Enlace Judío México e Israel- Como personaje y escritor, el caso de Aharón Appelfeld es excepcional. Aprendió el hebreo en su avanzada adolescencia después de un difícil y solitario peregrinaje en los años de la II Guerra por diferentes países de Europa oriental cuando apenas frisaba los ocho años.

En este tramo debió asumir ásperas tareas y múltiples riesgos. Entre ellos, ayudar en la limpieza de la casa de una prostituta que atendía a los invasores alemanes, adherir más tarde a las fuerzas rusas que marchaban a Berlín, y deambular después sin rumbo claro en las playas de Italia.

En 1946 llegó a Israel y complementó los cursos escolares. En 1950-52,  Appelfeld sirvió en las filas de Tzahal.
Al iniciar los estudios de literatura e historia en la universidad jerosolimitana trabó contacto con figuras que en aquel momento enriquecían el patrimonio cultural del país. Martin Buber fue uno de ellos.

Más tarde dictó clases – Shai Agnon era entonces el escritor que le apasionaba – a jóvenes que como quien aquí escribe, habían llegado a Israel para abrir nuevos capítulos en la vida. El acento de su voz y la formal vestimenta lo distinguían de sus colegas. Apariencia que no cambió en el curso de los años.

Se embarcó primero en la poesía ganando amplia audiencia. Más tarde prefirió crear y escribir en una prosa original distante de la que dominaba entre los escritores nacidos en el país.

En el curso de su vida escribió más de cuarenta libros que merecieron dilatada difusión en múltiples idiomas. Y en este afán reveló un peculiar estilo que le concedió vertical presencia en el panorama literario israelí.

En ningún momento se inclinó a hilvanar una pulcra autobiografía.

Prefirió recordar y recordarse a través de páginas que formalmente aluden a otros y a su otredad.

Sin embargo, su evasión de su pasado no fue impecable. Por ejemplo, las páginas que componen el relato Mi Padre y mi madre que difundió algunos años antes de su fallecimiento (2018) desnudan y describen sus vivencias infantiles.

En estas páginas anota las experiencias con sus padres en los Montes Cárpatos y se presenta como un niño que frisaba los diez años y siete meses cuando en rigor tenía entonces siete.

Licencia literaria que le permite describir una tranquila adolescencia que bien pronto será turbada por el quiebre económico del padre y la trágica muerte de su madre baleada en la calle.

Appelfeld aborda aquí la vivencia familiar en las orillas de un río cercano a la modesta vivienda que acostumbraban rentar. Confiesa: …” sólo la burguesía judía puede permitirse gozar en este paisaje año tras año…” Y confiesa que sus padres – en contraste con los abuelos – aspiraban entonces a una plena asimilación al medio para dejar atrás la raíz judía. La guerra deshizo este anhelo.

El amor rodea el dibujo de su madre. Y no sólo por haberle dado la vida. Escribe: …” de mi madre recibí la aptitud para relatar y vivir, aceptar la realidad sin protestar, dar y no preguntar por qué… Prendas que encierro en mí con siete llaves…”

Añade que el padre- abrumado entonces por su cotidiano quehacer- apenas le reveló lo que en verdad sentía: nerviosa inquietud por el futuro del hijo.

Sus páginas apenas enhebran un estricto relato autobiográfico

La imaginación del autor compone aquí lo que no fue y lo que pudo suceder. Y se excusa: …” una descripción minuciosa es con frecuencia un escollo que apenas consuela…” Appelfeld prefiere rendirse a la fantasía sin abdicar completamente a los hechos.

Las señales de una cruel guerra apremian tanto a sus padres como a los adolescentes que se divierten en el río. Unos y otros quisieran reprimirlas o alejarlas. Viven y adoran el presente.

Pero el autoengaño se deshace. Es entonces imperativo suspender el descanso vacacional, retornar al hogar, y esperar que lo que trágicamente sucederá no habrá de suceder. Hueca fantasía que pone fin a una adolescencia modelada por los inquietos padres y las serenas aguas del río.

Al concluir las vacaciones la madre dice…” qué bueno retornar a casa…Es el noble lugar del hombre…” Pero el padre no se permite calma alguna. Como adivinando lo que vendrá impone ejercicios de pugilato al hijo quizás para olvidar por algún momento su rápido quiebre económico y ofrecerle algún recurso para lidiar con las amenazas que ya están en el umbral.

Y los tiempos que ellos conocieron ya no volverán

El niño contempla un hogar que se deshace, llora al ver al cariñoso médico de la familia dormido en la calle, sabe que el negocio de los padres pasa a bajo precio a manos de otros, y ve alejados y ausentes los prometidos encantos de la adolescencia.

Desde aquí la arbitraria crueldad de los otros marcará sus pasos.

Cabe agregar que Appelfeld contrajo matrimonio con Jehudit, una joven de origen argentino o uruguayo que llegó a Israel para completar su formación. Poco se sabe de ella.

Páginas inescapables que evocan una sombría época al tiempo que hilvanan una fecunda creación.

Fe de erratas: A pesar de que Google y Wikipedia indican la muerte de Yehudit Appelfeld, ella aún vive. Estamos avisando a estos dos gigantes de la información para que lleven a cabo la debida corrección.

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