Enlace Judío – Hace 20 años, Israel cambió para siempre. El 9 de agosto del 2001, terroristas de Hamás llevaron a cabo un ataque en el centro de Jerusalén, matando a 15 civiles, incluyendo 7 niños. Parece lejano, pero el bombardeo suicida en el restaurante Sbarro de la esquina de las calles Hamelej George y Yafo sigue siendo una herida abierta. Ese día, muchos israelíes dejaron de creer que la paz sería posible.

“Prendí las noticias y mi primer pensamiento fue: este es el infierno y estoy viviendo en él”, escribió el pacifista David Grossman días después del ataque. “Los israelíes no pueden entender la realidad en la que viven desde hace 10 meses. Tienen miedo de salir de sus casas”, dijo, refiriéndose a la segunda intifada, marcada por cantidades récord de ataques terroristas. En Death as a way of life, una colección de ensayos de Grossman escritos durante ese periodo, el autor describe una Jerusalén apagada en la que reinaba el miedo, con cafés vacíos y gente apresurada, dejando el ocio de lado para tratar de sobrevivir un día más.

Asimismo, el periodista Larry Derfner documenta en su libro No country for jewish liberals cómo el miedo de los israelíes se convirtió en apatía cuando Jerusalén regresó a la normalidad. Después de ver a los terroristas celebrando la muerte de niños y la inacción de los líderes palestinos, se creó un consenso en Israel de que no había disposición de hacer la paz en el otro lado.

El entusiasmo que se había creado al comenzar el proceso de paz de Oslo y la esperanza previa a las negociaciones de Camp David se esfumó por completo. Desde ese entonces, Israel ha estado gobernado por una derecha que promete seguridad a base de una mano dura y que ha hecho escasos esfuerzos por negociar con los palestinos. Hoy en día, el prospecto de una solución de dos Estados se ve cada vez más lejos. El tiempo transcurre y se incrementa el número de israelíes que se convencen de que no hay solución alguna.

Por una parte, es posible decir que los terroristas cumplieron su misión ese día: sembrar miedo en la población. El miedo construye barreras y en el caso de Israel/Palestina se han exteriorizado tanto de manera física como psicológica. La representación física del temor se manifiesta en la barrera entre Israel y Gaza, que se acabó de fortalecer entre el 2004. La psicológica, como apunta Derfner en No country for jewish liberals, refiere a la indiferencia hacia las plegarias de los palestinos que prevalece en una parte de la población, aún marcada por los eventos del 2001.

Al sembrar miedo, los terroristas también dificultaron los objetivos de la causa palestina. Escribe Grossman en las últimas páginas de Death as a way of life que “la estrategia palestina de utilizar el terrorismo como arma les funcionó como un búmeran. Debilitó severamente la fuerza moral de la causa palestina y pintó a Yasser Arafat como un terrorista en EE. UU. y Occidente. También proveyó una justificación no insignificante para la severa y masiva respuesta militar. Ahora, cualquier acción palestina, incluso aunque sea resistencia justificada a la ocupación, es percibida por políticos en Occidente como terrorismo. En gran medida, esto paraliza a la causa palestina”.

El trauma colectivo es difícil de afrontar, pero es necesario. 20 años después del ataque de Sbarro, la violencia sigue determinando el conflicto entre Israel y Palestina. Aunque haya periodos de tranquilidad relativa, las agresiones siguen siendo de vida o muerte, como mostró la ronda de ataques de hace 2 meses. En una suerte de paradoja extraña, las situaciones que nos hacen dejar de creer en la paz pueden ser las mismas que nos enseñan la necesidad de la paz. Lograrla será doloroso, requerirá acabar con el nacionalismo, la ocupación y hacer concesiones históricas, pero es la única forma en de asegurarse que sangre inocente, israelí y palestina, no vuelva a ser derramada. 

Es fácil sentarse y hablar de los efectos del ataque de Sbarro. No obstante, hay que recordar que las familias que fueron afectadas hace 20 años tienen que vivir con el duelo cada día. Por ello, dedicaré las últimas líneas de este artículo a recordar a las personas que perdieron la vida ese día:

Giora Balash, de 60 años: un turista de Brasil que viajó con su esposa, Flora, para celebrar el matrimonio de su hijo. 

