Enlace Judío – En las últimas semanas las declaraciones israelíes e iraníes han subido de tono, justo cuando Joe Biden parece estar dispuesto a regresar al acuerdo nuclear firmado originalmente por Obama, desechado luego por Trump. Con ello, le daría un espaldarazo a los ayatolas y muchos ven esto como algo preocupante, una ruta que puede desbalancear otra vez al Medio Oriente y acercarlo a una posible confrontación cuyos resultados serían catastróficos para todos.

Pero no es tan sencillo. La realidad es muy distinta a lo que se debate desde los púlpitos presidenciales.

Es cierto que el regreso al acuerdo nuclear es un error, así como cualquier alivio a las sanciones contra el régimen iraní. Si la comunidad internacional fuese medianamente sensata, sabría que lo mejor que se puede hacer —para el Medio Oriente y para el propio pueblo iraní— es terminar de asfixiar a los ayatolas para que se vean obligados a dejar el poder. Darles un respiro en nombre de la diplomacia solo es prolongar su agonía y condenar a los iraníes a sufrir bajo el dominio de sus tiranos vaya uno a saber cuántos años más.

Pero Irán es un monstruo herido de muerte. Su economía ya no da para soportar sus ansias imperialistas y Hezbolá lo está resintiendo desde hace mucho. El dinero y las armas ya no fluyen como antes.

Y es que los ayatolas no han entendido que la Edad Media ya terminó. Ni qué decir de su concepto teocrático del poder. Centrémonos en el concepto de guerra: parece que nadie les ha explicado que los proyectos colonialistas son muy caros, especialmente cuando tus ansias de expansión te llevan a países arruinados —como Siria, Líbano o Yemen— a los que no puedes explotar como en los siglos dorados del extractivismo imperial.

Gastos, gastos y más gastos. Dinero para mantener a las milicias, dinero para armarlas, dinero para pagarle a Rusia por su magro apoyo —nunca defendió a Irán de los ataques israelíes—, sus armas o sus asesorías, siempre cobradas como si fuesen lo máximo.

¡Ah!: Y dinero para los palestinos.

Por eso la inflación en Irán está fuera de control. En 2013 se había llegado a un catastrófico 35.5% anual; luego, en 2014 y 2015 el asunto pareció contralarse, primero bajando a 10.8% y luego a 0.4%. Pero en 2016 reinició la debacle, subiendo a 1.6%, luego 2017 a 12.2%, y desde 2018 otra vez los niveles son de calamidad: 32.8% para ese año, y 36.9% para 2019.

¿Qué tiene que hacer un gobierno para tener semejantes pésimos resultados en el control inflacionario? Entre otras cosas, gastar mucho dinero en un proyecto de conquistas territoriales.

Por eso la rutina es la misma de siempre: Ante la posibilidad de ser atacados por Israel, aparece algún ayatola o algún general iraní para amenazar con que si Israel hace algo imprudente, el infierno será desatado y Tel Aviv volará por los cielos.

Ahora lo que yo quisiera saber es qué entienden los iraníes por “algo imprudente”. Qasem Soleimani, el más importante general iraní desde el triunfo de la Revolución islámica en 1979, murió aplastado por misiles estadounidenses, y el infierno no se desató. Solo llegaron más advertencias de, por favor, no hacer nada imprudente.

Las plantas nucleares iraníes han sido sistemáticamente saboteadas por Israel y a veces no parece tener sentido el acuerdo nuclear, toda vez que los ayatolas tienen que invertir demasiado dinero en reparar todos los destrozos que ocasionan los virus informáticos que arruinan los programas de funcionamiento de las plantas, o incluso las explosiones que han dañado la infraestructura. Ni qué decir de la eliminación de Mohsen Fakhrizadeh, cabeza científica del proyecto nuclear de Irán.

Parece que nada de eso fue suficientemente imprudente como para que los ayatolas ordenaran la tan mencionada represalia que haría volar ciudades israelíes en mil pedazos.

El mayor gesto de agresividad iraní ocurrió en las últimas semanas cuando algunos buques propiedad de israelíes fueron atacados en el mar, sufriendo daños mínimos, pero que no los pusieron en riesgo de hundirse. Irán de inmediato advirtió que si Israel decidía tomar represalias, se arrepentiría.

Pues las represalias se tomaron: bases militares iraníes en Siria destruidas y un buque-espía de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán bombardeado desde el aire.

¿Y qué hizo Irán? Nada. Amenazar, que de eso sí tienen mucho arsenal.

En el otro extremo, la complicidad entre Israel y los países árabes se va estrechando. Por eso es que Biden ya no tiene mucho margen de acción. Los cambios en Medio Oriente son irreversibles y una política pro-iraní como la de Barack Obama es, simplemente, irreal. La única venganza que Obama podría ejecutar sería escribir otro libro plagado de mentiras sesgadas contra Israel, pero no más.

La realidad los aplastó contundentemente.

Por supuesto, nunca hay que descartar que Irán decida lanzarse a una confrontación abierta, confiando en un mero criterio religioso, más que en posibilidades reales de tener éxito. Es el problema con el fanatismo. Puede llegar al nivel más irracional y provocar una catástrofe.

Pero está claro que la capacidad real de reaccionar del otrora gigante persa no está al nivel del poderío militar de Israel. Y también es evidente que Rusia y China no van a defender a los ayatolas. La ecuación es sencilla: los grandes negocios a mediano plazo están en Jerusalén y Tel Aviv, no en Teherán.

Así que no queda más que seguir sentados, contemplando cómo se derrumba ese monstruo que soñó con conquistar el mundo.

¿Cuánto tardará el ignominioso espectáculo? Lamentablemente para la sociedad iraní, parece que algunos años. Y la culpa sería de Biden. De nadie más. Y es que nadie lo obliga a darle oxígeno a los ayatolas. Pero los demócratas estadounidenses tienen unas ideas muy raras sobre política exterior.

 


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