Enlace Judío – En un viaje de visita a Israel, el rabino Berel Wein asistió a una sinagoga en Jerusalén y mientras estaba sentado en una de las bancas de la sinagoga, observo a un hombre alto, rubio y de ojos azules, entrar con sus tres pequeños niños rubios, que se sentaron junto a él. Aunque el rabino, ya estaba acostumbrado a la diversidad racial que existe en Israel, sin embargo, esa familia en particular le parecía diferente, ya que realmente no se veían como judíos, sino como arios.

Pero lo que más lo sorprendió, fue la seriedad de sus rezos. Los niños se comportaban muy educados y seguían el rezo sin perder la concentración ni siquiera una vez, algo inusual en los niños. Una vez terminado el rezo, el rabino le comentó a un amigo que ellos se veían gente muy refinada. Entonces su amigo le dijo que ese hombre era un microbiólogo en la Universidad Hebrea y que tenía una extraordinaria historia para contar.

Inmediatamente se acercaron al hombre, y le dijo: “Abraham, te quiero presentar al rabino Wein, estoy seguro que le gustará escuchar tu historia, ¿podrás contársela?”. Claro que sí, le respondió.

“Yo nací y crecí en Alemania. Mi padre era un oficial en el escuadrón asesino de elite de la SS, el Totenkopf (Escuadrón de la Calavera), y allí sirvió durante toda la guerra. Cuando la guerra acabo, el evitó ser arrestado. Pero sus crímenes fueron tan atroces, que años después, la Republica Occidental Alemana, continuó persiguiéndolo. Finalmente fue capturado y puesto en prisión por diez años. Sin embargo, luego de cuatro años y medio, le redujeron su sentencia y lo liberaron.

“Mi padre nunca nos habló de su pasado. Pero cuando él fue arrestado, comencé a leer y a indagar sobre sus crímenes, y descubrí que mi padre llevó una vida monstruosa. Eso para mí fue una experiencia fulminante. Yo era un adolescente, y todo eso me confundió mucho. En una ocasión, cuando fuimos a visitarlo a la cárcel, no pude entrar a verlo, sentía como si mi padre me hubiera traicionado.

“Sin embargo, algo positivo salió de todo esto, ya que comencé a averiguar más sobre la Guerra, y en especial sobre el Escuadrón de la muerte Totenkopf y su participación en el Holocausto. Entonces me puse a leer todo lo que pude encontrar, y así pude tener una idea de lo que les había pasado a los judíos. Todo lo que descubrí me horrorizó, y peor aún, saber que mi padre había participado en la matanza de los judíos, me hizo sentir que nuestra familia estaba contaminada con el mal.

“Por lo tanto, tome la decisión de abandonar Alemania y viajar lo más lejos posible. Pero en medio de mi viaje, decidí visitar Israel, para tener una mejor perspectiva de las víctimas de los nazis, y averiguar qué era lo que tanto le molestaba a Hitler, y odiaba de esta nación. Una vez en Israel, viajé por todo el país, trabajando en diferentes Kibutzim. En una ocasión, estando en un kibutz, vi un anuncio de un programa en la Universidad Hebrea, sobre zoología del desierto, y me inscribí. Me fue muy bien, y luego pude inscribirme para una licenciatura en la universidad. Mientras estaba estudiando, comencé a interesarme por el judaísmo. Israel me gustaba mucho, entonces me quedé y apliqué para la ciudadanía.

“Después de dos años de aprender sobre judaísmo, decidí estudiar para convertirme en judío. Pocos años después, obtuve mi licenciatura, y me convertí al judaísmo. Me casé y me asenté en Jerusalén. Mi esposa era una alemana luterana, y también se había convertido.

“Quizás un psicólogo interpretaría mi conversión, como un intento de perdonar mis sentimientos de culpa, pero yo pienso que fue para cumplir con mi destino judío. Hoy en día, somos una familia judía observante, y estamos muy felices viviendo como judíos. Pero hace un año, nos enteramos que mi padre no se estaba sintiendo bien. Entonces mi esposa me sugirió que sería una Mitzvá ir a visitarlo, y así presentarle a sus nietos. Al principio me aterraba la idea de volver a Alemania, pero al final decidimos viajar con los niños a Darmstadt, Alemania, para visitar a mi padre.

“Cuando llegamos a su casa y mi padre nos vio, se quedó en shock, y no podía abrazar a ninguno. Fue una escena muy interesante. Mis hijos con Kipot y Tzitzit, y con sus Peot, y para colmo, hablando en hebreo. Pero cuando paso un rato y comenzamos a hablar con él, pareció como que estaba contento con la forma en que las cosas se estaban dando para nosotros. Ahora mi padre es muy anciano, él ya tiene más de noventa años, y yo nunca podía entender qué fue lo que hizo para ameritar una vida tan larga, y con nietos tan buenos.

“Por lo que me anime y le pregunté: papá, ¿qué fue lo que hiciste para tener esa suerte? Le expliqué que los judíos sabemos que todo lo que hacemos tiene consecuencias, y la recompensa en la vida, es medida muy cuidadosamente, y que a eso le llamamos MIDA KENEGUED MIDA. Entonces mi padre me miró fijamente, mientras pensaba en la respuesta, y me respondió:

“No puedo pensar en nada sobresaliente, pero recuerdo que en una ocasión en Frankfurt, cuando estábamos cazando a los judíos, tuve la oportunidad de salvar la vida de tres niños judíos que se estaban escondiendo en un orfanato católico. Por alguna razón esos niños judíos se ganaron mi simpatía y sus súplicas me conmovieron. Ellos estaban tan perdidos y desamparados, que sentí piedad y los dejé huir. No sé luego qué fue de ellos, pero no los maté”. Entonces yo me puse a analizar su respuesta y le dije a mi padre que, lo que él había dicho tenía sentido”. “Sabes papá, si hubieses dejado huir a cuatro niños, hoy hubieses tenido cuatro nietos”.

 


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