Sólo más tarde todos los medios difundieron con lágrimas el asesinato.

Enlace Judío México e Israel- Colmaba la plaza una inquieta multitud como si ésta adivinara lo que habría de acontecer. En el palco sobresalían un Shimon Peres algo arrugado por la inquietud y los años, y un Itzhak Rabin que pretendía reducir el peso de las múltiples amenazas que había recibido por el afán de concertar algún compromiso con Arafat y así inaugurar tiempos más felices para su país.

Viajé desde Jerusalén en un ómnibus apretado por jóvenes que compartían mi inquietud.

El daño causado al automóvil de Rabin por un sujeto que hoy es miembro de la Knesset; las maldiciones proferidas por rabinos con metáforas talmúdicas que predicaban la muerte de un sujeto – Primer ministro en aquel momento- apelando a los cielos y a algún fiel ciudadano que hiciera Su voluntad; la aparición de multitudes abanderando a Rabin con apariencia de Hitler presidida por quien más tarde será un olvidadizo Primer ministro; la ingenua convicción de muchos – incluyendo a quien escribe – de que todas eran amenazas retóricas que no conllevarían resultado alguno: anticipos de un desastre apenas entonces imaginable.

Ruda sorpresa. Después de los afiebrados discursos empecé a buscar algún medio para retornar a Jerusalén. Y de pronto los balazos y los gritos que llegaron de algún rincón de la plaza me frenaron. La multitud dudaba entre el clamor y el silencio.

Nada se pudo saber con acierto en aquel momento. Y sólo más tarde todos los medios difundieron con lágrimas el asesinato.

Un par de días más tarde un presidente norteamericano y amplias multitudes lloraron la muerte de Rabin. Los que incitaron y respaldaron la tragedia debieron callar y esconder la sonrisa.

Duplicidad que reiteradamente encontré al recorrer las calles jerosolimitanas. Un suceso increíble en este mi país. En mi andar me preguntaba: ¿A quién culpar? ¿A Dios o a Satán? ¿A los pidieron con rezos la muerte de Rabin o aquellos que por ingenuidad y descuido abrieron paso a la tragedia?

Interrogantes que en el correr del tiempo, cuando aquellos que auspiciaron el asesinato hoy reaparecen con alguna sonrisa en la Knesset y en los medios, obligan a desterrar aquella necia candidez que se había revelado en los años idos. No debe repetirse.

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