Enlace Judío México e Israel – Abraham llega a la tierra de Canaán, identificando y obedeciendo la Voz divina. Así, Abraham por su propia voluntad, asume el compromiso de seguir a Dios y pasa la primera prueba. Ahora comienza la segunda prueba.

La Voz Divina le promete recompensas en la tierra de Canaán: prosperidad, descendencia, fama y más. Pero cuando Abraham llega a la tierra prometida, nada de eso sucede.

Y aún así, Abraham no deshace su compromiso: no regresa al norte, a su tierra natal, sino que se refugia por un tiempo en Egipto, hasta que pase el hambre y pueda regresar a la tierra que Dios lo mandó. Así, Abraham pasa la segunda prueba: aprende a ser leal a Dios incondicionalmente.

LA TERCERA PRUEBA

Ahora se suman más problemas: como si la falta de lluvia y el hambre no fueran suficientes, Sara es secuestrada en Egipto y llevada al harem del Faraón.

Abraham ya había anticipado que los egipcios estarían interesados en Sara, por su gran belleza (¡a pesar de su muy avanzada edad!), pero no imaginó que el propio Faraón se llevaría a Sara. Abraham no pudo hacer nada para evitarlo y no puede hacer nada para rescatar a su amada esposa, de quien nunca se separó a pesar de no haber tenido hijos con ella.

El faraón le concede generosos regalos a Abraham, en concepto de dote: ganado, animales y sirvientes. Y Abraham se enriquece. Pero de qué le sirve su riqueza si pierde a su querida esposa Sara…

Dios no se revela a Abraham. Quizás Abraham siente que algo ha fallado y que la promesa divina de tener descendencia no se va a cumplir. Nuevamente, no hay explicaciones.

“YO TE PROTEGERE”

Y entonces ocurre lo inesperado e inimaginable. Abraham es citado al palacio del Faraón. El Faraón se enoja con él: ¿Cómo pudiste haberme ocultado que Sara era tu esposa? ¿Por qué me engañaste y me dijiste que era tu hermana?

Desde el punto de vista de Abraham, este reproche del faraón equivale a una sentencia de muerte: lo más normal hubiera sido que en esas circunstancias, el “todopoderoso” monarca egipcio sentenciara a Abraham a muerte, y se quedase con su viuda.

Pero inesperadamente —y sospecho que Abraham nunca llegó a comprender lo que ocurrió— el monarca egipcio le devuelve a su esposa Sara —sana, salva y sin haber sido abusada —lo envía de regreso a Egipto, y ni siquiera le solicita que le devuelva la generosa dote que le dio.

CUANDO DIOS INTERVIENE SIN QUE NOS ENTEREMOS

Abraham no sabe lo que sabemos los lectores: que Dios intervino castigando al faraón, y así, el monarca advierte que Sara es en realidad la esposa de Abraham.

En esta tercera prueba Abraham no abandona a Dios —a pesar de sus sufrimientos que parecen ilógicos e inmerecidos— y aprende una invaluable lección: Dios actúa de maneras que el ser humano no puede percibir, y que quizás nunca las acabará de entender.

Si nos guiamos estrictamente por el texto (peshat) Abraham nunca descubre qué fue exactamente lo que ocurrió. Abraham aprende que a veces HaShem interviene en nuestro benéfico sin que nosotros se lo pidamos.

Abraham aprende que la lógica humana no puede anticipar la lógica Divina, y que Dios interviene en formas que no podemos imaginar. Esta tercera lección será fundamental en el momento que Abraham decide obedecer a Dios cuándo le solicita que sacrifique a Isaac.

A este nivel de Intervención Divina no solicitada y que no siempre es percibida por nosotros la llamamos “MAGUEN” (escudo), una “protección invisible” por decirlo de alguna manera. Este es en realidad el nivel más alto de Protección Divina, cuando HaShem nos cuida sin que nos demos cuenta y antes de que algo malo ocurra, salvándonos constantemente de peligros de los cuales ni siquiera somos conscientes.

Por eso —y de alguna manera recordando esta tercera prueba de Abraham Abinu— todos los días bendecimos a HaShem y lo alabamos por haber sido, y seguir siendo, Maguen Abraham, el protector de Abraham, y de nosotros: sus privilegiados descendientes.


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