Este artículo es la tercera parte de una serie llamada “La guerra contra el sol”. Da click en los siguientes vínculos para leer la primerasegundatercera parte y cuarta parte.

Enlace Judío – Vamos a revisar un último pasaje bíblico (aunque hay muchos más) en el que se hace presente la guerra teológica del antiguo Israel contra la adoración a las deidades solares. Se trata de un texto que, a simple vista, no parece tener ninguna relación con el tema, ya que nos cuenta de un tenso encuentro entre el profeta Isaías y el rey Ajaz.

El capítulo 7 del libro de Isaías nos cuenta un episodio muy singular en el que Isaías confrontó a uno de los reyes israelitas más célebres por su impiedad: Ajaz.

Según el relato, los reyes Rezín de Aram (Siria) y Pekka de Samaria lanzaron un ataque contra Jerusalén pero no la pudieron tomar. Desde ese momento, conformaron una alianza para buscar la destrucción del reino de Judá, y eso causó el pánico tanto al rey como a la población (Isaías 7:1-2).

La razón de este extraño ataque parece haber sido que los reinos de Damasco y Samaria, junto con Edom y Egipto, se aliaron para hacer frente a la amenaza asiria. Pero Judá no quiso integrarse a esta coalición, intuyendo que ni siquiera todo ese poderío conjunto podría enfrentar al que, en ese momento, era el imperio más poderoso del Medio Oriente. El ataque, entonces, habría sido una represalia.

De cualquier modo, la amenaza caló hondo en el rey Ajaz, y según Isaías 7:3 el profeta fue enviado a confrontar al rey para advertirle que esa alianza estaba destinada al fracaso.

No había mucho que adivinar: efectivamente, el poder asirio era muy superior, y fue cuestión de tiempo para que las tropas de Tiglat-Pileser y Salmanasar V destruyeran primero a Damasco, y unos años más adelante a Samaria.

Pero en este episodio se revela la cobardía de Ajaz, y en función de ella es que los versículos 7:4-9 son un anuncio de que puede estar tranquilo, porque sus enemigos van a ser destruidos (lógicamente, por los asirios).

En este punto del relato sucede algo curioso: pareciera que hay una interpolación. Si nos saltamos los versículos 10-17 y continuamos la lectura en el versículo 18, la lógica del relato es perfecta. Como si estos 8 versos mencionados estuviesen de más o, más bien, agregados posteriormente.

Y es que es allí (versículos 10-17) donde tenemos una especie de paréntesis con un objetivo teológico ajeno al resto del capítulo. El pasaje habla del encuentro de Isaías con Ajaz y su discusión sobre arameos, samaritanos y asirios. Pero los versículos que nos interesan se enfocan, aparentemente fuera de lugar, en el asunto de la teología solar. Y lo hacen de un modo muy singular:

“Habló también el Señor a Ajaz diciendo: pide para ti señal del Señor tu D-os, demandándola ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto. Y respondió Ajaz: no pediré, y no tentaré al Señor. Dijo entonces Isaías: oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los hombres, sino que también lo seáis a tu D-os? Por tanto, el Señor mismo os dará una señal: He aquí, la joven encinta dará a luz un hijo, y ella lo llamará Imanuel. Comerá cuajada y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno. Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú tienes será abandonada. El Señor hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales nunca vinieron desde el día que Efraín se apartó de Judá, eso es, al rey de Asiria”.

Aquí el detalle interesante es que habla de un niño que “comerá cuajada y miel”. La cuajada era mantequilla mezclada con hierbas o especias aromáticas, y en las tradiciones babilónicas y cananeas (especialmente ugaríticas), esta combinación de cuajada y miel era característica para las ofrendas a deidades vinculadas con la fertilidad de la tierra o la renovación de la naturaleza. Es decir, dioses relacionados con los mitos de muerte y renacimiento.

El erudito Sigmund Mowinckel lo explicó de este modo: “De todos estos mitos, los que mejor se han conocido recientemente en su forma original son aquellos que proceden de la vecindad inmediata de Israel: Ugarit, en Fenicia… Estos mitos nos hablan de la procesión nupcial y de los esponsales del dios de la fertilidad (el dios que muere y resucita), así como del alumbramiento de un hijo, que es el dios mismo en una nueva forma y cuyo nacimiento garantiza la renovación de una nueva forma y cuyo nacimiento garantiza la renovación de la vida y el triunfo de esta y de las fuerzas del bien sobre la muerte.

“En la epopeya de Karit (que es, en cierto modo, una variante de los temas de este mito en forma de leyenda poética), el dios se ha convertido en un héroe real, y el suceso se ha revestido de una especie de armazón histórica. “La joven” (Galmatú, equivalente al hebreo Alma) es la expresión utilizada para designar a la diosa que da a luz al niño. Este término también se da en lengua ugarítica como nombre de una diosa, a la que asimismo se denomina “la virgen de Anath”, y que es una variante de la típica diosa-madre y diosa de la fertilidad de Canaán. Se le llama “la virgen” pese a ser, en el mito, la amada del dios que da a luz al hijo de este; e incluso se manifiesta como diosa del amor.