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Zvika Golombek, de 26 años: Estudió Relaciones Internacionales en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde conoció a Na’ama, con quien estaba comprometido al momento de su muerte.

Shoshana Yehudit Greenbaum, de 31 años: Era una turista americana de Nueva Jersey. Viajó a Israel con su esposo como parte de sus estudios universitarios. Estaba muy emocionada porque estaba embarazada de su primer hijo.

Tehila Maoz, de 18 años: Trabajaba como mesera en el restaurante de Sbarro, donde el ataque ocurrió. Estaba a 2 semanas de cumplir 19. Su hermano Amnón la describió como una mujer inteligente y especial, llena de amor y calidez.

Frieda Mendelsohn, de 62 años: Frieda viajó a Jerusalén para hacerse un chequeo médico. No había comido desde el día anterior al ataque y se paró en Sbarro con su hija para saciar el hambre rápidamente, aunque nunca comía fuera de su casa. Estaba casada con su esposo Shimon y tenía 38 nietos.

Michal Raziel, de 16 años: Su mamá la describe como una niña amistosa y extrovertida. Era amiga de Malka Roth Z”L, quien también falleció en el ataque. Pararon en Sbarro por una pizza de camino a una actividad con sus amigos. Segundos antes de la explosión, Michal recibió un mensaje de texto preguntando qué hora era. Murió antes de que pudiera responder.

Malka Roth, de 15 años: Malka Roth era amiga de Michal Raziel Z”L, quien también falleció en el ataque. Hizo Aliyá de Australia a una temprana edad. Debido a que tenía una hermana severamente discapacitada, dedicaba su tiempo a ayudar a niños con necesidades especiales. Era una causa importante para ella. Le gustaba tocar flauta y disfrutaba de la música clásica. 

Mordechai Schijveschuurder, de 43 años: Decidió pasar el día en Jerusalén con su familia para descansar de los frecuentes ataques en la comunidad en la que vivía. Nació en Ámsterdam e hizo Aliá a los 29 años. Estudió economía en la Universidad de Bar-Ilán y pasaba su tiempo en la Yeshivá de Ponevitz en Bnei Barak. Era esposo de Tzira Z”L, quien murió en el ataque, y padre de 8 hijos, 3 de quienes fallecieron en la pizzería.

Tzira Schijveschuurder, de 41 años: Nació en Netanya, estudió en la Universidad de Tel Aviv y trabajaba como terapeuta de niños sordos en la escuela Shmaya de Bnei Barak. Era esposo de Mordechai Z”L, quien murió en el ataque, y madre de 8 hijos, 3 de quienes fallecieron en la pizzería.

Ra’aya Schijveschuurder, de 14 años: Era hija de Tzira Z”L y Mordechai Z”L, quienes fallecieron en el ataque. Había acabado la secundaria en Ofra y estaba a punto de entrar a una escuela de mujeres en septiembre.

Avraham Yitzhak Schijveschuurder, de 4 años: Era hijo de Tzira Z”L y Mordechai Z”L, , quienes fallecieron en el ataque. Estaba atendiendo el kínder y estaba orgulloso de haber aprendido el abecedario hebreo. Meir, su hermano mayor, hablaba de cómo lo abrazaba cada vez que regresaba del ejército.

Hemda Schijveschuurder, de 2 años: Era hija de Tzira Z”L y Mordechai Z”L, quienes fallecieron en el ataque. Su hermano Meir recuerda que aunque no había aprendido a hablar propiamente, reía todo el tiempo.

Lily Shimashvili, de 33 años: Ocho meses antes del ataque, hizo Aliá desde Moscú y estudiaba hebreo en Jerusalén. Estaba con su hija Tamara Z”L en la pizzería al momento del ataque. Era doctora y esperaba encontrar empleo en uno de los hospitales de la ciudad. 

Tamara Shimashvili, de 8 años: Había hecho Aliá con el resto de su familia desde Moscú ocho meses antes del ataque. Estaba con su mamá Lily Z”L en la pizzería al momento del ataque. Acababa de finalizar primero de primaria en Pisgat Ze’ev.

Yocheved Shoshan, de 10 años: Estaba sentada en el segundo piso de la pizzería con su madre y dos hermanas. Bajó por otra rebanada al primer piso y murió al momento de la explosión.


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