Enlace Judío – Hace una semana el gobierno de Israel y Hamás acordaron un cese de hostilidades. El prospecto de calma relativa es una buena noticia para todos los involucrados. Después de más de una semana marcada por el miedo, los cohetes, los bombardeos y la muerte, un acuerdo para interrumpir las agresiones era fundamental.

No obstante, es imposible pretender que un cese al fuego representa el fin de la violencia en la región. Como máximo, funciona como un analgésico que detiene el dolor momentáneamente cuando se necesita un tratamiento más amplio que corte con el problema de raíz. Y es que la situación que se vivió hace dos semanas no es novedosa. Desde la retirada israelí de Gaza en 2005, los enfrentamientos entre Hamás y las FDI se han repetido en numerosas ocasiones: 2008, 2009, 2012, 2014, 2019 y 2021

Cada una de estas instancias ha significado una tragedia. Millares de civiles palestinos y cientos de israelíes han perdido sus vidas en este lapso. Millones de personas más, en ambos lados, han visto su existencia marcada por la ferocidad de la guerra. Si el statu quo continúa, es inevitable que haya otro enfrentamiento trágico en el futuro.

Más allá de los enfrentamientos, existe la violenta realidad cotidiana que viven tanto israelíes como palestinos. En la región, los fundamentalistas han logrado su objetivo: han llegado al poder y han hecho del miedo su vehículo para gobernar.

En Gaza preside Hamás, una organización terrorista que ha prometido borrar del mapa al Estado de Israel. Durante su administración han coordinado múltiples ataques contra la población civil israelí. Utilizando tácticas como el lanzamiento de misiles Qassam, los apuñalamientos y los atentados suicidas, hacen de crímenes de guerra vehículos para llevar a cabo su agenda.

En Israel el gobierno de extrema derecha de Benjamín Netanyahu se ha asegurado de servir los intereses de unos cuantos colonos. Bibi ha hecho poco para acabar con el statu quo de la ocupación en Cisjordania. En su administración, ha ampliado la cantidad de asentamientos en tierras palestinas dificultando una posible solución de dos Estados. Además, su retórica divisiva ha empoderado a que grupos extremistas ejerzan violencia contra la población árabe de Israel.

La experiencia cotidiana en la región hace imposible que un cese al fuego detenga la violenta realidad del día a día.

La gente de Israel, marcada por el trauma del terrorismo, va a seguir temiendo por su vida y la de sus seres queridos. El apuñalamiento contra un soldado y un civil días después del cese al fuego representan la peor pesadilla de un cúmulo de israelíes: saber que pueden salir a la calle y no volver a casa. El miedo a un ataque terrorista radica en su aleatoriedad: le puede tocar a cualquiera. Después de años de misiles, ataques suicidas y apuñalamientos, es imposible decir que los israelíes no viven en una realidad violenta.

Igualmente, los palestinos en Cisjordania saben que a pesar del cese al fuego, seguirán las humillaciones diarias de la ocupación. Millones de personas en Cisjordania se van a dormir cada noche sabiendo que un soldado israelí los puede despertar para catear su casa, a pesar de que sean totalmente inocentes. Al despertar, muchos se alistan para la tortuosa pero rutinaria experiencia de los puntos de chequeo: pasar horas en una cabina siendo examinados por soldados de otro país, solamente por ser palestinos. Al regresar a su hogar, saben que cualquiera puede ser la siguiente víctima de un crimen de odio étnico a causa de un colono israelí. Es innegable que el día a día de un palestino en Cisjordania está lleno de violencia y miedo.

En Gaza el cese al fuego no recuperará las viviendas destruidas en el reciente enfrentamiento. Más de 90,000 personas buscarán un nuevo hogar. Además, el resto de la población tendrá que trabajar su trauma con recursos muy escasos. Una combinación del bloqueo económico impuesto por Israel y la rampante corrupción de los gobernantes de Hamás, hacen que los gazatíes vivan en un mundo carente de oportunidades.

Tanto palestinos como israelíes saben que el siguiente enfrentamiento es cuestión de tiempo. El regreso al statu quo hace la situación más tolerable. Las bombas y los misiles, por ahora, no son parte de la realidad cotidiana.

Sin embargo, las tensiones día a día son como una lesión lenta pero degenerativa: ahora se puede vivir con ella, es incómoda, pero se sabe que eventualmente se va a tener que operar. En esta analogía, la operación sería un acuerdo de paz, que implica concesiones dolorosas. Por ello, la cirugía no sería nada sencilla. Las lesiones causadas por estas no sólo incomodarían en lo inmediato, sino que dejarían una cicatriz de por vida. Aún así, es la mejor opción a largo plazo.

Tanto los gobernantes de Israel como los de Palestina tienen que entender que el otro pueblo está en esa tierra para quedarse. Ninguno podrá borrar al otro o ignorarlo por siempre. Ninguno se podrá quedar con toda la tierra del mar Mediterráneo al río Jordán. Es hora de quitarse las ambiciones políticas, sentarse y negociar. Es hora de marcar fronteras. Como bien dijo el poeta estadounidense Robert Frost, buenas vallas hacen buenos vecinos.

No puedo acabar mi texto sobre esperanza de paz sin destacar que hoy en día hay una enorme disparidad de poder en el conflicto Israel-Palestina. Si bien los ciudadanos de ambos lados han sufrido, unos tienen un Estado y los otros no. Unos tienen un sistema de defensa avanzado, mientras otros viven en la pobreza. El statu quo, ahora, le incomoda menos a los israelíes que a los palestinos. De todas maneras, la paz es por el bien de ambos: poder vivir en libertad y sin miedo no tiene precio.

Más y más voces dicen que la solución de dos estados está muerta. Racionalmente, puedo ver el argumento. Tal vez soy un optimista desesperado, pero mi esperanza está puesta en que algún día se logre, por el bien de todos los involucrados. Al final, fue David Ben-Gurión el que dijo que en cuanto a Israel, quien no crea en milagros, no es un realista”.

 


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