Enlace Judío México e Israel – La sexualidad es uno de los aspectos más importantes de la persona. Es el único medio que tenemos para dar vida y la forma en que mejor conocemos nuestro cuerpo y deseos. Es capaz de despertar las emociones más contradictorias y las sensaciones más desagradables o placenteras. Cualquier filosofía que hable del espíritu, la persona y el cuerpo tratará el tema de la sensualidad, porque al abordarlo refleja su postura frente a las relaciones amorosas, la pareja, la vida, el cuerpo y el placer. Por eso cada cultura y cada época ha desarrollado una postura clara frente a la sensualidad ya sea a través de la aceptación o el rechazo, la profundidad o la banalidad, porque finalmente es parte esencial de lo que nos conforma.

En el judaísmo la relación íntima es sagrada; uno de los momentos que la pareja está más cerca de D-os en la tierra. Representa además la unión del cuerpo y el alma, de las dos personas en una sola carne. La palabra bíblica usada para referirse al acto sexual es “daat” – “conocer”. Sin embargo no habla de un conocerse superficial, repentino o vano sino de aprehender la esencia de la persona con la que el acto ocurre. Unirse a ella no sólo implica la unión física sino el conocerla, sus sentimientos, su trayectoria, sus deseos, sus formas, implica un camino compartido de toda la vida, un destino conjunto y una intimidad que sólo existe con esa persona. Por eso es que esa unión se sacraliza y ocurre únicamente en el marco del matrimonio. Sólo a través de la constancia, el amor y el trabajo conjunto es que ése nivel de intimidad es posible y la relación sexual se vuelve sagrada; incluso más que sagrada, un mandato divino.

Dentro de las leyes y tradiciones judías existen estructuras y ritos que le ayudan a la pareja a recordar la santidad del matrimonio y el sentido espiritual de la relación sexual. Entre ellas se encuentran las labores que ambas partes cumplen dentro de su rol como esposos, la constancia y frecuencia con la que se deben tener relaciones sexuales y la forma de tratar a la pareja; sin embargo, las conocidas son las referentes a la “pureza familiar” (Taharat hamishpajá) y la inmersión en aguas corrientes (Tevilá o Mikvé). Trataremos de abordar el tema a continuación.

Taharat hamishpajá: La santificación de la relación sexual

Taharat hamishpajá ha sido traducido a lo largo de los años como las “Leyes de Pureza Familiar”. Sin embargo, por la naturaleza del hebreo y el español o el inglés dicha traducción ha causado malentendidos y disgustos a grupos que ven las palabras “puro” e “impuro” como categorías ofensivas para la mujer. Más allá de las traducciones nos gustaría hablar del origen de los términos en su idioma original. La palabra es tahor y se refiere al momento en que un objeto, animal o persona puede consagrarse en los momentos requeridos. Por ejemplo, los objetos rituales debían ser sumergidos en aguas corrientes para poder ser usados a la hora de comer o en los sacrificios; los sacerdotes debían “purificarse” antes de entrar al Templo y hay objetos que adquieren impureza o son impuros por naturaleza, como un cuerpo muerto de hombre o animal. Eso no quiere decir que sean inmorales o desagradables, sino simplemente que no pueden estar presentes en ciertos rituales.

En el caso de la familia y las mujeres Taharat hamishpajá son las reglas que le permiten a la mujer consagrar la relación sexual. Como todo aquello que se santifica tiene normas que la separan de la cotidianidad y la vuelven sagrada. Al igual que toda práctica judía se encuentran delimitadas tanto en la Torá (en el libro de Vaikrá, Levítico, como en el Talmud), por lo que tienen una parte divina y una parte humana, rabínica. Se refieren primordialmente a dos áreas al momento en que puede ocurrir la relación sexual y al ritual que le permite iniciarlas nuevamente. Ambas están muy ligadas al ciclo reproductivo de la mujer.

Nidá y Mikve

Al periodo en que la mujer no puede tener relaciones sexuales con su esposo se le llama “nidá” (también se usa para describir a la mujer cuando se encuentra en ese período); quiere decir “separación” o “separada” y abarca desde el día en que empieza a menstruar hasta siete días después en que ha dejado de menstruar y no hay ningún rastro visible de que la menstruación haya continuado. En la mayoría de los casos es un total de 12 a 14 días, aunque depende del ciclo de la mujer en cuestión. Durante ese tiempo hombre y mujer duermen separados, no se tocan, ni incurren en relaciones sexuales.

