Enlace Judío México e Israel – Durante muchos años Janucá y Purim fueron las dos festividades con las que sentía mayor sintonía. Las dos muestran la cara oculta del hombre y nos muestran la belleza del misterio en nuestras vidas. Las dos son festividades del Exilio, fueron decretadas por los rabinos para celebrar la manifestación de milagros ocurrido a la nación judía. Las dos tocaron una fibra muy profunda de mi persona: la división interna que vive el hombre entre lo que es y se obliga a ser; entre el mundo al que pertenece al que desea pertenecer. El Exilio y la oscuridad representan división, que después de cientos de siglos tras la destrucción del Primer Templo, que el pueblo judío siga existiendo sin haberse asimilado por completo es un verdadero milagro. No todos pueden habitar dos culturas sin anular una parte importante de su personalidad.

Janucá y Purim te dan las herramientas para hacerlo; primero reconocen que desde que el pueblo judío dejo de existir como nación dentro de su tierra con templo y autonomía la identidad judía sería algo por lo que lucharíamos todos los días; que la persona tendría que confrontarse con ella en su adultez. Reconoce que las naciones que habitamos (Persia y Grecia) viven dentro nosotros no sólo como elementos culturales sino como parte de nuestra persona; dentro de nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestros parámetros morales. Las festividades nos dan las herramientas para reconocer esa parte de nosotros que a veces desearíamos negar, nos enseña a hacer las paces con ellas y encontrar aquello de esa naturaleza nuestra que puede purificarse y vivirse plenamente; que puede llevarnos a acercarnos a D-os y la Torá. Nos enseñan lo más bello de nuestros deseos y nuestra división. Desde el domingo pasado empezamos a festejar la festividad de Janucá; por lo mismo me gustaría hablar de algunos aprendizajes que a lo largo del tiempo he obtenido de la festividad y cambiaron mi vida.

1) El intelecto no por el intelecto mismo; el intelecto para la vida

Janucá. Hombre pensando

Recuerdo la primera vez que tuve insomnio de niña y mi papá me dio un libro para que me durmiera. Lo leí todo y me gustó bastante la idea, desde los cuentos que nos leía mi abuela, las novelas de mi padre en el carro hasta la fecha he sido una persona arrojada a la cultura. Nunca entendí de dónde salía ese amor a los libros en mí, pero fue algo que me acompañó toda la vida. No fue hasta que acabe la carrera (Letras) que empecé a sentir un gran vacío frente a lo que hacía y mi pasión, la necesidad de actuar socialmente que fue implantada en mi universidad cambió mis ojos y me sentir soberbia y vacía; para qué el discurso filosófico, para qué un buen libro; la realidad que nos rodea permanece de la misma forma tras la lectura.

Fue mucho tiempo después que entendí la importancia de construirse a uno mismo, la cultura no hace que la gente cambié, pero le da las herramientas para hacerlo. Uno no puede cambiar a los demás pero sí puede trabajar por construirse, por ver la realidad de quienes lo rodean, entender sus emociones y convertirse en una mejor persona con los días; cada libro leído es la oportunidad de abrir los ojos un poco más. Pero el intelecto se queda en el vacío si uno lo vuelve una ciencia, o lo desconecta de su vida y su entorno. Janucá nos recuerda el lazo tan íntimo que debe existir entre la persona y el intelecto para que éste no nos arroje a un gran vacío. Yaván (Grecia) es el asiento del arte y la intelectualidad en el mundo, sin embargo, también es el símbolo de la opresión, el autoritarismo y la banalidad.

Cuando impone su cultura y borra del discurso al individuo o limita la expresión de la espiritualidad, su discurso en vez de traer luz, traerá oscuridad. Tzión (la nación divina) tiene entre sus siglas a Yaván (Grecia), pero se complementa con la “tzadik” con la inicial del sabio, cuando uno usa la cultura para acercarse a D-os, para verse, para ayudar, uno se encuentra y ve la luz que guía su espiritualidad.

