Enlace Judío México e Israel – Hoy lunes 21 de septiembre es Día Internacional de la Paz y es buen momento para hacernos una pregunta relevante: con el establecimiento de relaciones de Israel con Baréin y los Emiratos Árabes Unidos, ¿realmente estamos más cerca de la paz?

La respuesta es sí y no. Como suele pasar en estos casos —complejos por definición— depende del enfoque que hagamos.

Si nos fijamos en el problema como un todo, por supuesto que es un paso hacia adelante en el proceso de pacificar Medio Oriente. Durante siete décadas, la situación oficial entre Israel y los países árabes (salvo por Egipto y Jordania) fue de guerra. Es cierto que eso, en términos prácticos, estaba desactivado y no tenía visos de reiniciarse, pero de todos modos es un avance formalizar la paz y las relaciones diplomáticas, y no quedarse estancado en esa especie de “paz fría” que se vivía entre estos países e Israel.

Pero en términos inmediatos, la respuesta es que esto no se traduce todavía en una pacificación objetiva. El enemigo real es Irán, y sus apéndices son Hezbolá y los extremistas palestinos. Con ellos no se ha firmado la paz y siguen en pie de guerra. De hecho, podríamos decir que —por el momento— lo que se firmó fue un tratado de paz entre naciones enemigas de Irán, así que esto se puede definir apenas como una mejor consolidación del bloque anti-iraní. Pero la principal amenaza para la paz sigue siendo Irán.

Por supuesto, es poco probable que Irán vaya a tomar medidas drásticas en el corto plazo. Igual y nunca logra hacerlo. Se encuentra terriblemente desgastado por sus problemas internos, los gastos que todavía hace para mantener a Bashar el Assad en el poder en Siria, y para tratar de conservar a Hezbolá como un poder relevante en Líbano. En las últimas semanas, Israel ha atacado nuevamente posiciones iraníes o pro-iraníes en Siria, con nula respuesta por parte de sus enemigos.

Acaso el conflicto más molesto sigue siendo el de Gaza. En Cisjordania, Mahmud Abbas y su gente se limitaron a reaccionar igual que Irán, con quejas plañideras reclamando que los tratados de paz habían sido una puñalada en la espalda de los palestinos. Una traición. Reclamos que, por cierto, no le interesaron a ningún país árabe.

Pero los grupos extremistas palestinos de Gaza respondieron disparando cohetes hacia la zona israelí fronteriza, y en varias ocasiones las alarmas volvieron a sonar en Ashkelón, Sderot y sus alrededores.

Este es un problema que no podrá ser desactivado en lo inmediato. Habría que lanzar un operativo mayor para ello, e Israel no parece interesado en hacerlo. La razón es simple: todo quedaría exactamente igual, a menos que el operativo realmente tuviera como objetivo desmantelar a Hamás e imponer un control militar israelí en Gaza. Pero eso provocaría la radicalización de amplios sectores de la población local y el hueco de poder dejado por Hamas sería rápidamente ocupado por algún grupo más extremista (probablemente, la Yihad Islámica). Así que, en términos prácticos, sería peor.

La apuesta más razonable es evidente: continuar con este proceso de establecer relaciones diplomáticas y firmar tratados de paz con todas las naciones sunitas que se quieran anexar a esta nueva realidad. Ya se habla de que Kuwait, Omán y Marruecos están interesados. Y seguro muchas otras se interesarán cuando vean el nuevo nivel de negocios que se puede lograr con Israel.

El tratado clímax será el que se firme con Arabia Saudita, que es probable que tenga que esperar un poco. Tal parece que el rey Salman no tomará la iniciativa de hacerlo. Es un exponente de la vieja guardia, y mucha de su gente cercana —octogenarios como él— no parecen estar muy contentos con Israel; aunque no se han expresado en contra de los tratados de paz, todavía suelen hacer declaraciones de apoyo a los palestinos.

De cualquier modo, el giro que va a tener la política saudí ya está más que cantado. Cuando el príncipe heredero Mohamed ibn Salman tome el poder (ya sea que su padre muera o abdique), es de esperarse que se le dé vía libre a la normalización de relaciones con Israel. Ibn Salman es un ejemplo perfecto de una nueva generación de políticos árabes que no creció a la sombra de las guerras de los Seis Días y Yom Kipur, sino a la de la revolución islámica en Irán. Es decir, no vivieron su infancia, adolescencia y juventud esperando el siguiente conflicto con Israel, sino una guerra devastadora con Irán. Y por eso es que tienen una perspectiva muy distinta de lo que es Medio Oriente, y en esa perspectiva un tratado de paz con Israel no sólo es posible, sino incluso deseable.

¿Cuánto tiempo puede pasar para que esto se logre? Imposible saberlo. Prácticamente depende de la salud del rey Salman. Pero todo ese tiempo puede significar el inevitable colapso del régimen iraní, una teocracia ineficiente, cada vez más odiada por su propio pueblo, y que se está quedando sin dinero. Así que la firma del tratado de paz con Riad podría estar muy cerca en el tiempo del colapso de Teherán. Eso, más que ninguna otra cosa, sería el paso más importante hacia la paz verdadera.

Y es que los palestinos dependen de Irán. Se mantienen en pie de lucha porque Irán representa una vaga e irracional esperanza para ellos. Y, por supuesto, un soporte económico. Pero si el régimen de los ayatolas cae, los palestinos se quedan sin escalera y deteniéndose nada más de la brocha.

En esa nueva situación, el tratado de paz con los palestinos podría ser impuesto por los países árabes. Cabe una remota posibilidad de que los palestinos reaccionen, se sienten a la mesa de negociaciones y firmen la paz. Pero repito: es remota. Va a ser más factible que, de mantener su negativa a cualquier tipo de negociación, se proceda a implementar el plan de paz propuesto por Estados Unidos, o algo muy similar, y que los territorios asignados a los palestinos queden bajo la regencia de algún país árabe (por su proximidad, lo más lógico es que fuera Jordania), siempre con el beneplácito y la supervisión de Arabia Saudita.

El panorama sigue siendo complejo, pero la situación se va aclarando poco a poco. Irán todavía puede intentar algo desesperado, y eso se podría traducir en una confrontación regional muy seria. Pero las piezas se van colocando y la imagen de un nuevo Medio Oriente empieza a asomarse. Una imagen muy distinta, por cierto, a la que soñaron los europeos, siempre tan tendientes a la judeofobia. Especialmente los franceses, que habrían preferido ver un Medio Oriente bajo la hegemonía iraní.

Pero es una imagen que parece gustarle mucho a ese grupo ancestral tradicionalmente conocido como “semitas”, llamado bíblicamente “los hijos de Abraham”.

Parece que Yaakov y Esav vuelven a toparse en el camino. Sólo que esta vez, Yaacov no tiene que esconder a las mujeres y a los niños, y Esav no viene con 400 hombres armados. Los dos llegan, eso sí, cargados de riqueza, y todo parece indicar que se van a sentar a hacer negocios. Después del encuentro, ya no se separarán. Al contrario. Esto puede ser el inicio de una larga amistad, diría Rick Blaine (el inmortal personaje de Humphrey Bogart en Casablanca).


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