Una vez que han pasado siete días enteros en que la mujer no ha sangrado acude a un baño ritual en aguas preparadas especialmente para ello, hace la bendición correspondiente, se sumerge totalmente y acabado el acto puede iniciar nuevamente la relación sexual con su marido. A este recinto se le llama “mikve” (proviene de unión de aguas) o “tevilá” (sumergir).

Para que el ritual se realice correctamente hay una serie de condiciones que deben de cumplirse, son por demás complejas y el Talmud dedica un tratado completo a ellas. Sin embargo hay algunas que podemos señalar, por ejemplo el agua en el que uno se sumerge debe provenir de una fuente natural y ser corriente; hay quienes usan el océano, algunos lagos y ríos como mikve aunque no todos sean propicios para ello. Si se realiza el baño con agua proveniente de la lluvia ésta no puede ser recolectada en una forma tradicional, el recipiente en el que se encuentra debe estar al ras del suelo, debe dejar correr el agua y ser incapaz de sostenerla y debe llenarse naturalmente sin que se llene artificialmente, entre otras condiciones. El lugar además debe ser lo suficientemente profundo para que la mujer pueda sumergirse por completo en él y tener una cantidad mínima de agua.

Todo el cuerpo de la mujer debe estar en contacto con el agua, por eso debe bañarse, cortarse las uñas antes de sumergirse y una vez abajo del agua realiza la acción desnuda, incluso los cabellos deben estar completamente rodeados del agua. Hay un testigo (mujer o su propio esposo) que da testimonio que el cuerpo entero ha quedado sumergido.

Dentro del agua la mujer dice la siguiente bendición:
בָּרוּךְ אַתָּה אֲדֹנָי אֱלֹהֵינוּ מֶלֶךְ הָעוֹלָם, אֲשֶׁר קְדְּשָׁנוּ בְּמִצְוֹתָיו וְצִוָּנוּ עַל הַטְּבִילָה
Baruj Atá A-do-nai Elo-nu Melej Haolam asher kideshanu vemitzvotav vetzivanu al hatevila

Bendito eres Tu D-os, Nuestro D-os. Rey del Universo que nos ha santificado con sus mandamientos y nos ha ordenado hacer la inmersión.

¿Por qué se hace así?

¿Por qué las leyes de pureza y de inmersión son así? Usualmente la Torá no ofrece explicaciones a muchísimas leyes que involucran la consagración ritual. A estas leyes se le llaman “jukim” precisamente porque su origen trasciende la racionalidad humana, nos recuerdan la divinidad de las leyes no desde su sabiduría universal sino desde su origen; como mandatos dados por D-os, un soberano más poderoso que el humano. Se hacen de la forma en la que hacen porque así fue marcado por la Torá y la tradición. Sin embargo, quienes las practican y la estudian dan ciertas razones y beneficios a por qué las leyes se hace de esta manera. Los detalles y explicaciones que a mí más me gustan radican principalmente en dos características. El lugar que las leyes de pureza le da a la mujer en la familia y el ritmo interno en la que imita su cuerpo.

A través del tiempo de Nidá la pareja tiene un renacimiento en su interior, se obligan a sublimar sus impulsos sexuales para abrir espacio a otra forma de contacto, se sobreponen a su instinto más natural, dominan su cuerpo para conectarse a un sentido más profundo, más fuerte y más poderoso que une a ambos. Ese ritmo de conexión y distancia que juegan entre ambos, el cual imita el cortejo inicial que tenían antes de ser pareja, se lleva a cabo imitando los ritmos y los ciclos del cuerpo de la mujer. Es un camino que se abre hacia la vida (el periodo fértil) y se cierra con la falta de ella (la menstruación).

En cuanto a la mikvé o inmersión es el momento que hace sagrada esa espera ¡Toda la sacralidad de la relación depende de que ella la consagre como tal! El hombre, en este sentido, y la familia entera dependen absoluta y plenamente de ella. En la mujer radica la sacralidad de las relaciones íntimas.

Además los preparativos que conllevan la ayudan a tomar conciencia de su importancia, sumergirse en la mikvé implica un cambio de todo su cuerpo, por eso la inmersión debe ser completa. Ella se está preparando para la relación sexual y para la fertilidad y está consagrando ambas a D-os, está consagrando a su familia; eso la cambia y la prepara internamente.