemos, en lugar de en quién somos. De pronto tenemos que empezar a ganar dinero y la sociedad nos mide de acuerdo a qué tan bien lo hacemos. Tenemos que empezar a controlar qué decimos y cómo nos vemos. Empezamos a sentir que hay partes de nosotros que son desagradables, que nos disgustan y que tenemos que ocultar a los demás, para lo que gastamos dinero en ropa y cortes de pelo y nos convertimos en criaturas avergonzadas, ansiosas y con sentimientos de torpeza. Somos ya adultos, expulsados del paraíso.

Pero muy dentro de nosotros, siguen existiendo las necesidades básicas con las que nacimos: ser aceptados como somos, sin relación a nuestros actos; ser amados en y por nuestro cuerpo; estar en los brazos de otro que sienta el ocasional placer del olor de nuestra piel. Todas estas necesidades son el motor de nuestra búsqueda idealista de alguien a quien besar, con quien dormir.

Imaginemos a una pareja que se sienten atraídos uno por el otro en su primera cita. Dejemos de lado la narrativa de la reproducción y la genética. Los dos están emocionados por rebasar las muchas barreras sociales que existen en el camino a la intimidad. Y es aquí donde reside el erotismo que experimentarán en su camino hacia la cama.

Después de todos los rituales sociales, llegará el momento en que uno de ellos acercará su cara a la del otro, con expectación y algo de temor de ver si es aceptado o rechazado pero su avance encuentra, para su satisfacción, solo una sonrisa tierna, de bienvenida. Y en ese momento sienten la combinación única de humedad y piel sobre sus labios.

El placer de este momento solo se entiende si lo ubicamos en un contexto más amplio. Con la mayoría de la gente con la que nos cruzamos todo el tiempo, no pensaríamos en besarlos, mucho menos en tener sexo con ellos y no tenemos más remedio que mantener una sana distancia para que no se invadan nuestros espacios vitales (más si hay epidemia).

Y de repente llega el beso. Ese dominio profundamente privado de la boca. La cavidad oscura y húmeda donde nadie entra además del dentista, en donde reina silenciosamente nuestra lengua, se prepara para abrirse a otro. La lengua, que nunca pensó en encontrarse con alguien semejante, alegremente se une a un miembro de su especie, avanzando con reserva y curiosidad hacia el visitante y nos sorprende encontrarnos con cavidades y rincones que hasta entonces solo conocíamos en nosotros.

Esto que con la persona equivocada sería desagradable, que llegaría hasta a causarnos asco, con la persona adecuada, en el momento adecuado, en el momento en que el disgusto estaría al máximo, se convierte en un placer permitido y bienvenido. La naturaleza privilegiada de la unión entre dos personas se sella con un acto que con alguien más sería horrible.

Y este es el principio del camino en el que vamos alcanzando nuevos niveles, rebasando barreras.

Continuará…


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