Enlace Judío – La clínica de “COVID largo” del Centro Médico Infantil Schneider de Petah Tikva atiende actualmente a 150 niños, pero varios cientos más están en lista de espera. “La demanda es alta y la espera es de más de 6 meses, porque monitoreamos y aplicamos pruebas a cada paciente”, dice la Dra. Liat Ashkenazi-Hoffnung, especialista en enfermedades infecciosas.

La clínica empezó a funcionar en noviembre, varios meses después del establecimiento de clínicas similares para adultos. Los síntomas son variados, desde dificultades respiratorias, dolor muscular, dolores de cabeza, fatiga, trastornos del sueño, dolor de pecho, caída del cabello y trastornos digestivos, hasta la pérdida del gusto y el olfato, pérdida de peso, dificultad para concentrarse, pérdida de memoria y tics en niños que no los padecían anteriormente. Alrededor del 60 por ciento dice haber reducido su funcionamiento diario a causa de los síntomas, de acuerdo a información de Haaretz.

“Lo interesante es que, en algunos niños, los síntomas aparecen como una continuación directa de la enfermedad grave, pero en muchos, se observa una enfermedad grave, seguida de una tregua de varios meses y solo entonces comienzan los síntomas de COVID largo”, comenta Ashkenazi-Hoffnung.

La persistencia de los síntomas varía. “En algunos niños los síntomas duran 6 meses o más. Por ejemplo, recibimos a un niño nadador con COVID largo que estaba muy ansioso y adolorido. Después de 6 meses volvió a nadar e incluso batió su récord personal”.

Sin embargo, también “tenemos niños que, no se han recuperado un año después de la enfermedad y sus síntomas afectan a su funcionamiento diario. En algunos casos dura más de un año”.

Alrededor del 15% de los niños tratados en la clínica carecen de anticuerpos, aunque hayan dado positivo en la prueba PCR.

La infección por COVID-19 en niños se ha considerado leve desde el comienzo de la pandemia. Menos del 1% de los niños que han sido sometidos a la prueba han requerido hospitalización. Los casos graves son raros y aparecen principalmente en pacientes con enfermedades subyacientes. El discurso médico y público sobre las vacunas se basa en el supuesto de que los niños están protegidos.

Sin embargo, la enfermedad tiene efectos a largo plazo, conocidos como “COVID largo”, cuyo alcance, gravedad y persistencia aún no están del todo claros.

Un reporte publicado recientemente por el Ministerio de Salud de Israel sobre 13,000 niños que contrajeron COVID-19 revela que el 11.2% de ellos padecían al menos un síntoma después de recuperarse y del 1.85 y al 4.6% seguían presentando síntomas después de seis meses.

Una de las limitaciones del estudio es que los hallazgos se basaron en respuestas de padres en base a cómo percibieron los síntomas de sus hijos. Los expertos creen que hay un subdiagnóstico del fenómeno tanto por parte de los padres como de los médicos.

“Creo que hay una subestimación”, afirma Ashkenazi Hoffnung, “incluso en estudios de investigación, debido a sus métodos, ya que las cifras son más altas. Dicho esto, no todos los síntomas tienen la misma importancia. Lo importante es si afectan al funcionamiento. Si, por ejemplo, un niño pierde el sentido del gusto y del olfato durante ocho meses y eso le lleva a rechazar la comida, esto no es necesariamente significativo desde el punto de vista clínico en comparación con los síntomas que perjudican el funcionamiento e impiden al niño hacer lo que le gusta”.

Por ejemplo, para algunos niños, la actividad física era una parte importante de su vida. “El 15% de los niños que acuden a nosotros entrenaban en varios deportes durante tres o cuatro horas al día seis días a la semana, y después del coronavirus no pueden caminar ni cinco minutos. Sus padres y a veces los médicos no siempre relacionan esto con COVID-19”.

“Estos niños no están mimados ni deprimidos: están lidiando con un daño físico que forma parte de COVID largo y quieren volver a sus actividades. Estoy seguro que otros niños sufren el mismo fenómeno, pero no se nota porque no afecta a su rutina. Algunos están sentados en casa jugando y no saben que tienen estos síntomas”.

El proceso de investigación y comprensión del fenómeno de COVID largo está en sus primeras etapas y ni siquiera la Organización Mundial de la Salud tiene aún una definición diagnóstica definitiva.

Según Ashkenazi-Hoffnung, la falta de reconocimiento y conocimiento del síndrome entre los médicos de la comunidad está provocando dos fenómenos.

Por un lado, “los médicos dicen a los padres que todo es psicológico, o que el niño está desmotivado, que deben esperar y se le pasará, y no diagnostican los síntomas”, explica.

Pero, por otro lado, “los niños deben someterse a pruebas exhaustivas e innecesarias. Por ejemplo, un niño que sufría mareos acudió a nosotros tras una serie de pruebas, se le diagnosticó vértigo y fue enviado a un otorrinolaringólogo. Los médicos no logran dar con el diagnóstico correcto y los padres tienden a interpretarlo como algo psicológico. Tengo niños que vienen con dolores en el pecho y dificultades para respirar y su madre susurra ‘creo que es psicológico, está teniendo un ataque de pánico'”.

Debido a que no se conocen los síntomas, los niños acuden a nosotros por uno de los síntomas, pero luego resulta que sufren otros adicionales. “Inicialmente, un adolescente fue atendido por dificultades respiratorias y dolores en el pecho. Posteriormente dijo tener dificultades para conciliar el sueño y hormigueo en las extremidades”.

Otro fenómeno que se reportó por primera vez en abril de 2020, es el síndrome inflamatorio multisistémico en niños, con 100 casos en Israel. El síndrome suele aparecer entre ocho y diez semanas después de la enfermedad, incluso en casos leves. Comienza con dolores de estómago, sarpullido y fiebre, y puede convertirse en un daño cardíaco potencialmente mortal. Requiere hospitalización y, en la mayoría de los casos, el daño cardíaco permanece después de la recuperación.

“Hace un año abrimos una clínica que trataba los síntomas continuos en niños. Con la disminución de la tercera ola, apenas funcionó, pero en la cuarta ola, con la amplia tasa de infección entre los niños, ha vuelto a funcionar”, dice.

Aunque todos los casos “acabaron bien”, la clínica recibe a niños que llegan “mucho tiempo después de haber enfermado, y los síntomas más comunes son dificultades respiratorias, daños en el sistema nervioso y el cerebro, dolores muy intensos y fenómenos neurológicos, aunados a problemas dermatológicos como erupciones y problemas en el sistema digestivo”.

“Estamos viendo que llegan niños con deficiencias nutricionales muy importantes por la pérdida total o parcial del gusto”, dice Ashkenazi-Hoffnung.

“Se trata de un fenómeno común, que lleva a una alimentación muy exigente y a la pérdida de peso. A raíz de esto, estamos observando, entre otras cosas, deficiencia de hierro, que agrava el agotamiento y la caída del cabello”.

“Hemos descubierto que muchos de los niños, al menos un tercio de ellos, sufren dificultades respiratorias y el inhalador ayuda a algunos”.

Las clínicas también ofrecen fisioterapia para mitigar el dolor y mejorar técnicas de respiración, así como apoyo psicológico para niños con postrauma y ansiedad y tratamientos medicinales para daños en el sistema nervioso periférico, terapias para trastornos del sueño mediante medicamentos o en clínicas del sueño si es necesario.

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