Enlace Judío México e Israel- En los últimos días, muchos medios han replicado un componente fundamental de la propaganda que está utilizando Vladimir Putin para justificar su invasión a Ucrania. Dicho componente es la insistencia en que Ucrania está gobernada por nazis, y Putin habla de su “desnazificación”. Pero mucha atención: es sólo eso, propaganda. La realidad sobre el terreno —e incluso la realidad histórica— es bastante diferente.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

No puede haber peor error a la hora de hacer un análisis histórico, que juzgar el pasado con los ojos del presente, o juzgar el presente con los ojos del pasado. En ambos casos, inequívocamente llegamos a un razonamiento falaz. Las cosas hay que analizarlas como son en este momento, y a partir de las dinámicas sociales que ocurren en este momento. Por supuesto, entender lo que sucedió antes es muy útil, siempre y cuando sepamos en qué lugar hay que acomodar esos datos.

Por ello, no hay nada más superfluo o equivocado que afirmar que el gobierno ucraniano es neonazi, o afirmar que no hay neonazismo en Ucrania. Los dos extremos están absolutamente equivocados. Lo que hay que hacer es comprender qué sucede.

Lo primero a tomar en cuenta es que Ucrania es un país enorme (su tamaño equivale casi a un tercio de toda Europa), y es una zona en la que han transitado cualquier cantidad de grupos humanos (eslavos, turcos, jázaros, lo que gusten). Su sociedad actual es un fiel reflejo de esa Historia, tan compleja como rica, así que lo primero que debemos entender es que no se puede reducir el concepto de “Ucrania” a una frasea o a un párrafo.

Es cierto que durante la Segunda Guerra Mundial hubo un abierto apoyo de muchos ucranianos al nazismo.

¿Filiación ideológica? Tal vez en algunos casos, pero dudo mucho que la mayoría de la gente que lo hizo, lo hiciera por pensar igual que Hitler, o tener las mismas expectativas que los nazis alemanes y austríacos. La situación iba por otro lado: apenas entre 1932 y 1933 —entre ocho y nueve años antes de la invasión alemana— había ocurrido el Holodomor o genocidio ucraniano ordenado por Stalin. Fue un episodio dantesco y terrible: por órdenes de los jerarcas rusos, Ucrania fue sometida a una hambruna criminal que dejó un saldo de 3.9 millones de personas muertas.

Con ese antecedente como algo reciente ¿qué esperabas que hiciera un amplio porcentaje de población ucraniana cuando Alemania atacó a Stalin? No se necesitan dos dedos de frente para entender que iban a apoyar a Alemania (exactamente por las mismas razones que muchos judíos se afiliaron al movimiento bolchevique para rebelarse contra el Zar en 1917, por ejemplo).

¿Y no podría decirse que esos ucranianos se alinearon al nazismo porque también mantenían una postura rabiosamente antisemita?

Sí, por supuesto. Eso debió influir. Pero en ese aspecto, los ucranianos no eran distintos a los rusos. El antisemitismo no ha sido patrimonio exclusivo de Ucrania, sino una molesta realidad presente en amplios sectores de los pueblos eslavos. El propio Stalin fue otro rabioso antisemita, y sus sucesores nunca fueron precisamente amables con los judíos. Así que ese argumento no nos dice nada, ni a favor ni en contra de los ucranianos o de los rusos.

Lo complejo que era la sociedad ucraniana ya en esos entonces lo demuestra que, a la par que muchos se levantaron para apoyar a Alemania, otros lo hicieron para defender a Rusia. Ocho millones de ucranianos murieron en el frente ruso combatiendo contra la invasión alemana.

Conclusión: nunca hagas juicios rápidos sobre nada, menos si se trata de fenómenos tan complejos como el nazismo.

No se puede negar que en la Ucrania actual existen muchos grupos de abierta filiación neonazi; tampoco se puede negar que han tenido un bizarro apoyo por parte del gobierno.

Pero hay que entender qué sucede. Por ejemplo, en la narrativa rusa o pro-rusa, la idea es que grupos como el Batallón Azor se han dedicado a hostigar, atacar e incluso masacrar a los pobladores de la región del llamado Dombás de Ucrania, que abarca los óblast (provincias de Donetsk y Lugansk. Se encuentra al este de Ucrania, y hace frontera con Rusia.

De ahí se desprende toda la propaganda de Putin: los pobladores del Dombás son rusos (por etnia y por lenguaje), y su violentamente oprimidos y reprimidos por los neonazis ucranianos, por lo que quieren su independencia. Rusia simplemente ha decidido apoyarlos —a fin de cuentas, también son rusos—, y por eso se ha propuesto “desnazificar” a Ucrania.

De entrada, ya deberías notar que ese razonamiento se parece demasiado al que usó Hitler para exigir la anexión de Austria y de los Sudetes en Checoslovaquia: la población local en ambos lugares era alemana.

Pero sigamos: sí, es cierto que los grupos extremistas ucranianos han jugado un papel muy negativo en los conflictos en el Dombás, pero esta propaganda no te ha contado la otra parte de la Historia: ha sido Rusia —es decir, Putin— quien se ha dedicado a fomentar los sentimientos separatistas de la población rusoparlante de esa zona de Ucrania.

En muchos sentidos, la misma estrategia que usaron los musulmanes en Líbano hasta antes de la guerra civil: desde afuera (es decir, desde otro país) nutrir al grupo minoritario, hacerlo mayoritario, y luego convencerlo de rebelarse contra su gobierno. Así fue como un país históricamente cristiano como Líbano se hundió ante la estrategia musulmana. Y eso es justo lo que Putin y el gobierno ruso han fomentado en el este de Ucrania justo para generar una crisis que, al final del día, justifique la intervención militar que estamos viendo.

