Enlace Judío México e Israel – España ha empezado muy tímidamente su desconfinamiento en varias fases. En la presente llamada Fase 0 los niños pueden salir a jugar (no en compañía de otros) y los adultos pueden (después de casi 50 días) salir por primera vez a la calle a hacer ejercicio de forma individual, limitaciones que en otros países del entorno europeo ni siquiera llegaron a imponerse.

Como es lógico, los primeros días se produjeron algunas congregaciones demasiado cercanas de paseantes (cada grupo de edad limitado a unas franjas horarias), especialmente durante el fin de semana, coincidiendo con una ola de calor que invitaba a disfrutar de un aire más limpio que en los últimos 10 años por la escasez de tráfico rodado. Lo que llama la atención, no obstante, es el efecto contrario: cómo algunas personas se resisten a dejar la supuesta seguridad de su encierro, lo que se conoce como el “síndrome de la cabaña” que suele afectar a individuos privados de libertad de movimientos durante un tiempo más o menos prolongado.

El rey de la situación, más que la amenaza biológica, sigue siendo la incertidumbre, multiplicada por el efecto de las falsas noticias y esperanzas que amplifican las redes sociales, la vida alternativa que experimentamos desde hace casi dos meses. Incluso en tiempos de desescalada, lo que prima es información pesimista sobre el futuro: sanitario (posibles rebrotes), económico (desplome de la producción) y social (desempleo y empobrecimiento de las clases medias). También la visión de un mundo que a la salida tendrá que adaptarse para sobrevivir. ¿Cuántos oficios se habrán perdido, no sólo temporalmente, sino como una fuente habitual de ingresos? Tomemos el caso de los músicos. Durante la década pasada, especialmente, este sector se vio muy afectado no sólo por la crisis económica internacional, sino por el viraje tecnológico que acabó casi definitivamente con la industria discográfica, que sólo es rentable para un selecto club internacional de superestrellas consagradas. Los músicos de la segunda década de este milenio tuvieron que conformarse con la recaudación en taquilla de sus conciertos. Ahora, tras la pandemia, estos encuentros, de los más íntimos a los multitudinarios, se verán tan afectados que puede que acaben con una enorme proporción de artistas de lo sonoro que tendrán que migrar a nuevas ocupaciones, si las encuentran.

Ya existen países, como Israel, que están recuperando el músculo económico en sectores tecnológicos, pero nadie duda que el retorno a la vida social anterior será imposible durante mucho más tiempo que el soportable para algunos sectores entre los más tradicionales. ¿Qué pasará entonces? ¿Habrá lugar para el arte o sólo podrán permitírselo las élites sin compromisos de subsistencia?

*El autor es director de Radio Sefarad


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