Enlace Judío – En el mes de diciembre de 2003 conocí a dos primas hermanas mías, de las que jamás había oído hablar. Una tenía ya 100 años (Tzipora) y la hermana 90 (Leah).

MAURICIO ALISKEVICIUS

Eran hijas del hermano mayor de mi madre, y gracias a ellas me enteré de toda la historia familiar, porque mi madre jamás dijo una palabra. Es evidente que el dolor era tan grande que no contó siquiera la profesión de su padre.

Mis abuelos maternos vivían en Sokoly, pueblito de Polonia. Mi abuelo era Gran Rabino ortodoxo, y según contaron, cuando el famoso Rab Kook, fundador del sionismo religioso, viajaba a Polonia, comía y dormía en la casa de mis abuelos.

Contaron que en los famosos pogromos de la Europa oriental de 1920, toda la familia tuvo que escapar con lo puesto, a pie, atravesando media Europa por los helados bosques hasta llegar a Francia, donde se quedaron un tiempo hasta que supieron que podían volver a Polonia no sin peligro sino que con menos peligro de que los mataran. En ese período mi madre tendría unos 14 o 15 años.

Después de mucho tiempo relacioné este hecho con un detalle que antes pasaba desapercibido: cuando mi madre quería decir de alguien que era un miserable, no usaba esa palabra sino que decía “es un Jean Valjean”. Es el nombre del personaje principal de la famosa novela de Víctor Hugo, seguramente logró leer Los Miserables en el tiempo en que se escondieron en Francia.

Pasaron los pogromos pero no menguó el antisemitismo –hasta hoy-, por lo que mi abuelo daba clases de inglés, francés, ídish y hebreo, y de lo que cobraba guardaba un poco para comida y el resto lo daba a otros judíos para que pudieran irse hacia la Palestina gobernada por los ingleses.

Así fue que también esas dos primas mías, por separado, hicieron el viaje y setenta años después pudieron contarme la historia. Una de ellas hizo el viaje por tierra, atravesando varios países, y la otra en un lanchón cuyo comandante era Menajem Beguin. El lanchón estuvo más de quince días dando vueltas por el Mediterráneo hasta que una noche pudieron desembarcar. Era la época en que los británicos tenían prohibida la entrada de judíos, y a los que atrapaban los enviaban a un campamento en Chipre donde quedaban prisioneros.

En Polonia quedaron mis abuelos, mi tío –hermano mayor de mi madre- su esposa y una de las hijas.

Cuando llegaron los nazis, llevaron a todos los judíos del pueblo a la sinagoga que era de madera. Una vez todos allí encerrados prendieron fuego a la sinagoga.

El Holocausto no fue solamente campos de concentración y campos de exterminio: mataban en cantidades enormes de la misma forma en que mataron a mi familia materna y también agrupaban muchos prisioneros, les hacían cavar grandes fosas y luego los ametrallaban para que cayeran dentro de esas fosas, y los tapaban sin siquiera mirar si aún estaban vivos.

Los campos de exterminio fueron simplemente la solución que encontraron para aumentar la cantidad de víctimas, ahorrar balas y tiempo, y deshacerse más fácilmente de los cadáveres.

Los cabecillas de la “solución final” deben estar revolcándose en sus tumbas, porque el pueblo que quisieron aniquilar los sobrevivió y hoy somos un país, una nación. De mi familia materna quedamos las generaciones siguientes y estamos en Argentina, Uruguay e Israel. De los cinco Rogowicz que asesinaron, hoy somos un centenar que de una u otra forma no permitiremos que del huevo de la serpiente nazca nuevamente un monstruo.

En honor a todos los fallecidos, y en especial al matrimonio Rogovicz–Bocziewicz, mis abuelos, no olvidar, no perdonar.

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