Enlace Judío – Las pasadas elecciones en Colombia confirman que América Latina está inmersa en una etapa en la que la tendencia se percibe como un giro hacia el populismo de izquierda. Con los resultados, en la región de Sudamérica se consolida un bloque en el que ya estaban Venezuela, Bolivia, Argentina y Perú, y que en este año ha visto la inclusión de Chile y Colombia.

No es noticia que este tipo de regímenes mantiene una abierta postura anti-israelí. Su apoyo a la causa palestina no es el único perfil conocido en sus gobernantes, sino a veces también su abierta simpatía y apoyo a grupos terroristas como Hezbolá, o a países imperialistas e intolerantes como Irán. En este sentido, Venezuela se ha convertido en el mayor foco de riesgo en la región, debido a su nivel de colaboración con el grupo terrorista libanés. Sin embargo, es poco probable que los demás países repliquen, a ese nivel, esta situación.

Lo primero que hay que destacar es que populistas de izquierda como Pedro Castillo (Perú), Gabriel Boric (Chile) y Gustavo Petro (Colombia) no han llegado al poder con un apoyo demasiado amplio. En algunos casos —como las elecciones entre Castillo y Keiko Fujimori, o Petro y Hernández— sus victorias fueron marginales, mínimas. Ello refleja que estos son países donde los contrapesos institucionales van a limitar el margen de acción de estos nuevos presidentes.

Lo vimos en Colombia: Petro de inmediato solicitó al Poder Judicial que otorgara el perdón a determinado tipo de reos, y la respuesta que recibió fue un elegante “no” en el que le señalaron que ese tipo de medidas tenían que seguir un proceso bien definido, y que el Poder Judicial no se lo iba a saltar. Es decir, le hicieron ver a Petro que en Colombia todavía existe un entramado institucional autónomo que no se va a doblegar a las ocurrencias del presidente. Algo que, por ejemplo, no existe en Cuba o Nicaragua, los dos países en Centroamérica que comparten esta visión populista de izquierda.

Eso, en términos generales, no significa que las cosas con Israel vayan a cambiar mucho en el plano político o diplomático. Acaso, las relaciones entrarán en una suerte de letargo, esperando a que lleguen mejores tiempos.

Lo que sí podemos esperar es un incremento en la retórica anti-israelí.

Y es que el populismo es, básicamente, eso: retórica, demagogia, charlatanería política y filosófica, discursos que a veces tienen como objetivo vender una idea falsa de la realidad, pero que con mucha facilidad llegan al exceso de ser un intento por realmente cambiar la realidad desde las convicciones ideológicas o desde un escritorio.

Me explico: el gravísimo defecto del populismo, heredado en gran medida del marxismo y aderezado con las modas filosóficas posmodernas actuales, es que no entiende cómo debe ser nuestra relación con la realidad (les hace falta leer más Orwell y menos Picketty).

Es cierto que no tenemos porqué ser conformistas (incluso, me atrevo a decir que pocos grupos en la humanidad han sido mejor ejemplo de inconformismo, que los judíos). La realidad no tiene porqué simplemente aplastarnos avasalladoramente, y dejarnos untados como mantequilla en el piso. Sin duda es nuestro derecho y privilegio enfrentarnos a todo lo que sea necesario, con tal de transformar a fondo nuestra realidad si es que esta no nos satisface.

Pero para poder hacer eso, se necesita algo muy importante: antes que nada, primero que cualquier otra cosa, se necesita aceptar la realidad tal cual es. No puedes transformar lo que no existe.

Si me pongo un poco quisquilloso, te puedo decir que por eso fracasó el marxismo, y por eso la causa palestina está destinada al fracaso definitivo. Son ideas que no se fundamentan en la realidad, sino en una visión —a ratos, delirante— nacida en la cabeza de filósofos, activistas, gente que quiere sentirse buena y sensible, o cretinos con intereses oscuros o creencias sesgadas y llenas de prejuicios. Pero, más allá de todos esos posibles matices, el común denominador es que se trata de personas que no quieren ver la realidad tal cual es, y sueñan con que sus discursos pueden moldearla o ajustarla a sus deseos viscerales y poco realistas.

