Enlace Judío México e Israel- Todo debe de haber sido escrito ya sobre el Shabat. Es casi temerario intentar aportar algo adicional. Principalmente, porque no hay palabras humanas que mejoren el silencio para acompañar a las que nos han sido legadas en la Torah. El Shabat recorre los tres primeros libros en un recordatorio que riega toda la historia del pueblo y de la relación con Hashem. Como si fuera una cascada de agua viva.

ABNER ANDRÉS MONTERO

El Shabat recorre la Torah

Bereshit (2:2-3) hace del Shabat uno de los engranajes del espacio-tiempo, pues cuando Hashem acaba la creación, el séptimo día queda bendito. Como si el ciclo universal del espacio-tiempo, que se repite cada fracción infinitésima de vida, culminara y se reiniciara siempre en Shabat. Nada finaliza y nada comienza si no es a su través. Conecta los principios y los fines, la inspiración y la expiración. El Shabat respira el mundo a través del pueblo. Ese día sólo están Hashem y lo creado, y ningún movimiento o actividad, ningún ser, se entienden fuera del momento de relación entre ambos, el Hacedor y su obra.

Shemot (20:8) llama al pueblo, pero no sólo en colectivo sino a cada uno de sus miembros en particular, a recordar. No es un mandato específico a santificar el Shabat, sino concretamente a recordar. Esa frase, en su estructura, en su melodía, tiene algo similar al <<Shma Ysrael>> del Devarim. Si allí se solicitaba escuchar, aquí se confía el Shabat  a nuestra capacidad y voluntad de recordar. <<Acuérdate del Shabat para santificarlo>>. Primero recuerda, y santifica una vez has recordado. Con toda la poesía de la Torah, Hashem nos encomienda tener el Shabbat siempre en la memoria para entonces, desde la reminiscencia que decanta en nuestro ser, bendecirlo. No olvidarlo, tampoco, el resto de los días, sino esperarlo. Como si el Shabat fuera un recordatorio permanente de nuestra relación con Hashem. Tenerlo, no olvidarlo, anhelarlo. Pues llegará.

Vayikrá (23:3) especifica en tiempo humano el Shabat. Nos lo hace concreto en la asamblea con Hashem y con la <<reunión santa>>, con la hermandad, con la familia, con el pueblo. Ese encuentro con Hashem es personal, pero no puede hacerse sin el pueblo, pues cristaliza a través del pueblo para ser santo. El Shabat es un acto de amor, hacia Hashem y hacia los demás, expresado a través del descanso, del cese de toda actividad que no sea el acto de bendecir, de cultivar ese encuentro santo.

Lo que hay que hacer es dejar de hacer

El séptimo día es una regeneración recurrente, una esperanza que está llegando. Quien no tiene al Shabat en la memoria no llega nunca sobre sí mismo, sino que vive en linealidad, en permanente huida hacia delante. No es coincidencia que la geometría armónicamente más perfecta del universo sea la esfera. El Shabat es el movimiento esférico que Hashem imprime en el mundo. Hay que llegar a cesar para volver a comenzar.

Precisamente es Bereshit, el principio, el encargado de precisarnos la naturaleza de lo que termina. Aquello que cesa el Shabat es toda mlajah, ocupación, servicio, trabajo, que tiene relación etimológica con laj (enviar) y con su derivado malaj, que es el mensajero comisionado, aquél que tiene una misión. De manera que Hashem cesó su misión el séptimo día y quedó a solas con el resultado de esa misión, cual es toda la creación, todas las criaturas. Bereshit todavía no nos pide nada, ni nos comanda, sino que, sutilmente, nos desliza cuál fue el comportamiento de Hashem al finalizar su propia encomienda.

Hashem cesó, pero lo hizo de una manera muy especial y precisa. No interrumpió cualquier cosa. Lo que hizo fue dejar de hacer. Es tan sencillo como impresionante el lenguaje de Bereshit, tal limpio como inabarcable. Dejar de hacer, con la palabra asah, de laasot, que no es el verbo con el que Hashem crea, sino con el que “hace”. Las creaciones de la nada, un atributo que sólo tiene Hashem, están nombradas en Bereshit con otro verbo, bará (de livró), la acción con la que se crea el universo y a todas las almas de vida (nefesh ha-jayah). En cambio, con asah, Hashem multiplica en distintas especies las almas de vida que había creado, y además hace al ser humano, que es proyectado como “hecho” con asah para ser posteriormente “creado” con bará.

El ser humano no es creado de la nada, sino como criatura del Shabat

Tiene sentido, por lo que a continuación Hashem dejará explícito en las palabras btzalmenu kidmutenu, a su imagen y semejanza. El ser humano nunca podía ser proyectado con bará, como el resto de las criaturas, puesto que está “hecho” a imagen y semejanza, es una obra derivada, igual que las especies de animales lo son respecto de la criatura originalmente creada. De esa forma misteriosamente simple, Bereshit nos confirma, en una sola palabra, que el ser humano no está llamado a ser un dios: ha sido pensado como “hecho” mediante asah a imagen y semejanza, como una obra derivada del propio Hashem, por tanto, sin ser ningún dios. De la misma manera, las aves del cielo y las criaturas del mar fueron creadas con bará, de la nada, pero sin imagen ni semejanza: son entidades nuevas, de las que luego se derivaran (con asah) sus propias especies.

