Los orígenes

El COVID-19 puso al desnudo no pocas ausencias y debilidades de múltiples países y regímenes políticos. Y muchos de ellos deberán reajustar las economías con el fin de asimilar las innovaciones intensivas en capital humano y tecnologías que han tomado velocidad en los últimos tiempos. 

En este horizonte se perfilan nuevos rumbos alentados por la revolución cibernética. La humana comunicación, las pautas comerciales, los debates ideológicos, las amenazas militares: algunas de las esferas donde aquellos se manifiestan. 

Ciertamente, países y sectores difieren en la comprensión de y ajuste a estas radicales mudanzas. Pero ninguno de ellos podrá eludir sus resultados.  

El caso de Israel revela rasgos singulares. Su ágil aunque conflictiva evolución como país, la heterogeneidad de los sectores poblacionales, las amenazas externas, el veloz y amplio desarrollo de su capacidad científica, tecnológica, militar y académica: algunas circunstancias que han determinado y explican los dinámicos avances de este país en múltiples temas. 

Uno de los resultados: el brote de dos diásporas que presentan un perfil particular y nexos desiguales. 

La primera tiene una historia milenaria. Tomó cuerpo incluso siglos antes de la destrucción del Templo jerosolimitano en las primeras décadas de la era cristiana. Desde Egipto, Roma y Macedonia los judíos se dispersaron —obligados o por libre decisión— en amplias franjas del mundo.  

La diáspora judía: algunos rasgos

En no pocos países y durante largos periodos los judíos conocieron diferentes grados de tolerancia conforme al perfil personal y colectivo que presentaban y a la flexibilidad de las sociedades que habitaron. En no pocos casos tomaron parte activa en el cultivo y cuidado de ambiciones e intereses que abrigaban los líderes de los países donde se hospedaron. 

Más allá del aislamiento y de las represiones que conocieron en no pocas circunstancias y marcos, los judíos animaron y difundieron fecundos progresos tanto en la interpretación de textos que definían su identidad como en invenciones —por ejemplo, el cheque como signo monetario ampliamente comentado por el economista alemán Werner Sombart— circunstancias que les facilitaron las interacciones con el mundo exterior, sin alejar represiones y muertes que conocieron por su origen y prácticas religiosas.  

Ciertamente, las diásporas judías —hoy caracterizadas por una rica pluralidad de creencias y proyectos de vida— crecen y se diversifican hasta estos días. En múltiples casos gozan de dilatada tolerancia, aunque en otros han conocido penosas tragedias. En este último marco el Holocausto nazi es imborrable. 

En este curso y contexto —en particular desde el siglo XVIII europeo— los judíos multiplicaron los aportes a las ciencias y a la cultura en general, e incluso tomaron ágil protagonismo en revoluciones políticas e ideológicas —la rusa es sólo una de ellas— que cambiaron la fisonomía y el devenir del mundo contemporáneo.

En estos días, la diáspora judía cuenta unos 15 millones que moran en múltiples países del mundo. Residen mayoritariamente en sectores urbanos y se insertan en una amplia pluralidad de profesiones revelando sustantiva identificación y lealtad con los países que habitan. 

Sin embargo, sus actitudes respecto a Israel y a los cánones religiosos judaicos revelan distancias. Y en algunos casos —como entre algunos círculos ortodoxos en EE. UU.— conocen violentas rupturas, o bien una resuelta asimilación al medio.  

La diáspora israelí 

Sin relación directa con las diversas constelaciones de la señalada diáspora judía —aunque en alguna medida tuvo origen en ella— toma forma en las dos últimas décadas un fenómeno absolutamente diferente. 

Aludo a un segmento poblacional que parece contar —no hay cálculos precisos—  entre medio y un millón de miembros, incluyendo a sus familias. Reside y trabaja por diferentes periodos en países que hoy revelan un alto y promisorio progreso tecno-económico desde EE. UU., Europa, China y otros países, muestra una mesurada conexión con los núcleos judíos locales cuando existen, se inserta en las ramas más dinámicas de las ciencias y de las tecnologías, y considera a Israel como su principal, si no único, país de pertenencia y referencia. 

