Enlace Judío México e Israel – El COVID-19 obligó a cerrar las sinagogas, y en los lugares que ya se abrieron, los asistentes deben someterse a distintas medidas que hacen que nos enfrentemos a una nueva realidad. En muchos lugares en Israel, las Tefilot improvisadas en las calles y en las escaleras de los espacios abiertos, atrajeron más feligreses que las sinagogas en tiempos normales, y pese a haber reducido aquellos textos que se pueden decir individualmente, el sentimiento y el fervor crecieron. 

Toda crisis, dicen, es una oportunidad para instruirse y corregir. Es el momento de aprender lo que sucede para poder usar los elementos positivos para el futuro. La experiencia debe dar un impulso para innovar, ajustar, y volver a innovar. Si eso es cierto en todos los ámbitos de la vida, mucho más lo es en la vida comunitaria.

En las congregaciones, muchas veces se olvida la visión que debe guiarlas, envueltos en las preocupaciones financieras que nunca faltan y se posterga enfocarse a ver el largo plazo para su desarrollo. A los directivos les resulta más fácil bajar costos para llegar a un presupuesto equilibrado, que encontrar nuevos sistemas voluntarios de aportes y los medios para profundizar el compromiso de los miembros con su judaísmo. El objetivo debe ser mucho mayor que el de mantener o hacer crecer la masa de los socios y asistentes.

Si bien todos desean que más personas asistan a los servicios religiosos poco o nada se hace para crear una comunidad acogedora, en un ambiente hospitalario y protector. Las ceremonias y las actividades se repiten sin pensar en la dinámica necesaria para crear un diálogo fructuoso en tiempos en los que jóvenes y mayores están enajenados durante largas horas del día en diálogos que no permiten comunicación. Algunos creen que si aumentan los manjares y las bebidas que sirven después de las Tefilot, ello será suficiente para que la sinagoga funcione, sin darse cuenta que las personas tienen sed y hambre de conocimiento y espiritualidad. 

Este es el momento para examinar: ¿Cómo nos reuniremos en Tisha Be’Av y en las Grandes Fiestas, para lograr que los participantes vibren y sientan? ¿Cómo llegaremos a los niños, a las mujeres y a los ancianos después de haberles excluido y después que les prohibimos ingresar a la sinagoga arrogándonos potestades que nadie nos dio?

¿Cómo manejaremos la ansiedad frente a una identidad no suficientemente elaborada, cuando las sinagogas compiten por partes discrecionales de nuestras lealtades y nuestro tiempo, para garantizar el compromiso genuino de las personas hacia un motivo trascendente?

¿Somos capaces de mantener una cultura libre de conflictos, sospechas, culpa, mediocridad, dudas y miedo a ideas nuevas, que crear las relaciones que construyen comunidades en que el judaísmo confiera sentido a la vida y abra la puerta para hacer una diferencia en el mundo?  ¿Podremos movernos del asiento en el que se guardan viejos odios y enconos?

Líderes que consideran el judaísmo como una fuente de significado en la vida, son guiados en sus decisiones en los valores judíos, con el entendimiento de pertenecer a una comunidad alineada entre la intención y la acción en todos los aspectos de la vida congregacional, la toma de decisiones y su cultura que debe nutrirse desde afuera y proyectarse hacia quien no se acerca.

Los participantes deben verse como partes de un pacto y no como consumidores de un conjunto de servicios. Forjan relaciones ricas y matizadas con uno y otro con su judaísmo, con Dios, y con Israel. Expresan y promulgan estas relaciones a través del estudio, el servicio, la oración y las obras de bondad amorosa. Apoyan a los cercanos y a los lejanos en tiempos de alegría y prueba. Sienten esta reciprocidad madura de un intercambio transaccional simple a un sentido sagrado de relación del Pacto. La congregación prospera porque impacta en la vida de sus “miembros”, que la ven como un vehículo para encontrar significado en sus vidas, y se ven a sí mismos íntimamente comprometidos en ayudar a que prospere.

Con esas condiciones pueden y deben invitar al prójimo a encontrar sus caminos en una vida judía que crean. Hacer un espacio para aprender a dirigir la oración, leer la Torá y las Haftarot, compartir un Dvar Torá, visitar a los enfermos y confinados en casa para consolarnos mutuamente en sus pérdidas y festejar a todos en sus alegrías, obliga a sacar la vida congregacional del edificio y organizar pequeños grupos que se encuentren en los hogares de las personas para aprender, socializar y celebrar Shabat o festividades judías, para que entiendan que la vida judía no se limita al espacio ritual.

Debemos ver cada éxito como un peldaño hacia el próximo mayor éxito, siempre conscientes de lo que está cambiando a alrededor y no conformarnos con algunos resultados.  

El rabino Yosef Soloveitchik enseñó una y otra vez que “Ein Kedusha Bli Hajana“, no hay santidad sin preparación. No hay tal cosa como la santidad innata. La santidad es producto de las elecciones y acciones humanas. En sus propias palabras, “Kedusha como objetivo huele a fetichismo”. 

Debemos repensar la comunidad para que sea inclusiva, para que todos sean bienvenidos. 

Cuando el coronavirus se convirtió en pandemia, no distinguió entre quienes cumplían más o menos preceptos, ni entre ricos y pobres. De ellos se desprende que no solo podemos compartir un destino común con una parte del pueblo judío con la que compartimos un estilo de vida religioso, sino también con todos los que viajamos juntos por la historia, azotados por tormentas ocasionales de antisemitismo y necesitados de dar consuelo en el apoyo y la solidaridad con otros. ¿Acaso no compartimos el destino espiritual con los judíos que practican el judaísmo de manera diferente a la nuestra? 

Todos suscribimos dos pactos que son dos alianzas: el pacto de la salida de la esclavitud y el pacto del Sinaí. El primero es un pacto de destino, y el segundo un pacto normativo que nos hace especiales. El Brit Goral (pacto del destino) comprende la interdependencia de los judíos porque somos un pueblo con un destino colectivo, pero tenemos también tenemos una misión y un propósito.   

La sinagoga y la comunidad son instituciones centradas en la misión, por ello deberían actúan principalmente como una familia en la que todos son bienvenidos. Durante años no fuimos conscientes de las fuerzas centrífugas que estimulamos y del daño producido por ello. 

No venimos a los servicios religiosos para lucir bien y disfrutar con la compañía de otras personas bellas y exitosas. Llegamos envueltos en nuestra debilidad y en nuestra vulnerabilidad, para apoyarnos unos a otros, para encontrar la aceptación mutua que nos pueda dar el coraje de sanar y crecer.

Todos tenemos defectos. Todos somos vulnerables. Cada uno de nosotros ha hecho cosas que pueden llenarnos de vergüenza. Si las comunidades judías son dispensarios para la curación y el apoyo, entonces podemos luchar por la justicia y podremos abrir nuestros brazos en la inclusión radical sin una suposición falsa de superioridad.

Este es el momento de hacer todas las preguntas y encontrar respuestas que nos sirvan para crecer y ser mejores. 

La crisis nos convoca a la oportunidad.

 


Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.