Enlace Judío México e Israel – La pandemia del coronavirus es, sin lugar a dudas, el evento mundial más devastador de los últimos 100 años, las consecuencias de su aparición han trastocado a todos los países del orbe, sin excepción.

Dr. Jorge Cappon

Fue un fenómeno inesperado, sorpresivo y repentino que trajo consigo enormes consecuencias para el bienestar de toda la población a nivel global y lejos estamos aún de conocer el alcance de sus efectos en nuestras formas de vida presentes y menos todavía sus repercusiones futuras, ya que se trastocaron todas las actividades humanas: economía, trabajo, salud, educación, convivencia social, relaciones familiares.

Apenas el día de ayer (11 de Junio 2020), el Presidente de la Reserva Federal Jerome Powell declaro que la recuperación económica podrá durar varios años. El día de hoy el Dow Jones, reinicio su caída con pérdida de más de 1500 pts. El Wall Street Journal también el día de hoy publica que de 8 millones de oz. oro guardadas en bóvedas en NY en Marzo del presente año, estas se elevaron a 29.7 en este mes.

El precio del oro siempre ha sido un termómetro de la incertidumbre financiera.

Cuando algo así sucede nuestra mente actúa de distintas maneras para tratar de enfrentar una amenaza.

Ciertamente este es un hecho traumático de enormes proporciones que como resultado moviliza varios mecanismos de defensa, la gran mayoría total y absolutamente inconscientes. Esto se produce como un intento de la mente para tratar de enfrentar un acontecimiento que, como en este caso, resulta terriblemente amenazador por lo incierto y por la ausencia de referentes similares a los que se pudiera apelar para comprenderlo. Pone en duda nuestra sobrevivencia, la de nuestras familias, amistades, colegas y de la población en general.

La incertidumbre que nos provoca es absolutamente intolerable y pone en entredicho nuestra futura existencia. (Me contagiaré? Será grave? Sobreviviré? Me dejará secuelas? Todo esto no solo para mí sino también para los integrantes de mi familia, amigos, conocidos etc. etc.)

Es pues un acontecimiento inconmensurablemente traumático y que además eleva los niveles de estrés a grados difíciles de tolerar.

Ante una amenaza tan significativa vamos en primer lugar a defendernos tratando de negarla.

(No es posible, es un sueño, una pesadilla, no puede ser, no creo que realmente este sucediendo, es “fake news”, una conspiración, etc, etc,)

En ocasiones además introyectamos al virus, pensando o sintiendo que ya estamos contagiados o fantaseando que de hecho ya en el pasado fuimos ya contagiados y entonces nos vamos a morir o por el contrario ya tenemos la inmunidad necesaria para seguir viviendo.

Esto nos permite tener un poco más de tiempo para que nuestra mente lo pueda “digerir” y eventualmente tratar de “superar” este acontecimiento.

Al darnos cuenta que finalmente en realidad esto sí está sucediendo, nos invade un incontrolable sentimiento de furia y de enojo.

Además de estos dos mecanismos defensivos, ante la terrible amenaza recurrimos de manera también inconsciente a una importante regresión con la supuesta finalidad de sobrevivir el ataque. Es como cuando un ejército pierde una batalla y tiene que reagruparse y ceder el terreno previamente conquistado.

En este caso, la regresión nos lleva a estados más primitivos, inmaduros e infantiles de acciones, emociones y sentimientos.

Nos enojamos pues con “Mamá y Papá” (Gobierno, Policía, Instituciones de Salud, de Economía) porque no están siendo capaces de protegernos de esta abrumadora amenaza, sobre todo cuando nos sentimos como cuando éramos bebés o niños, débiles, dependientes y muy vulnerables.

Todo esto puede explicar y ayudarnos a entender estas protestas y manifestaciones que también están extendidas en un gran número de países.

Independientemente de la real y justificada reacción ante el abuso de autoridad subyace esa inconsciente necesidad de protestar ante la Policía que representa a la autoridad (Papá, Mamá) que no está pudiendo solucionar la enorme amenaza a la cual ahora además se suma la económica. Pérdida de empleos, de negocios, del sustento y de las consecuencias a futuro de cómo vamos a sobrevivir no solo por la salud sino ahora además por el sustento y lo económico. Se suman y se concatenan estos dos factores absolutamente imprescindibles para nuestra vida y existencia.

Otro fenómeno muy primario e inconsciente digno de resaltar, es la masiva idealización y glorificación de las víctimas por parte de los manifestantes de la masa y del público en general.

Lo que sucede a un nivel muy inconsciente y propio de la psicología de las masas es que se identifican con la víctima por su propia vulnerabilidad y la ausencia de la deseada y necesaria protección de la buena mamá en lugar de la actuación del temido mal papá.

Es entonces entendible que las manifestaciones se conviertan en violentas y que los manifestantes se identifiquen y se glorifiquen a sí mismos usando y utilizando a la víctima de la injusticia.

Por otro lado e independientemente de lo anterior, es también innegable que a raíz de este hecho traumático tengamos una serie importante de pérdidas.

La libertad de las interacciones personales, los cubre bocas y caretas, salir de casa, los recursos, el patrimonio, los ahorros, el enorme costo que conlleva esta nueva realidad, la certidumbre y nuestra tranquilidad.

La reacción emocional natural ante una pérdida importante es la depresión.

De acuerdo con que tan importante sea esta la depresión será más o menos grave o severa.

Como podemos ver por todo lo anteriormente expuesto es desafortunadamente cierto que en esa “nueva normalidad” estamos ya experimentando fuertes dislocaciones en distintos frentes de nuestras vidas. Y falta lo que está por venir.

Nuestras interacciones futuras, nuestra adecuación a esa nueva realidad, las consecuencias en nuestras finanzas, nuestro trabajo o empleo, etc, etc.

Una de las medidas más importantes que tenemos para evaluar el grado de salud mental de una persona es justamente el grado de capacidad de reconocer la realidad tal y como realmente es.

Todo lo anteriormente descrito nos puede en un momento dado llevar a distorsionarlo y verlo de una manera distinta.

El ser optimista o pesimista no es lo que realmente importa, lo que si nos va a ayudar es adquirir la capacidad de ser realistas, lo cual va a contribuir a que nos podamos adaptar a esa nueva realidad.

Lo de afuera no lo podemos cambiar, lo que si podemos es aceptarla tal y como es, para entonces saber en qué tenemos nosotros que modificar para salir bien librados o al menos con las menores afectaciones posibles.

Eventualmente se va a encontrar la deseada vacuna y el o los medicamentos eficaces para combatir al COVID-19. Sin embargo tardaremos algunos años en poder recuperar una cierta normalidad.

Pienso que esta crisis podrá dejar algunas lecciones valiosas para aquellos que tengan la suficiente humildad de aceptar que no sabemos todo pero que podemos, si queremos, seguir aprendiendo y que ello nos permitirá no solo sobrevivir, sino aprender a vivir en esta aparente distopía que será en adelante nuestra necesaria forma de vida.

Puede ser que nos lleve a ser  más empáticos con nuestros semejantes, acaso nos cuestionará lo que dábamos por hecho, nos llevará a resignificar lo verdaderamente importante de nuestras vidas y a  cuestionar lo que creíamos que era aparentemente más importante antes y lo que realmente nos puede traer felicidad en la vida, en esta vida, aquí y ahora.

Finalmente mientras tengamos hálito de vida podremos decidir buscar los mecanismos necesarios para no resultar avasallados por las circunstancias y decir, como dijo el poeta: “vida, nada me debes, vida, estamos en paz”.


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