Enlace Judío – No. ¿Por qué habría que esperarlo? La iniciativa de Fatou Bensouda ha sido muy mal recibida en Israel y en amplios sectores judíos de todo el mundo, porque se sabe que solo es otra expresión del descarado antisemitismo de muchas instituciones relacionadas con la ONU.

Es evidente que Bensouda —y otros alrededor de ella, que para esto nunca faltan voluntarios— ya decidió de antemano que Israel cometió supuestos crímenes de guerra.

Es una repetición (ridícula, como suelen ser estas repeticiones) de las investigaciones del nunca bien ponderado Richard Falk, uno de los más tendenciosos y sesgados investigadores enviados por la ONU, no para saber qué había pasado, sino a demostrar que Israel había cometido crímenes de guerra.

Su final fue vergonzoso: se descubrió que había hecho trabajos remunerados por las autoridades palestinas, por lo que se dictaminó que había incurrido en conflicto de intereses y que su conducta había sido deshonesta al no haber notificado esta situación. Fue destituido de su cargo, y desde entonces solo se dedica a quejarse de que los sionistas arruinaron su carrera.

Esta ha sido una constante en la postura de la ONU hacia Israel. La premisa es falaz a todas luces y se trata de la deslegitimación de Israel. En la lógica de mucha de esta gente, Israel no debería existir. Su pura presencia en Medio Oriente ya es un crimen, y por eso todo lo que haga debe ser definido también como crimen.

Y de ahí el doble rasero con el que se juzgan las acciones israelíes y palestinas: si los palestinos atacan con cohetes a la población civil judía, es un “acto de resistencia”. No faltara el despistado que incluso agregue el adjetivo “heroico”. Si Israel destruye un depósito de armas palestinas y elimina a los que lanzan los cohetes contra Israel, o los que instigan a la violencia contra los civiles judíos, entonces es un crimen de guerra que debe ser investigado.

¿De dónde viene semejante visión perversa de las cosas?

De esa ideología de moda, tan sentimentaloide como imprecisa y sesgada, llamada poscolonialismo. Su eje teórico es atractivo, pero erróneo, y dice que Europa impuso su control sobre el mundo por medio de la violencia y la única manera de hacer justicia es desmontando todo ese entramado construido por la cultura blanca y occidental. Entramado que no se limita a lo que fueron las estructuras coloniales, sino también a la ideología capitalista y, especialmente, a la narrativa histórica.

Pero ahí pasa algo extraño: resulta que los más grandes avances en las técnicas de investigación histórica se lograron en las universidades occidentales. Bueno, entonces eso también tiene que ser desechado o, por lo menos, relegado. Hay que tomar en cuenta las narrativas alternativas.

Por eso es que este tipo de pseudo-intelectuales no tiene ningún empacho en defender la causa palestina, un constructo político levantado sobre datos falsos o verdades a medias que no soportan el mínimo de análisis riguroso. Pero no importa, porque lo importante es estar en contra del imperialismo, y entender lo que sufren los palestinos.

Es la posverdad en su expresión gloriosa: lo que sentimos es tan válido como los hechos objetivos.

Pues no. Lo que sientes o dejes de sentir es tu asunto y la solución de problemas solo es posible si se entiende adecuadamente qué es lo que está pasando. Y con verdades a medias o abiertas mentiras es imposible lograr esa comprensión, por lo que también se vuelve imposible resolver los problemas.

El resultado es evidente: la situación de los palestinos no se ha resuelto. El problema ahí sigue. ¿Y cómo no habría de seguir allí, si no se le quiere enfrentar en sus verdaderas causas y razones?

En ese retruécano demagógico, Israel es visto como una extensión del colonialismo europeo. Por lo tanto, debe ser extirpado. Por lo tanto, todo acto de violencia anti-israelí está plenamente justificado y debe ser visto como “resistencia”, no como terrorismo. Si es posible, ni siquiera como violencia, porque la violencia sólo existe desde el poder hacia abajo, desde Europa y Estados Unidos (e Israel) hacia el resto del mundo, desde el blanco hacia los tonos de piel más oscuros.

Esta sesuda forma de ver al mundo pasa por alto un hecho objetivo e indiscutible: todos los grupos humanos han sido violentos. La única diferencia fue que Europa desarrolló primero los recursos tecnológicos para imponerse en todos los continentes. Pero no fue que Europa fuese un caso excepcional. De hecho, era lo más típico, lo más normal.

Entonces, el fenómeno de la violencia debe analizarse desde una perspectiva completamente diferente y limitarse a culpar a la herencia europea (incluido Israel) es la garantía de que los problemas no se van a solucionar.

Ese es el entorno ideológico desde el cual ahora se lanza la persecución de la Corte Internacional contra Israel, así que nadie que se haya tomado la molestia de investigar un poco el tema esperaría un trato justo por parte de Besouda y su gang.

Así que no hay más que esperar, salvo un engorroso pleito burocrático. Personalmente, no creo que llegue a verdaderos procesos judiciales ya que la Corte Penal Internacional tiene bastantes limitaciones.

Son los estertores de un liderazgo caduco de la ONU que sigue soñando con que Israel puede ser destruido. No lo lograron ni en sus mejores tiempos, cuando Kurt Waldheim, el nazi, le prestaba el púlpito de la Asamblea General a Yasser Arafat para lucirse, para legitimarse. No lo pudieron cuando las fuerzas militares de todo el mundo árabe parecían equivalentes a las de Israel, como en las guerras de 1967 y 1973. No lo pudieron cuando el Estado judío apenas nacía, entre 1948 y 1949.

Menos lo van a poder hacer ahora, que el entorno global ha cambiado radicalmente. Hoy es cuando Israel tiene los mejores recursos militares y tecnológicos para defenderse, pero también cuando mejor posicionado está en la política internacional.

 


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