Enlace Judío – “Hay raras ocasiones en las que es aceptable sentir emociones negativas, pero no debemos dejar que eso se convierta en algo habitual; tampoco debemos esperar que nuestros líderes carguen con el peso de la construcción de una sociedad israelí mejor y más tolerante, pues es una carga que todos debemos compartir”, expresa Uri Banki en una columna de opinión publicada en Ynet con motivo del ayuno de Tishá B’Av.

¿Se nos permite odiar? Claramente, pero solo con moderación y cuando no hay otra alternativa. Porque casi siempre conviene reservar ese odio como una emoción dirigida a alguien que nos ha causado una terrible injusticia y no a sectores enteros de la población.

¿Deberíamos odiar a un asesino? Por supuesto. Pero ¿deberíamos odiar a la comunidad en la que se crió? Casi nunca. ¿Deberíamos odiar a nuestros oponentes políticos? Rara vez, e incluso sin alienar y odiar a quien los apoya.

Se nos permite pelear, discutir, estar en desacuerdo, votar por diferentes partidos, celebrar la formación de un gobierno o entristecerse por ello.

Podemos actuar legalmente para cambiar el gobierno. Podemos manifestarnos, firmar peticiones, publicar videos en las redes sociales, enojarnos y expresar críticas.

Pero nunca debemos movilizar el odio y la incitación para promover nuestros objetivos. Si bien es importante ganar una discusión, presionar para que nuestras opiniones y estilo de vida sean adoptados por nuestros líderes, es mucho más importante mantener un marco civilizado.

Una victoria que lleva a la destrucción de este marco es una victoria corta y vacía. Una victoria llena de odio que deja a la otra parte derrotada y ofendida no conduce a nada más que a otra ronda de enfrentamientos saturados de un odio más intenso.

Aunque debemos exigir que nuestros líderes, políticos, medios de comunicación y otras figuras públicas trabajen para moderar el discurso público y político en Israel, esto no nos exime a cada uno de nosotros de la responsabilidad individual.

No somos niños en el jardín de infancia que observan a los adultos y los imitan sin pensar ni criticar de forma independiente.

Y, lamentablemente, algunos de nosotros contribuimos a este discurso negativo.

Cada vez que nos gusta una publicación irreflexiva en las redes sociales, cada vez que alentamos expresiones de odio virtualmente o en la vida real, cada vez que tenemos la tentación de odiar a derechistas, izquierdistas, religiosos, seculares, personas LGBTQ+ o, en general, a cualquiera que no piensa como nosotros, echamos más leña al fuego del odio.

Y casi no hace falta decir, en vísperas de Tishá B’Av, que esa hoguera de odio nos consumirá a todos.

Durante seis años, desde el asesinato de nuestra hija Shira en el Desfile del Orgullo de Jerusalén, hemos estado trabajando para contrarrestar el extremismo y el odio.

Sabemos que la inmensa mayoría de las personas que viven en Israel rechazan con entusiasmo estas tendencias. Pero también sabemos lo fácil que es olvidar nuestras mejores intenciones en momentos de ira y angustia.

La responsabilidad de reducir el discurso de odio en una sociedad tan diversa como la de Israel no recae sobre los hombros del primer ministro, el ministro de Educación o el líder de la oposición.

Tampoco debemos esperar la ayuda divina o que una criatura mágica traiga la tolerancia a nuestro país. Cada uno de nosotros debe hacer para garantizar que la sociedad israelí pueda prosperar como una entidad diversa e inclusiva.

Uri Banki es padre de Shira Banki, quien fue asesinada a los 16 años en el Desfile del Orgullo de Jerusalén en 2015. Es fundador de “Derej Shira Banki”(“El Camino de Shira Banki”, una organización dedicada a promover la tolerancia.

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