Este núcleo localizado con intermitencias tanto en Israel como disperso en el mundo industrial aporta directa y explícitamente al producto nacional y al progreso de este país en actividades signadas por la revolución cibernética. No pocas de ellas tienen aplicaciones médicas y militares. 

En conjunto fortalecen su estabilidad y seguridad al tiempo que diversifican sus exportaciones y aportan considerablemente al PIB nacional dando lugar a un nuevo perfil de estratificación social en el país. 

Tal vez el caso personal que conspicuamente ilustra lo que se señala es Ehud Barak. Como se sabe, nació en un modesto Kibutz y cursó una brillante carrera militar hasta asumir el más alto puesto gubernamental en el país. En los últimos años se perfila como uno de los empresarios más ricos del país y controla una vasta red comercial consagrada a la elaboración de drogas con fines médicos. Una diversificada y amplia actividad que enriquece el erario público del país.

Ciertamente, la empresa multinacional de Barak —con su calificada masa trabajadora— alienta una diáspora de otro carácter. Los israelíes que ocupa en diversos centros industriales conforme a las circunstancias preservan su identidad y pagan impuestos que favorecen al producto nacional.   

Ciertamente, Barak no es el único ejemplo. Cabe recordar a Nir Barkat, joven líder del Likud quien se desempeñó como intendente de Jerusalén durante una década sin abandonar sus dinámicas empresas en el extranjero. No es azar que confiables estimaciones lo consideran el hombre público más rico del país. 

También corresponde señalar al actual primer ministro Naftali Bennett, quien antes de asumir cargos políticos gestó una amplia red de inversiones en avanzados tramos tecnológicos. Según algunas estimaciones, le seguiría a Barkat en términos de fortuna personal. Y Netanyahu vendría después con una fortuna adquirida por otros medios y circunstancias.

Naturalmente, bajo el liderazgo de estas y otras figuras la diáspora israelí hoy se amplía y diversifica con un personal que labora en el extranjero sin desprenderse de sus relaciones personales y fiscales con el país.  

Por ejemplo, ha trascendido que empresas extranjeras consagradas a inventar y manufacturar medicinas dirigidas a contener al COVID-19 cuentan con israelíes en altos puestos. Incluso cuando estos adoptan la ciudadanía local no olvidan a amigos y parientes con los cuales crecieron e incluso compartieron sustantivas experiencias, entre ellas la militar.      

Las diásporas proliferan 

Por cierto, la diáspora israelí no es singular. En alguna medida y con otros caracteres cabe encontrarla, por ejemplo, en la amplia diáspora de mexicanos en EE. UU. Como bien se sabe, la inserción en este país no lesiona ni reduce significativamente los aportes financieros a sus familias que residen en el país de origen. 

Recursos que con diferentes modalidades y grados contribuyen al producto mexicano. Suma que probablemente se elevará en la medida en que esta diáspora logre insertarse en bien remunerados puestos en el tejido norteamericano sin olvidar sus primarias relaciones. 

Otro ejemplo es Japón y China. Países latinoamericanos como Brasil y Perú cuentan con amplios miembros de sus diásporas que se distinguen en altos puestos de la política y de la economía. En algunos casos han asumido importantes funciones donde sus antepasados emigraron. Y cabe suponer que ellos preservan nexos —sentimentales, lingüísticos y-o económicos— con el país de origen.     

Las diásporas construyen puentes

Cabe insistir: esta proliferación de las diásporas —incluyendo a la israelí— no acarrea ni implica distancias ni distanciamientos. Se trata de una original y novedosa estructuración demográfica y socioeconómica hoy incentivada por la internalización de las finanzas y del comercio, los amplios movimientos demográficos, la revolución cibernética y una paz internacional relativamente estable. 

¿Hacia dónde conducen y cuáles son los límites de estas tendencias? Un tema que concedo a la reflexión del lector.   

 


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