Y es que estas cosas funcionan como reloj: si empiezas a fomentar desde Rusia el separatismo de una región ucraniana, inevitablemente van a aparecer los grupos extremistas y conservadores ucranianos que van a reaccionar —siempre de manera violenta— contra ese separatismo.

Ucrania —esto sí hay que señalarlo— fracasó en controlar ese problema que se estaba dando dentro de sus fronteras, y dejó que la situación en el Dombás se saliera de control en muchas ocasiones.

Sin embargo, la presencia de los grupos de extrema derecha podía haberse limitado a situaciones muy puntuales como esa. ¿Por qué sucedió todo lo contrario? Es decir, ¿por qué los grupos de extrema derecha —como el ya mencionado Batallón Azov— cobraron tanta relevancia incluso a nivel de gobierno en Ucrania?

Porque Rusia siempre estuvo interesada y dedicada a hacer de este problema algo mucho más grande.

Una de las cosas que más se han señalado de Putin en estos días —y muy acertadamente— es que vive atorado en la lógica soviética. Pareciera que no ha entendido mucho de lo que sucedió desde 1991. Entiende lo que pasa en Rusia, pero no lo que ocurre en los demás países que fueron parte de la Unión Soviética, o que estuvieron integrados en el Pacto de Varsovia.

Putin sigue creyendo que Rusia es el único factor de equilibrio posible en una Europa del Este “asediada” por occidente.

En su lógica, incluso la población de países como Ucrania, Lituania, Estonia, Bielorrusia o Polonia viven angustiados porque occidente se los ha tragado por culpa de gobiernos corruptos, débiles y entreguistas.

Ese severísimo error de percepción es, acaso, lo que puede sentenciar el ataque ruso a un total fracaso: evidentemente, Putin realmente creía que el impresionante despliegue de poderío militar ruso iba a provocar que Zelenski huyera del país de inmediato, que el ejército ucraniano se rindiera sin resistencia, y que la población en general se tranquilizara de que todo regresara a un verdadero orden. Para desconcierto suyo, ocurrió todo lo contrario: Zelenski no huyó (incluso decidió ponerse al frente de su propio ejército, aun a costa de su propia vida), la población se armó para integrarse a la resistencia anti-rusa, y no hubo ninguna rendición.

Quienes conocen a Putin de cerca dicen que él calculaba que esto no pasaría de cuatro días.

Y es que no le conviene que se extienda el conflicto, porque su despliegue militar le está costando alrededor de 20 mil millones de dólares diarios. Diarios. Rusia no tiene la capacidad económica para mantener un conflicto de ese nivel durante mucho tiempo, probablemente “mucho tiempo” para ellos signifique más de una semana. A esos gastos habrá que agregar el impacto de las sanciones económicas que siguen desfilando desde todos los países de occidente.

Ahora bien: ¿Es una Ucrania neonazi la que está defendiéndose de Rusia hasta con los dientes?

No. En primer lugar, tiene un presidente judío, electo en una votación llevada a cabo en 2019. Es decir, que la gente votó por un judío. Eso ya nos obliga a dudar que haya una ideología neonazi como trasfondo.

En segundo lugar, la vida judía se mantiene en Ucrania de un modo bastante normal. Sí, hay incidentes antisemitas, pero eso no es lo mismo que una política de gobierno neonazi (que sería lo lógico si el gobierno fuera neonazi). Y, como ya señalé, no es un problema exclusivo de Ucrania. En realidad, toda Europa tiene problemas con el antisemitismo.

Entonces hay que marcar algunas diferencias: en Ucrania hay un gran auge de las ideas de derecha, y grupos paramilitares activos y muy peligrosos que son de extrema derecha. Eso, por supuesto, los acerca al nazismo, pero no necesariamente los hace sinónimos de nazismo.

Así que para entender a la ultra derecha ucraniana —tan cuestionable y reprobable como todas las ultras derechas—, hay que conocer la realidad ucraniana.

Y esa realidad nos muestra un panorama que no concuerda con la propaganda rusa que habla de una Ucrania secuestrada por un gobierno neonazi.

En realidad, ocurre todo lo contrario: en el momento más oscuro posible para el pueblo ucraniano, repentinamente han encontrado una fuente de inspiración en su presidente.

No lo vieron huir, sino tomar el uniforme, tomar las armas, integrarse a los batallones de combate en Kiev, rechazar la oferta de los Estados Unidos para trasladarse a un lugar seguro, y decir que va a morir defendiendo su país. Todo su gabinete siguió su ejemplo; todos ellos están la línea de batalla. El alcalde de Kiev —el célebre excampeón de boxeo Vitali Klitchko— hizo lo mismo.

Ahora todos los ucranianos están inspirados por un judío. La gente promedio, el ciudadano de a pie, han aceptado tomar las armas y ofrecerle al ejército ruso una feroz resistencia que —según el Ministerio de Defensa ucraniano— este sábado hacia la 1 de la mañana ya había derribado 14 aviones y 8 helicópteros, destruido 102 tanques, 536 vehículos de combate y 15 sistemas de artillería, y que habían eliminado a unos 3,500 soldados rusos.

Zelenski está exponiendo su vida. Hay muchas probabilidades de que no salga vivo de esta. Putin, en principio, así lo deseaba. Creía que cercenando la cabeza del gobierno ucraniano, el ejército y la gente se rendirían fácilmente.

Pero Putin ya perdió la guerra mediática. Si Zelenski muere en combate, Ucrania tendrá un nuevo héroe.

Y ese nuevo héroe es un judío.

Vaya paradoja si se supone que el de Ucrania es un gobierno neonazi. Mientras, el único que hasta el momento se ha comportado como nazi —específicamente, como Hitler— es Vladimir Putin.

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