Enlace Judío México e Israel / Aranza Gleason – Uno de los grandes aprendizajes que he tenido este último año es el de la paciencia. Durante años perseguí mis problemas creyendo que por apurar soluciones las cosas se acomodarían con mayor rapidez y llegaría a estar en el lugar que deseaba antes que los demás. Sin embargo, este año todo se cayó y me di cuenta que en los últimos seis años no avance en ninguna de las áreas que creía haber avanzado, había una simulación de movimiento pero las cosas importantes se estaban quedando igual. Ahora sé que los cambios toman tiempo y que hay heridas en la vida que emocionalmente no curan hasta haber pasado varios años. Rosh Hashaná es el momento perfecto para esa reflexión, pues a ella se le conoce como la festividad de la teshuvá, el momento del año que dedicamos a reflexionar sobre los cambios internos que queremos hacer en nuestras vidas.

Los nombres que toma la festividad y las tradiciones que se realizan en ella nos muestran caras distintas de la profundidad que una acción así requiere. La teshuva implica conectarnos con lo más profundo de nuestra persona y dejar morir las características que nos son externas e impiden nuestro crecimiento; es el impulso del hombre hacia el cambio y la base de su relación con Dios. Cada tradición de Rosh Hashaná nos recuerda ese proceso de crecimiento.

T’rua, el llamado de Dios al alma

La mitzvá más importante de la festividad es escuchar los sonidos del shofar. Éstos se dividen en tres: tekia, que es largo, sostenido y fuerte, shevarim, que son muchos sonidos sonidos cortos en una sucesión rápida y t’rua que son tres sonidos de mediana duración. El sonido de tekia imita las trompetas que anuncian la llegada de los reyes, nos recuerda el dominio de Dios sobre la tierra y Su Majestuosidad. Es el mismo sonido que se tocaba cuando Israel se preparaba para la guerra, cuando se liberaban a los esclavos en el años del jubileo y será el que anuncie la llegada de la época mesiánica. Mientras que el de shevarim y t’rua imitan un llanto con suspiros; representan el llanto del alma y el llamado de Dios a la misma.

De todos los nombres que recibe la festividad sólo “Yom T’rua” aparece en la Torá y se relaciona en el texto con el recuerdo divino. Es así porque el centro de la festividad radica en la idea de cómo Dios llama al hombre y como éste se dirige a Él. El sonido de T’rua es el sonido del alma, el aliento de Dios sobre el hombre, es la parte que anhela unirse a Su Creador y que permanece pura y eterna a lo largo del tiempo. La teshuvá consiste en purificarnos para poder escuchar ese alma y acercarnos a ella; en poder escuchar los sonidos del shofar.

Din, el lugar hacia donde se dirige el mundo

Si bien la teshuvá nos conecta a Dios individualmente desde la parte más pura de nuestra persona, la noción de Din (juicio) nos conecta con el mundo que nos rodea. Una parte importante de los rezos de Rosh Hashaná se llama “Maljiot,” se dedica a alabar y proclamar a Dios como Rey. Se nos dice que en Rosh Hashaná buscamos “coronar a Dios” hacer que Su voluntad se vuelva nuestra cabeza y guiemos nuestras acciones siguiéndolo a Él. Hay varias tradiciones que nos recuerdan ese objetivo; la más importante es el sonido “tekia” del shofar que imita las trompetas reales. Ese mismo sonido recuerda el juicio divino (Din) y se nos dice que al escucharlo se efectúa el mismo.

El concepto de juicio necesariamente alude a un orden divino; la idea de Rey implica una dirección. “Din” es la intervención de Dios sobre el mundo desde una corrección. Por eso se le llama “juicio,” porque el mundo fue creado bajo ciertas leyes naturales y divinas que no pueden ser trasgredidas, fue creado con una dirección la cual desde sus inicios fue marcada por Dios. Cuándo el hombre dirige al mundo a un lugar distante de aquel orden divino Dios intercede y corrige nuevamente su camino; a éso es a lo que llamamos “juicio” o “Din.” Proclamar a Dios como Rey implica reconocer Su actuar en el mundo, aceptar las leyes divinas que creó, bajo las cuales la vida se sostiene y tomar la determinación de respetarlas. Implica unirse al plan divino y respetar el orden natural de las cosas, en vez de entorpecerlo. Para ello también es necesaria la teshuvá, pues implica responder al llamado individual que hace Dios sobre el alma de la persona.

El recuerdo divino

Otra parte importante de Rosh Hashaná se refiere al recuerdo divino. Esto implica ser inscrito en el mundo de la vida, ser parte de las cosas que se vuelven eternas y no mueren o dejan de existir. Precisamente somos recordados cuando logramos contribuir a ese movimiento eterno en el mundo que es marcado por Dios y lo logramos haciendo teshuvá, purgando y respondiendo a la parte más bella de nuestra alma.

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