Enlace Judío – Al final, cambiamos por fin al primer ministro, pero las cosas en general no parecen haber cambiado demasiado en los rubros más importantes. Tal y como se había previsto, Bennett no es muy distinto a Netanyahu, y dado que los retos que ha tenido que sortear son básicamente los mismos, las cosas siguen su curso previsible.

Los frutos de los Acuerdos de Abraham

En el tema de la pacificación con los países árabes, el asunto sigue por el curso adecuado. Incluso Bennett ya hizo una visita oficial a los Emiratos Árabes y los negocios entre empresas israelíes y árabes siguen impulsándose con amplias perspectivas de desarrollo. Así que todo parece indicar que estamos ante un proceso irreversible, que mantiene abierta la amplia posibilidad de que, en el mediano plazo, se logre una pacificación plena en el Medio Oriente, en lo que concierne a Israel.

Y es que el reacomodo de fuerzas y tendencias políticas en la zona apuntan a que Israel y Arabia Saudita junto con todos sus aliados, eventualmente conformarán una amplia región económica que, en principio, se pondría al nivel de la Unión Europea. Eso representa ventajas y desventajas para el mundo occidental.

La desventaja más evidente es que, a menos que haya cambios significativos en algunas políticas, un bloque israelí-saudita sería mucho más competitivo que la vieja Europa, tan incómoda con las posibilidades de éxito (que porque les remuerde la conciencia su pasado colonialista), como aferrada a modelos políticos y sociales que de algún modo les recuerdan —con harta nostalgia— el esplendor de los siglos imperiales.

Eso es lo que lleva a los europeos a mantener su apego por el modelo socialdemócrata en el que el Estado asume una conducta paternalista. En ciertos niveles, funciona; pero para mantenerlo se requiere de altas tasas fiscales, porque todo eso cuesta, y cuesta mucho dinero que tiene que pagar el contribuyente. Por eso Europa no es el territorio favorito del emprendimiento. Los jóvenes que tienen proyectos tecnológicos y que necesitan un ambiente económico cómodo para poder asumir el riesgo de tener éxito o fracasar, no se sienten estimulados a hacerlo en un entorno en el que van a tener que cargar con fuertes pagos de impuestos. Por eso prefieren países como Israel o Corea del Sur, que ofrecen más facilidades para este tipo de desarrollo.

Es por eso que lo más intenso del desarrollo tecnológico está allí y los árabes lo saben. Por eso, cada vez se convencen más de que un socio —más bien, un cómplice— como Israel vale la pena. A eso hay que agregar otro dato: los árabes, con todo y que el petróleo es un negocio que se está despidiendo, tienen lo suficiente para seguir siendo multimillonarios durante todo este siglo. Es muy probable que para el siglo XXII la era del petróleo haya acabado por completo; pero si Arabia Saudita y sus aliados naturales saben invertir bien ese dinero que todavía tienen, tendrán garantizada la solvencia económica más allá del siglo XXI.

¿Y no podrían invertirlo en Europa? Pues sí; tanto como poder, se puede; pero no es particularmente redituable. El dinero árabe se ha invertido en Europa más para disponer de una muy buena herramienta de chantaje político, que porque eso le vaya a cambiar el rostro a las economías árabes. La apuesta, por muchas razones como esa, es Israel.

Así pues, tal y como era de preverse, los logros alcanzados por Benjamín Netanyahu al firmar acuerdos de reconocimiento oficial con varios países árabes representan un avance irreversible y Bennett simplemente se ha dedicado a dejar en claro que los cambios en las cúpulas del poder en Israel no van a cambiar esa situación.

Y es que nos queda claro que durante un buen rato, el poder en Israel va a estar en manos de lo que podemos llamar centro-derecha. El conflicto entre Gantz y Netanyahu se dio, claramente, en ese espectro político. La izquierda se ha anulado a sí misma por culpa de su desconexión de la realidad y ha quedado reducida a una minoría que ni siquiera le resulta atractiva a los árabes.

Así que no parece que vaya a ser la izquierda la que pudiera convertirse en un riesgo para las relaciones que Netanyahu modeló para Israel y los países árabes.

Los palestinos

Lo más parecido a un riesgo son, por supuesto, los palestinos. Su postura sigue siendo la misma, por lo que el reto sigue siendo el mismo, y Bennett lo ha atendido de la manera más lógica: ser lo más paciente posible, pero cruzadas ciertas líneas rojas, contestar de manera puntual y contundente.

El asunto, de cualquier modo, no parece que tenga potencial para cambiar la realidad geopolítica. Los palestinos son un grupo demasiado pequeño y débil que, en términos prácticos, no tienen nada que ofrecerle a Arabia Saudita y sus socios. Desde cualquier punto de vista, los negocios con Israel son más atractivos; a los palestinos, en realidad, habría que mantenerlos. Además, su propio radicalismo político y su cercanía con Irán han provocado que pierdan el apoyo de amplios sectores de la política árabe.

Irán

Y con ello volvemos al problema de siempre: los ayatolas. El reto para Israel sigue siendo exactamente el mismo, y se vuelve a acentuar dada la terquedad de la política europea y estadounidense que cree que se puede negociar algo con el régimen autocrático de Teherán.

Bennett está bien consciente del riesgo, y mantiene la misma política de Netanyahu: por una parte, dejarle en claro a Irán que Israel se va a defender, y por otra mantener a raya los intentos iraníes por reforzar su presencia en Siria. La aviación israelí ya ha llevado a cabo varios bombardeos en Siria para eliminar depósitos de armas o instalaciones estratégicas iraníes.

El coronavirus 

Por lo demás, está el asunto de la salud. Israel ha sufrido varias oleadas de contagios y actualmente se enfrenta a la variante Ómicron, la más agresiva conocida hasta el momento. Sin embargo, los resultados de la vacunación intensiva fueron positivos y, aunque el número de contagios se ha incrementado, los servicios hospitalarios no se han saturado y el índice de letalidad se ha mantenido bajo.

Por supuesto, Israel se mantiene a la vanguardia en el tema, y es el primer país que aplicará una cuarta dosis de vacuna a su población.

Así que el 2021 cierra en condiciones no muy distintas al 2022. En gran medida, porque la pandemia provocó que todo el mundo, en mayor o menor grado, se detuviera.

Los retos ahí siguen y hasta el momento Israel mantiene su misma línea general para enfrentarlos.

Pese a todo, podemos seguir confiando en que Israel tiene bajo control su propio destino. Lo que pase con el país entero, o con el pueblo judío, depende exclusivamente de nosotros, y creo que eso se hará evidente durante 2022, conforme salgamos del marasmo provocado por la crisis sanitaria.

Muy probablemente, Irán dará mucho de qué hablar.

Pero Israel sabe cómo manejarlo.

 


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