Enlace Judío – Fanny Yanovich trabajaba en el Comité Antifascista por los derechos humanos a raíz de la Segunda Guerra Mundial. A través de algunos refugiados españoles, recién llegados a suelo mexicano se enteró de que el legendario Trotsky estaba recién llegado y buscaba una secretaria-traductora. Ambos oficios en uno.

Fanny no fue la única secretaria; hubo más de una. Su trabajo consistía en traducir del ruso, idioma nativo de Davidovich. Yanovich, además de ruso manejaba el español y el inglés, indispensables para el político –asentado en la Ciudad de México– atacado desde el Kremlin, quien con la pluma envainada, defendía su causa y se defendía de sus muchos detractores desde su refugio en Coyoacán, donde creó una red internacional comunista anti-Stalin. En muchos países había simpatizantes de Trotsky, quienes lo apoyaban moral y económicamente. En contraposición en los EE. UU., el macartismo persiguió al comunismo independientemente de su tendencia.

En México, como bien se sabe, Diego y Frida le brindaron un techo por un tiempo. Trotsky, deseoso de un lugar propio, se muda de casa, donde conviven Natalia, León y Ziva, su nieto, un joven tranquilo, quien se gradúa de ingeniero químico. Con el apellido Volkov, se casa y procrea hijas y bisnietas. Una de ellas es infectóloga, agradable de acuerdo al Dr. Shubich, nieto de Fanny Yanovich.… El doctor del Villar se la presenta. De acuerdo a la secretaria, Sedova jamás confió en Mercader –como estipula Garmabella en Operación Trotsky. Lo estimaba, lo llamaba “El Viejo”.  De acuerdo a Fanny, era una persona muy inteligente, muy acertado. Vaticinó que habría una guerra, que duraría 6 años y que morirían 50 millones de personas, muchos judíos.  Habrá quien pregunte: ¿Qué hacía Yanovich en casa de Trotsky?  De acuerdo a Fanny, como ya se dijo con antelación: “Llegaba en la mañana, me dictaba todo en ruso, grababa y traducía por la tarde. Cuando el primer atentado –por iniciativa de David Alfaro Siqueiros– más temía el robo de sus escritos, a que lo asesinaran. Stalin temía a Trotsky, a su ideología, a su difusión”.

Shubich cuenta sobre la carrera de Stalin como periodista. Era jefe de redacción en Georgia… Desde pequeño era tramposo, ventajista… En el seminario donde estaba inscrito, se mostraba rebelde, antisocial. Era lo que podría decirse, un pandillero. A la muerte de Lenin por un problema cardiovascular, Stalin se establece en el Kremlin.

De acuerdo a Shubich, la viuda Sedova de pronto visitaba a la exsecretaria de Trotsky. “La vi dos veces –afirma Shubich–. Por lo general era muy retraída Subía las escaleras –más bien los tres pisos– con energía. A su edad avanzada, subía sin problema.  Su mente era clara, el paso de los años no hizo mella en su persona. Me preguntó si hablaba ruso –comentó Shubich– quien estudio ruso durante seis meses bajo la tutela de su abuela poliglota. “Lo poco que aprendí, me sirvió para organizar mis timbres de Rusia”.  Alguna vez viajó a San Petersburgo durante una semana.

Un día Fanny llevó a su nieto a la casa de Sedova, a la casa-museo. Un guía los llevo a conocer el recinto; Vlady, el pintor ruso, era el encargado de dirigir y supervisar. Lo llevó a la oficina donde  Trotsky solía trabajar. Había libros en ruso, en inglés… ningún texto que lo vinculara a sus raíces, al judaísmo. Por obvias razones: para el comunismo, la religión no tenía cabida…

El pequeño Isaac –de la mano de Vlady– entró a la recámara de Sedova.  Abrió un armario; encontró los vestidos de la anciana y los juguetes del nieto. “Eran vestidos coloridos –diremos- tropicales: color de rosa, por ejemplo. Nada serios, primaverales…

El museo-casa de Trotsky estaba a cargo del pintor ruso de nombre Vlady –cuya casa museo se encuentra hoy día en la calle de Goya en el sur de la ciudad–. Hoy día la casa de Trotsky-Sedova, forma parte del patrimonio de los mexicanos.

Shubich comenta sobre Diego: “Una vez mi abuela me llevó de visita a casa de Diego Rivera: se trató de una visita de cortesía. Diego era grande, afable, lo recibió con cariño, hablaba ruso. Se enojó porque mi abuela no me había enseñado ruso. Le dije: “Enséñame”.

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