“La razón de ello es, naturalmente, que en el mito todas estas cosas acontecen nuevamente cada año. En cada fiesta del año nuevo, la diosa se reasienta en la congregación como la virgen Anath. Otro texto que corresponde palabra por palabra al mensaje de Isaías 7:14 expresa claramente que esta diosa, la joven, quien da a luz al niño y es madre del nuevo dios resucitado: He aquí, la joven dará a luz a un hijo… Sabemos que muchas de las ideas ligadas a este ciclo de mitos eran bien conocidas de los israelitas…” (Mowinckel, El que ha de venir: Mesianismo y mesías, Colección Actualidad Bíblica 38, Edicione Fax, Madrid 1975).

Así que Isaías no está hablando por hablar, sino haciendo uso de una figura literaria bien conocida en su época y en toda la zona, y directamente vinculada con las liturgias de los cultos de fertilidad que, al igual que los cultos al sol, se basaban en la noción muerte-renacimiento, surgida de la antigua incapacidad de comprender las razones por las cuales había invierno y primavera. Lo único que esa gente veía era que cada año la naturaleza moría —junto con el sol—, y luego renacía.

Entonces, hablar de una joven que va a dar a luz un hijo era, palabra por palabra, hablar de la diosa madre de los cananeos; y luego hablar de que su hijo sería alimentado con cuajada y miel, era hablar del nuevo dios que habría de nacer.

Nótese como está presente la misma idea que en el mito egipcio de Ra: cuando Mowinckel nos habla “… del alumbramiento de un hijo, que es el mismo dios en una nueva forma…”, se refiere a esa noción de que el dios viejo (el sol viejo) reencarna en su propio hijo (el sol nuevo) para renacer junto con toda la naturaleza. Por eso, en esta teología solar, dios padre y dios hijo son uno y lo mismo.

Lo sorprendente es el modo en que el texto bíblico destruye este paradigma, y es que en vez de construir este relato en el marco de un mito de muerte y renovación, la razón de ser de este niño es de lo más mundana y alejada de la gloria de los dioses cananeos. Para Isaías, el niño que va a nacer sólo será la señal para marcar cuánto tiempo habría de pasar para que los enemigos de Ajaz —Rezín y Pekka— fueran destruidos.

Para Isaías, todo eso de una joven que da a luz a un niño que come cuajada y miel no es asunto de mitos de renovación de la naturaleza, o de muerte y renacimiento del sol, o del dios padre que es al mismo tiempo el dios hijo.

Todo es un asunto de política local. Hay una guerra potencial contra Damasco y Samaria, pero esta no va a suceder porque Asiria los va a destruir en breve. ¿Cuándo? “Pues veamos —parece decir el profeta Isaías no sin cierto dejo de sarcasmo—, ¿Cómo iban esos relatos de mitos y dioses cananeos que no sirven para nada? Oh, sí: la joven está encinta y dará a luz un hijo al que alimentará con cuajada y miel, y antes de que ese niño aprenda a escoger su propia comida, Samaria y Damasco serán una ruina. Y el reino de Judá disfrutará de una prosperidad que nunca se imaginó…”.

Y así sucedió: el reino de Samaria tenía una importancia comercial relevante porque era el principal productor de aceite de oliva. Al ser destruido por los asirios, Judá heredó, literalmente, ese negocio, y efectivamente alcanzó un nivel de prosperidad que no había conocido.

En resumen, lo que vemos en este pasaje es cómo el lenguaje de los mitos solares o naturalistas es “desmitificado”, y queda reducido a asuntos de mera política, humana al cien por ciento, y en la que sólo hay seres humanos jugando su rol en el complejo drama que es la historia. Humanos, no dioses.

De ese modo, el profeta nos da un interesante mensaje: los dioses solares no existen, los mitos de muerte y renacimiento de los dioses son una tomada de pelo, y nuestro verdaderos problemas son los que nosotros mismos nos ocasionamos, aquí y ahora, por medio de nuestra ineptitud política.

Lo singular es que Isaías lo hizo tan bien, que cuando todos los mitos de esas culturas quedaron enterrados en el polvo de la historia, perdimos la capacidad de entender con precisión de qué se trataba este extraño pasaje. Tuvimos que esperar hasta que las excavaciones arqueológicas del siglo XX nos ayudaron a recuperar la mitología cananea —especialmente la ugarítica—, para que nos enteráramos de cuál fue el contexto ideológico y doctrinal en el que se escribió este párrafo bíblico.

Gracias a ello, ahora podemos contemplar con mejor claridad el sentido del mensaje bíblico. Un mensaje muy lógico e importante para los israelitas de aquellos tiempos: el sol no es un dios, y los reyes que se creen encarnaciones del dios sol que se recicla con cada nuevo heredero al trono, sólo están alucinando y perdiendo el tiempo.

Sólo hay uno, el Único y Verdadero, y a él es a quien Israel honra y adora.

El resultado final de este combate es evidente: esos mitos solares hoy sólo son piezas de arqueología; el pueblo de Israel, en cambio, vive y ha renacido en su propia tierra.

Así que podemos decir, sin ningún recato innecesario, que ganamos la guerra contra el sol.

 


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