Enlace Judío – Antes de subir al coche para emprender un trayecto largo, siempre procuro de antemano tener algo que oír en el camino. Música, podcasts, clases y conferencias forman parte de mi repertorio sonoro a bordo de un automóvil. Siendo sincero, el proceso de planeación invariablemente dura más de lo que me gustaría: exploro las opciones en Spotify, hago búsquedas en internet y pido recomendaciones en Twitter antes de tomar una decisión.

Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones me aburro y acabo escuchando a los viejos confiables, es decir, a mis artistas favoritos. En un golpe de suerte, hace poco encontré un podcast que no pude parar de oír. Sabah Al-Yasmine se convirtió en todo lo que quería escuchar.

La comida de Fadi Kattan

A raíz de la pandemia, el chef palestino Fadi Kattan tuvo que cerrar su restaurante en la ciudad vieja de Belén. Ante la disminución del turismo en la ciudad, Kattan tenía que lograr otra forma de hacerse notar. Al igual que un cúmulo de gente desesperada por las circunstancias, el cocinero comenzó a grabar un podcast durante el encierro de 2020.

En el curso de 77 episodios grabados diariamente desde su estudio, Kattan entrevistó a diferentes personajes de la escena culinaria israelí y palestina, entrelazando sus opiniones culturales, políticas y sociales con la cocina regional. Tan exitoso fue su programa que el chef se convirtió en una figura popular en redes sociales. Su cuenta de Instagram ahora cuenta con más de 25,000 seguidores y los videos de sus recetas en TikTok se han compartido en millones. 

“La comida es todo lo que somos”, decía el célebre crítico culinario Anthony Bourdain, “es una extensión del sentimiento nacionalista, de nuestra historia personal, de nuestra provincia, de nuestra región, de nuestra tribu, de nuestra abuela. Es inseparable de nosotros desde el inicio de nuestras vidas”. 

El camino de Kattan le permitió darse cuenta de lo mismo. “Durante la pandemia, nuevamente entendí cuánto poder tiene la comida tradicional. Gente de todo el mundo, particularmente palestinos que ahora viven en varios lugares, me han escrito emocionados, mandándome fotos y recetas de platos tradicionales. Nunca antes había horneado pan kamaj en casa. Normalmente iba a la panadería y compraba pan, pero durante el primer confinamiento estaba cerrado y de repente me dio tiempo de realizar un largo proceso de hacer pan, y claro, no soy el único. Ahora la receta del pan kamaj es una de las más populares en mi sitio web”.

La fama que ha cultivado Kattan le permitirá abrir un restaurante en Londres durante el siguiente año, uniéndose a los chefs Yotam Ottolenghi y Sami Tamimi en llevar los sabores israelíes-palestinos a la capital británica. Como estos últimos aseguraron en su prestigioso recetario Jerusalem, las dos naciones comparten prácticamente los mismos sabores.

Ottolenghi y Tamimi: amistad y desigualdad

En un conflicto en el que es complicado ver qué se tiene en común con el enemigo, la comida es un buen paso inicial para encontrar al otro, o por lo menos así lo expresó Ottolenghi en una entrevista con el diario Haaretz el año pasado: “Donde quiera que (Sami Tamimi y yo) vamos, la gente pregunta si realmente creemos que el hummus puede resolver el conflicto árabe-israelí. Mi respuesta es que si hay algo en el mundo que pueda solucionarlo es el hummus. Pero debido a que se vislumbra una solución en el horizonte, el hummus tampoco puede ayudar. Hay algo simple y básico en la comida que te hace creer que hay un denominador común para todos. Miren a Jerusalén: No hay lenguaje común; las escuelas y los lugares de trabajo no se comparten; no hay contacto real entre judíos ultraortodoxos y judíos seculares, por no hablar de contacto entre judíos y árabes. Pero cuando bajas la “solución” al nivel de la mesa del comedor, surgen elementos comunes. El potencial está ahí, aunque hoy me resulta difícil ver cómo se materializará”.

Entre el idealismo y la práctica, como bien lo manifestó Ottolenghi, hay una gran brecha. Así lo ejemplifican las historias paralelas de Ottolenghi, judío israelí, y Tamimi, nacido en una familia musulmana en Palestina. Ambos nacieron en 1968 en Jerusalén. No obstante,  mientras uno pudo ejercer servicio militar, estudiar filosofía y vivir sin discriminación sistemática, el otro tuvo que escapar de su casa a los 12 años por su orientación sexual, luchar para conseguir ciudadanía israelí y sigue viviendo los efectos de la discriminación.

Ottolenghi puede viajar a Israel las veces que quiera, pero Tamimi no ha regresado desde el 2003 a causa del tratamiento hostil que recibe en la embajada y por lo cuál ha tenido problemas para renovar su pasaporte. “Todos son muy amables hasta que abren el pasaporte y descubren que soy árabe. En ese momento el tratamiento y el tono de voz cambian por completo”, relata el chef palestino, “Es como si te echaran agua fría”, “recientemente regresamos de una gira de promoción de libros en América del Norte. Muchos de los eventos fueron con comunidades judías. Hablamos interminablemente sobre Israel, sobre Jerusalén y sobre la coexistencia y luego recibes una bofetada como esta”.

“No es que se le prohibiera inequívocamente ingresar al país”, añade Ottolenghi. “Es solo que su pasaporte aparentemente venció, pero el proceso agotador al que se somete cada vez es exasperante. Es deprimente pensar cuán diferente es el proceso para dos ciudadanos del mismo país. Nacimos en la misma ciudad y en el mismo año, y nuestra existencia paralela es el trasfondo del surgimiento de nuestra amistad y sociedad, y del libro sobre Jerusalén. Un golpe como este nos recuerda que aunque todo parezca bien en la superficie, el hecho es que hay una ley para mí y otra para él. Si mi pasaporte, el de un judío israelí, hubiera caducado, no lo habrían renovado por solo un año, y si me quedara sin papeles, probablemente acelerarían la burocracia”.

¿Reconciliación del hummus?

Las historias de Fadi Kattan, Yotam Ottolenghi y Sami Tamimi difieren mucho entre sí. Si en algo se parecen sus biografías es en los sabores con los cuáles crecieron: za’atar, aceite de oliva, café negro, aceitunas, muchas especias, y por supuesto, hummus. A través de esos sabores, los tres cocineros han podido platicar de cultura, de historia y de política al mundo exterior. Han demostrado que la comida es una identidad tanto personal como colectiva. Permite luchar e inspirarse, pero también verse en el otro y relacionarse. Todavía falta un amplio camino para recorrer, pero como escribieron Ottolenghi y Tamimi en Jerusalem: “Se necesita un gran salto de fe. Sin embargo, estamos felices de tomarlo, ¿qué tenemos que perder? Hay que imaginar que, si nada más lo hará, el hummus eventualmente unirá a los habitantes de Jerusalén”.


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