Enlace Judío México e Israel – En una triste ironía, dos de los momentos más tristes de la historia de Israel sucedieron en un día destinado a ser uno de los más felices del año: la fiesta de Purim. En 1994, Baruch Goldtsein abrió fuego contra musulmanes que rezaban en la Tumba de los Patriarcas con una metralleta, matando a 29 personas y dejando a 125 heridos. Dos años después, Abdel-Rahim Ishaq detonó una bomba fuera del centro comercial Dizengoff en el centro de Tel Aviv, asesinando a 13 israelíes e hiriendo a 130 en un ataque suicida.

Los ataques siguen teniendo repercusiones

Casi tres décadas más tarde, los ataques siguen teniendo repercusiones. En medio de la ilusión que representaba el proceso de paz de Oslo, Goldstein e Ishaq alimentaron a los provocadores que se oponen a cualquier posibilidad de coexistencia. Aprovecharon la fragilidad de la esperanza para convertir el pragmatismo en un miedo visceral que sigue dominando la esfera pública. Además de culminar sus ataques con éxito, lograron su objetivo de imposibilitar la confianza en el ajeno, alejando cualquier posibilidad de paz.

A partir de los ataques, Israel y Palestina se han sumido más profundamente en un círculo vicioso de violencia. Desde conflictos armados como en 2014 o en 2021 hasta ataques terroristas por parte de extremistas musulmanes o fanáticos colonos judíos. La violencia se ha ejercido por todas partes: ciudadanos actuando sólos y políticas desde el poder destinadas a discriminar o dañar.

28 años después de la masacre de la Tumba de los Patriarcas, políticos como Rafi Peretz o Bezalel Smodritch han ocupado puestos de gobierno mientras honran a gente que profesa su admiración por Baruch Goldstein. Hasta hoy en día, algunos colonos extremistas peregrinan a la tumba del asesino a rendir tributo.

Hamás, la organización terrorista que gobierna la franja de Gaza, celebró los actos de Abdel-Rahim Ishaq cuando llevó a cabo los atentados de Purim en 1996. Hasta hoy en día, siguen celebrando actos terroristas contra ciudadanos israelíes.

La Sonrisa del Cordero

Israel y Palestina siguen siendo, como escribió David Grossman en La Sonrisa del Cordero, “dos pueblos enfrentados que únicamente muestran su lado oscuro”. Al considerar la violencia prevalente, vale la pena citar la continuación de su frase, “lo peor de todo es que se hace con una justificación lógica.”

Los palestinos tienen que resistir la ocupación israelí que no permite su independencia ni libertad. Los israelíes no pueden dejar que sus ciudadanos mueran a manos de terroristas palestinos. El enfrentamiento, por más cruel que sea, tiene una manera lógica de entenderse y desarrollarse en ambos pueblos. Enfrentamiento que, por cierto, se torna cada vez más visceral.

Tras el ataque de Baruch Goldstein en 1994, el escritor Amos Oz predijo que “si tras ciclo de matanzas, se provocara la interrupción definitiva de las negociaciones (de Oslo), entonces es que ni Israel ni la OLP tenemos el control; Irán tiene el control, Hamás tiene el control, los Baruch Goldstein tienen el control”. Ver el presagio en 2022 es aterrador por su precisión. Hamás se ha consolidado en Gaza mientras la OLP, que estaba dispuesta a cooperar con Israel, disminuye su poder en toda Palestina.

El gobierno laborista de Israel que estaba dispuesto a negociar se ha desmoronado a pedazos. Tras 13 años ininterrumpidos de poder de la derecha pro-asentamientos, un ex-colono que afirmó que “nunca habría un Estado palestino” se ha convertido en Primer Ministro.

¿Qué hubiera pasado si Purim no hubiera sido tan trágico en 1994 ni 1996? Imposible decir. ¿Seguiría habiendo ocupación? ¿Conflicto? ¿Habría ya un Estado Palestino viviendo en paz al lado de Israel? Nadie puede saber. Lo único certero es que ambos ataques cumplieron su objetivo: sembrar miedo, extinguir la esperanza del momento y distanciar más a un pueblo del otro.

El derramamiento de sangre innecesario no comenzó ni acabó con esos ataques, pero sigue siendo parte de la infausta realidad de dos pueblos que habitan con miedo la misma tierra.

 

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