Enlace Judío México e Israel – Ha pasado el primer momento de festejos por el anuncio del acuerdo que se ha tejido entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos. Por supuesto, los demás países árabes se han expresado con mucha cautela sobre la posibilidad de unirse al coro de naciones musulmanas que regularizan sus vínculos diplomáticos con el Estado judío. Pero te puedo asegurar que eso no va a durar mucho.

Tal y como vengo explicando desde hace cinco años, el empoderamiento iraní —logrado gracias a la protección de Barack Obama— fue lo que provocó el acercamiento entre Israel y Arabia Saudita. Era lógico: ante la amenaza del mismo enemigo en común y la traición de Obama, dos países con añejos diferendos optaron por el pragmatismo, y comenzaron a apoyarse de manera informal (a veces, hasta clandestina) para poder estar listos en caso de que estallara el conflicto con los ayatolas.

Obama se fue y llegó Trump, y con ello vino un cambio en la política exterior estadounidense. Pero eso no significó ningún cambio para la política exterior iraní. Por el contrario: se intensificaron sus intentos por establecer bases militares en Siria, mismas que pudieran ser usadas eventualmente como punta de lanza para atacar a Israel. El ejército israelí tomó sus previsiones y destruyó una gran cantidad de posiciones iraníes, sirias y hasta de Hezbolá, así como cualquier cantidad de depósitos o cargamentos de armas que tenían como destino el Líbano. Pero eso tampoco cambió la fórmula principal: Irán como enemigo potencial y obsesionado con la destrucción de Israel y la deposición de la monarquía saudita.

Así que los viejos enemigos comenzaron a mirarse con otros ojos.

En términos generales, esa misma situación se mantiene hasta la fecha, aunque con un Irán profundamente debilitado. Ni siquiera Hezbolá está en condiciones de dar batalla. Todo el proyecto imperialista de los ayatolas está por entrar en su fase de estertores, y eso se ha acentuado desde la eliminación del poderoso, temible y nefasto general Qasem Soleimani. Un golpe del que Irán nunca se recupero, y menos aún pudo contestar.

Todo ello, por sí sólo, sería suficiente para impulsar a los demás países árabes para que, eventualmente, firmen la paz con Israel.

Sin embargo, hoy por hoy empezamos a ver el inicio de una nueva dinámica que va a acelerar este proceso. De hecho, lo va a volver deseable, indispensable y finalmente irresistible.

Me refiero a los negocios.

Apenas con los anuncios del inminente tratado de paz, israelíes y emiratíes han comenzado a mover agencias y abogados para empezar a elaborar los primeros contratos. Como gesto paralelo para enfatizar que el entendimiento va más allá de las conveniencias políticas y militares, hubo un festejo mayúsculo al momento de inaugurar el primer Beit Jabad en los Emiratos.

Pero es el irresistible mercado lo que va a sellar la amistad —qué digo… ¡hermandad!— de árabes y judíos para las siguientes generaciones.

Se vienen épocas muy complicadas. El cambio climático, la inestabilidad financiera y el irremediable colapso del mercado petrolero son situaciones que no ponen en una posición muy cómoda a los árabes, cuyas economías han estado tradicionalmente petrolizadas. En su embriaguez por la bonanza petrolera, los países árabes perdieron mucho tiempo para invertir en innovación tecnológica. Ya lo han comenzado a hacer, pero están muy lejos de Corea del Sur, Estados Unidos, Japón y, por supuesto, Israel.

Pero esa ecuación cambia en el marco de una alianza regional con el Estado judío, mismo que —por cierto— también se beneficia con esta nueva condición.

Y es que los países árabes todavía tienen mucho dinero. Si todo dependiera del petróleo, podríamos decir que son naciones que están gozando de sus últimos momentos de opulencia, y que para la segunda mitad del siglo XXI bien podrían empezar su declive.

Claro, a menos que inviertan bien ese dinero. ¿Y qué mejor inversión que una sociedad con Israel, una de las naciones más avanzadas en desarrollo tecnológico?

Es una fórmula mágica: dinero árabe y tecnología israelí, justo lo que le sobra a ambos.

El reto al que se van a enfrentar va a ser formidable. Y, obviamente, no me refiero a Irán. El régimen de los ayatolas va a caer más temprano que tarde, y hasta es posible que un nuevo gobierno que esté dispuesto a firmar la paz con Washington, Riad y Jerusalén, se una al bloque económico y comercial que habrán integrado árabes e israelíes.

El enemigo a vencer va a ser el cambio climático. Y no sólo por las dificultades que representará para la sobrevivencia de la gente, sino también para la generación de riqueza. Es decir, para garantizar la productividad necesaria para alimentar a la humanidad y garantizar el trabajo de miles de millones de personas.

Es, por supuesto, un reto mundial. Con el incremento de las temperaturas —un proceso que ya es irreversible—, las zonas mediterráneas se volverán más calientes, y eso va a complicar mucho las condiciones de vida en países como Arabia Saudita o Jordania —ampliamente desérticos—, o incluso Irán (que tiene zonas que, según los cálculos científicos, podrían alcanzar temperaturas de hasta 70 grados centígrados durante los veranos hacia finales de siglo).

A todo ello hay que agregar que el incremento de la temperatura va a acelerar el derretimiento de los grandes glaciares en los polos, y ello provocará un incremento en los niveles oceánicos, así como temporadas de huracanes y ciclones cada vez más agresivos.

¿Cómo vamos a enfrentarnos a esos retos? Con ciencia. Con tecnología. Con nuevos inventos que permitan contrarrestar el cambio climático y garanticen que los alimentos seguirán produciéndose, y que las comunidades costeras podrán sobrevivir sin problema.

Pero para eso se necesitan dos cosas: dinero e innovación tecnológica. Uno todavía le sobra a los árabes. Lo otro es abundante en Israel.

Por todo ello no es difícil prever que la combinación de recursos israelíes y árabes van a ser una bomba productiva de primer nivel, y que eso se va a convertir en muy buenos negocios a mediano y largo plazo.

¿Quién se resiste ante ello? Nadie. Ni Rusia ni Estados Unidos. Vamos, ni siquiera China. Todos están pendientes de lo que va a surgir de allí para también integrarse a las nuevas posibilidades de progreso.

A los gobiernos israelí, emiratí y estadounidense les costó mucho trabajo construir el ambiente adecuado para lograr el establecimiento de relaciones entre los Emiratos Árabes Unidos e Israel. Pero al mercado no le va a costar ese mismo trabajo. Tan pronto se empiecen a ver los primeros resultados de los negocios que están a punto de arrancar entre Jerusalén y Dubai, los demás países árabes van a entender muy rápido que no tiene sentido seguir esperando.

Por supuesto, se podría sospechar de los árabes. Durante casi setenta años fueron abiertos enemigos de Israel. Pero el cambio climático será, justamente, el garante de que árabes y judíos se organizarán para colaborar bien y en serio. ¿Por qué? Porque lo que va a estar de por medio va a ser la sobrevivencia de todos.

No tenemos opción de fallo. Estamos entrando a una etapa en la que cada error va a convertirse, potencialmente, en una catástrofe.

Lo bueno es que llegamos al umbral de esa era con la posibilidad real, por primera vez en la historia, de que árabes e israelíes se decidan enfrentar la vida como cómplices, no como enemigos.

Y eso, sin duda, es bueno.

No se olvide lo que, según el texto bíblico, D-os le dijo al que árabes y judíos reconocen como su padre: “en tu descendencia serán benditas todas las naciones de la tierra”.

 


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