Por tanto, el ser humano no es una criatura producto de la nada, sino de la imagen y semejanza. En cierto modo, ni siquiera es una “criatura” en el sentido estricto del bará, sino una obra creada. Y la precisa arquitectura léxica de Bereshit lo entreteje al Shabbat a través de la (in)acción de “hacer”, de asah. Es el humano hecho con asah a imagen y semejanza de un Hashem que cesa, que descansa de “hacer”, de asah.

El Shabat es aplicable a todas las tierras y criaturas animadas del universo, es un ciclo de reposo que les llega y les pertenece, pero no se les pide a ellas que lo observen, sino al ser humano. Esas tierras y aguas, esas criaturas animales y vegetales que las habitan, fueron creadas con bará, nuevas, sin imagen y semejanza. En cambio, es el ser humano al que Hashem se propone hacer btzalmenu kidmutenu a quien se pide que recuerde bendecir con el Shabat a toda la creación. Porque al ser humano le ha sido concedido “hacer”, expresarse con asah, pero no crear de la nada con bará.

En el Shabat, el mundo descansa del hombre

Todo cuanto ha sido ha sido hecho es una criatura del Shabbat. Lo creado llega al Shabat mediado por el ser humano, por su imagen y semejanza. De nuevo Bereshit anuncia esta relación de encadenamiento: Hashem otorga a los humanos capacidad de dominar (radah) sobre cuanto ha sido creado. Aquí Bereshit (1:26) cierra el círculo: al ser humano, que es “hecho” a imagen y semejanza, se le confiere gobernar sobre aquello “creado” sin imagen ni semejanza. Esa es la misión para el ser humano, la que tiene que dejar de hacer en Shabat.

El ser humano está llamado a recordar que tiene que “dejar de hacer” en el Shabat. Así nos lo testimonia por escrito el Shemot, con la forma imperativa del verbo zajur en zajor, “recuerda”, recuerda tú Israel. Tras recordar ese precepto, bendecir el Shabat con el verbo (lqadesh) que tiene la misma raíz de cuanto es santo, que encontramos en el Templo (miqdash) o en su santuario (qodesh ha-qodashim). Así de santo es el Shabat.

Llamemos la atención respecto de que el imperativo la Torah no lo pone en “bendecir”, que está expresado en infinitivo, sino en “recordar”. Lo imperativo es recordar el Shabat para santificarlo. Las palabras, como así en cada verso de la Torah, están sembradas con la precisión que sólo tienen las intenciones en el infinito. El recuerdo es una función (senti)mental, que decanta existencialmente, y que sirve para alinear el cuerpo con el acto de bendecir, que es aquél que ya se adentra en el alma. Recuerda en el cuerpo y en la mente que el alma tiene que santificarse cesando de hacer para, de este modo, orientarte a Hashem.

La memoria del ser humano es Shabat

Ese precepto de recordar el Shabat nos ilumina muy delicadamente el carácter de cualquier obligación ligada a la santificación del séptimo día, que va mucho más allá del cumplimiento de una conducta o mandamiento. Nos está vertebrando el Shabbat como un estado existencial, un modo de vivir que nos tiene que inundar la memoria y calar en el ser. No está, pues, únicamente relacionado con la llegada de un momento de descanso en el séptimo día, con el “dejar de hacer”, sino con la toma de conciencia de que el Shabat es el eje alrededor del cual está girando el mundo.

Toda la dinámica cíclica del universo está consagrada al momento de recordar que hay que pararse a bendecir, pues esa santificación es la unión con el eje, con la generatriz cuyas vueltas están produciendo constantemente el mundo y la vida. En ausencia de unión con su eje, la forma que gira a su alrededor colapsa.

Únicamente tras presentarnos el Shabat como un eje existencial, la Torah recurre al Vayikrá para concretarnos el sentido de la santificación, la dirección que debe adoptar ese recuerdo al que se nos exhorta. Esa dirección es una <<miqrá qodesh>> con Hashem, una <<reunión santa>>. Lo que es lo mismo, el reencuentro con nuestra propia imagen y semejanza.

El Shabat es el reencuentro con nuestra imagen y semejanza

Durante el Shabat se nos pide recordar que tenemos que detenernos, cesando nuestra actuación sobre el mundo, para buscar el reflejo de Hashem, y así santificar nuestra existencia antes de volver de nuevo a la actividad. No es más ni menos que la santidad lo que nos pide el Shabat. Y esa santidad no tiene otro objeto que devolvernos, momentáneamente a nuestro eje, que es el origen del universo, el momento de la creación, donde éramos imagen y semejanza de Hashem.

Es verdad que a veces, como todos los preceptos espirituales que después han sido sistematizados, el Shabat puede parecernos intratable, impracticable. Incluso que la santidad es inalcanzable o, en cualquier caso, imposible para cualquier humano en la vida diaria del mundo moderno. Y es justamente al contrario. El Shabat nos llama a recobrar semanalmente nuestra naturaleza de una manera sencilla: recordando que nosotros, y quienes son nuestros “otros”, somos imagen y semejanza de Hashem proyectada sobre la creación.

Por tanto, intenta cesar tus quehaceres el séptimo día para bendecir la unión de Hashem con tu pueblo. Si no te es posible, recuerda recordar, pues con ello estarás alineando tu espíritu con el momento en que todo comenzó. Bendice tu existencia, idealmente junto a otros. Si, por las coyunturas, no alcanzas a ello, cesa tu actividad, aunque sólo sea unos instantes, enciende las nerot shabbat y siente, aunque sea una fracción de segundo, que estás unido a todo cuanto te rodea a través de una imagen. Y de una semejanza.

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