2) Janucá. La importancia de compartir con los demás

Crecí en una casa donde el judaísmo se vivía por origen y de lejitos: en las historias de mi bisabuela de Europa, en los bar mitzvot de los primos en Estados Unidos, en el nombre y en el ser radicalmente distintos al resto de mis compañeros. No fue hasta mis dieciocho años que al conocer a un rabino dedicado a kiruv (acercamiento) realmente tuve la oportunidad de cuestionar y explorar mi judaísmo. Por lo cual me acostumbre a vivirlo sola, a hacer Shabat en mi cuarto y esconder las velas para no responder preguntas. Buscaba la conexión con D-os y por eso no tenía interés en compartir con nadie más mi espiritualidad, me tomó mucho tiempo entender la importancia de la comunidad. Tenía que ver la soledad en la que estaba sumergida para finalmente entenderlo.

En Israel conocí el placer de vivir en un mundo donde te sientes entendida, donde la gente actúa como tú, donde las fiestas son tus fiestas y no tienes que luchar por defender tu mundo. Entendí que la comunidad le da trascendencia a los comportamientos, las costumbres y las ideas; te ayuda a apoyarte en un momento de soledad y necesidad, conocí el gusto de compartir lo que uno siente y piensa. Janucá es una festividad que se celebra en comunidad y en familia, uno festeja que pudimos unirnos en contra el mismo enemigo que quería borrarnos de la historia. Se nos habla del fuego que uno prende por sí mismo pero que invita a los demás a prender también, cada noche aumenta la luz y aumenta fuego, porque no hay placer más grande que el compartido.

3) La raíz de la integridad se encuentra en aprender a verse a uno mismo

Janucá. MacabeosUno de los grandes aprendizajes que tuve este año lo encontré leyendo el libro de Pautas en el tiempo, es sobre Janucá en él se habla sobre la emuná (fe) y la lucha que libraron los macabeos. Nos dice que la emuná del tzadik (sabio) viene de poder generar una sintonía entre su propia visión del mundo y la realidad; de un actuar correctamente sin importar que sus acciones no tengan los resultados esperados. Nos recuerda que los macabeos no esperaban ganar la guerra; se armaron porque era lo correcto, porque estaban defendiendo el nombre de D-os y estaban dispuestos a morir por seguir cumpliendo las mitzvot (mandatos) de la Torá.

Esa forma de pensar funciona solo cuando uno tiene seguridad de lo que está haciendo; cuando uno tiene la certeza que sus emociones son limpias y no actúa por cumplir con un ideal ajeno que le fue impuesto, por una pretensión falsa de estatus social o por represión al prójimo. El actuar correctamente y engrandecer el nombre de D-os es posible sólo cuando uno tiene bien integrada su personalidad, conoce a fondo sus sentimientos, sus deseos y actúa en sintonía a ellos. Una persona que desea pecar y reprime a quien lo hace por envidia, no actúa íntegramente, actúa desde la división interna que lo lastima y perpetua la oscuridad en el mundo.

La acción de los macabeos también nos enseña que podemos no controlar la situación, pero siempre tenemos la respuesta. El mundo puede ser oscuro y hostil, pero nos tengamos a nosotros mismos no necesitamos nada más y ese conocernos y encontrarnos se basa en el actuar íntegramente desde nuestra persona.

4) Aprender a ver la belleza del misterio y la oscuridad

El mundo es doloroso porque no lo conocemos, a veces la respuesta que obtenemos de él frente a nuestras acciones rompe lo que creíamos que era cierto. El desamor, la decepción, la tristeza parten mucho del desconocimiento que tenemos frente al mundo, de nuestra vulnerabilidad e impotencia frente a él. Sin embargo, también es el misterio y el desconocimiento del mundo lo que nos permite estudiarlo y maravillarnos frente a él; lo que nos da espacio a actuar desde nosotros. Cuando aprendemos a disfrutar y ver nuestra soledad y nuestra propia oscuridad también hacemos las paces con una parte importante de nuestra realidad; minamos un poco la división que nos aqueja.