Enlace Judío – El dolor es una de las realidades más poderosas en el hombre, nadie dentro del mundo está libre de sufrimiento y por eso es una de las condiciones humanas que más cuestionamientos generan. Frente al dolor siempre nos encontramos en una dicotomía, nadie busca dolor de forma voluntaria, pero al mismo tiempo cuando llega con las tribulaciones naturales de la vida se puede convertir en una gran fuente de aprendizaje y crecimiento. En una semana se conmemora Tisha B’Av (un luto nacional que hacemos el nueve de av), dentro del calendario judío es un momento de reflexión y se suele pensar mucho en el dolor. Quiero aprovechar a exponer ciertos aprendizajes que pensar en el dolor me ha traído.

Creer en D-os es un regalo que nos damos

Un problema que siempre vamos a encontrar cuando hablamos de D-os, o básicamente de cualquier doctrina religiosa, es el balance entre la individualidad y la regulación social que la misma doctrina marca. Por un lado cualquier creencia es una postura individual asumida frente al mundo, por el otro el simple hecho de que pueda ser enunciada en premisas y defendida en conjunto con más personas, nos muestra una cara comunitaria o regida por elementos externos a nosotros. Eso es bueno porque nos ayuda a regularnos y en el caso de la espiritualidad, muchas veces nos ofrece retos que no aceptaríamos si no existiera un carácter externo a nosotros. Sin embargo, uno siempre debe aspirar a encontrar el balance entre lo que uno observa desde su interior y lo que la gente que lo rodea o el mundo le presenta ante sus ojos.

En el caso de D-os es sumamente importante no perder la individualidad, porque ésta es la base para construir una espiritualidad que sea genuina y propia. El problema tan grande que a veces uno enfrenta desde la Torá, es que la creencia en D-os al ser asumida como una responsabilidad escogida llega a verse como meramente una obligación y no como una relación: como un concepto que nos permite encontrar consuelo, amor o esperanza.

Por eso cuando se habla del dolor uno tiene la tendencia a no querer pensar en D-os durante esos momentos. Cuando realmente algo nos duele no pensamos en las responsabilidades que debemos tener frente al mundo y por eso no pensamos en D-os, porque lo vemos como una respuesta fuera de nosotros, que nos obliga a separarnos de nuestros sentimientos, como parte de las cosas hacia las que sentimos enojo. Y hay dolores tan profundos que no nos permiten ver la luz, cuando es así en efecto es importante que no hablemos de D-os, porque es importante que sintamos ese dolor y no lo reprimamos.

Sin embargo, hay momentos en que pensar en D-os dentro de nuestro dolor más que una responsabilidad es una invitación a aceptar nuevamente la vida. D-os nos muestra la belleza del mundo y la bondad en el hombre; poder creer que hay una sintonía atrás de las cosas que nos suceden y agradecer las bendiciones que recibimos día a día, en realidad es un regalo que decidimos darnos a nosotros mismos cuando bendecimos.

Hay dolores que no nos permiten ver la belleza del mundo, pero frente aquellos dolores que aún en su oscuridad nos muestran alguna luz en el mundo, pensar en D-os y aceptar la ambivalencia frente a la cual nos encontramos puede ser una fuente de consuelo y esperanza; porque es algo que estamos decidiendo hacer por nosotros, no por una exigencia externa.

No podemos forzarnos a curar

Cuando uno siente dolor, a veces uno tiene la tentación de querer forzar el proceso de curación que cada evento tiene; queremos reprimir lo que sentimos y sentir paz, alegría u sentimientos necesariamente positivos. Sin embargo, esto no es posible, el dolor como cualquier herida toma su tiempo en sanar y no podemos forzar a que el proceso sea más rápido de lo que naturalmente nuestras emociones nos piden. Muchas veces cuando no sentimos esa calma que buscamos es porque aún estamos generando las herramientas emocionales y cognitivas que necesitamos para hacerle frente al dolor que estamos viviendo y uno debe aceptar que éstas llegaran lentamente.

Frente a cualquier adversidad siempre nos tenemos a nosotros

Cuando rab Hirsch habla del dolor dentro del libro de Horeb, propone que veamos al dolor como una de las formas en que D-os también se relaciona con el hombre, es decir que nos fijemos en el carácter pedagógico del dolor. Esto radica en el hecho de que crecemos a través de la adversidad, ese crecimiento radica en que nos encontramos a nosotros mismos. Cuando lo perdemos todo aún nos tenemos a nosotros y cuando nos encontramos en esa desnudez es que realmente percibimos nuestro carácter y la fortaleza interna que tenemos y podemos generar frente al mundo.

Frente al dolor ajeno siempre es más importante la empatía

Nadie puede empujar a otra persona a negar su dolor, a tratar de hacer que crezca a través de él. Es importante remarcar que el punto anterior que mencionamos es una postura personal que la persona adopta de forma individual frente al mundo, uno no puede pretender imponerla. Cuando uno se encuentra con el dolor ajeno lo único que puede hacer es mostrar empatía y escuchar a la persona que lo acompaña.