El posmodernismo ha complicado todavía más este panorama, ya que se basa en un discurso filosófico de pésima calidad que considera que “la realidad” es algo inaccesible para el ser humano y que, al final de cuentas, sólo existe lo que hay en nuestra percepción.

Gracias a esa postura absurda es que la gran mayoría de los propalestinos evaden confrontarse con los datos concretos que demuestran, contundentemente, que toda su narrativa pseudo-histórica es una mentira manipuladora y sin sustento; gracias a eso mismo, los que se sienten soñados con ser “anti-sistema”, antiyanquis o antisionistas, votan por candidatos como Petro soñando con que “ahora sí se va a lograr” lo que ya tantas veces no se logró. Y lo más extraño del caso es que creen que lo van a lograr intentando la misma fórmula.

Ya sabes: esa fórmula que consiste en resolver todo por decreto. ¿Hay pobres? Repartan dinero. No importa que el dinero sea, en esencia, una ficción; menos aún importa que haya reglas del mercado que funcionan sin importar si el presidente es de izquierda o derecha; todavía menos importa que muchos especialistas, desde hace un siglo, hayan explicado porqué cierto tipo de medidas económicas —como regalar dinero— no funcionan.

De todos modos lo van a volver a intentar, y de todos modos —pese a los buenos deseos— van a volver a fracasar, y luego se quejarán de que, de algún modo que nadie termina de comprender, los yanquis y los sionistas tienen tanto poder que hicieron fracasar un proyecto que sólo quería ayudar al pueblo ya los pobres palestinos, porque sufren mucho.

¿Analizar las verdaderas causas de la pobreza y del sufrimiento palestino? No, gracias. Eso no es opción. Eso de ponerse a estudiar datos, cifras, hechos objetivos, es muy capitalista; es parte de esa malvada ideología que aspira a ser competentes, una mentalidad clasista y discriminadora que fomenta que la gente que no se prepara no pueda tener el mismo nivel de vida que los que sí lo hacen.

Hay dos noticias al respecto, una buena y una mala. La buena es que este tipo de proyectos políticos no tienen futuro. Se van a derrumbar por sí mismos, porque si hay algo que no entienden, es el significado de la palabra “eficiencia”. La mala es que, antes de su derrumbe, se van a llevar a muchos países de América Latina entre los pies, mucha gente va a empobrecer por su culpa, y el sufrimiento volverá a las calles de nuestro continente.

Lo irónico del caso es que no es Israel quien más vaya a verse afectado por eso. El Estado judío tiene otros problemas, y está concentrado en resolverlos. Si ciertos países de América Latina no quieren acompañarlo en eso —la búsqueda de soluciones— sólo porque eso de aceptar la realidad tal cual es resulta demasiado ofensivo o abrumador, bueno, pues es problema de este continente.

Habrá que esperar a que el ciclo de la vida de otra vuelta, la gente latinoamericana se harte de las insensateces típicas de este tipo de gobiernos, y hagan su esfuerzo por regresar hacia políticas más razonables y eficientes.

Mientras tanto, la realidad continuará su paso avasallador, aplastando a quienes se obstinan en negarla o rechazarla, porque las cosas son como son sin importar si eso te convence o te conviene ideológicamente.

Si tuviésemos que buscar consejos en la Torá, podríamos hacer una paráfrasis del primer mandamiento dado por D-os al pueblo de Israel en Sinaí (Éxodo 20). En aquella ocasión, el Santo —Bendito Sea— nos ordenó que no hiciéramos una imagen delante de Su Rostro. Para los gobiernos latinoamericanos lo podríamos decir así: “no permitirás que tu ideología distorsione tu percepción de la realidad”.

¿Es mucho pedir?


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