Enlace Judío México e Israel – ¿Han oído de Sarek, Suecia? Yo jamás había escuchado de este lugar. Un buen amigo me invitó a ir. Es un lugar en el norte de Suecia, está por encima de la línea de los árboles… o sea casi no hay vegetación. “¿Y cómo qué hay?” “¿Qué es lo que lo hace interesante?” Siendo una citadina de hueso colorado, me sorprendió su respuesta: “¿Nada!” “¿Y entonces?” “Ese es justo la gracia del lugar, vas a caminar, comes lo mínimo, duermes al aire libre, no hay gente, a veces ves… muy rara vez… algún venado. Es todo paz”.

“Mmmhhhhh… ¿y qué haces?”, insistía yo. “Caminar, desintoxicarte, estar en la naturaleza”.

“¡Pero si ni árboles hay!”.

“Mira, te recojo del aeropuerto de Copenhagen (hagan de cuenta que está aquí a la vuelta), manejamos como 1500 kms. (¡nomás 1500!), paramos a dormir y comprar unas botas especiales y manejamos otros 1500 kms. (¡otros 1500!… ¡o sea!). Solo puedes llevar un par de zapatos, una botas que compraremos, dos camisas, un suéter, unos pantalones y un juego de ropa interior puestos y otro en tu mochila. De la comida y todo lo demás yo me encargo, no te preocupes. ¡Es un paraíso!”.

Me costaba trabajo imaginarme un paraíso sin mar, sin árboles, sin gente. Pero ¡ahí les va su güey! No, si te digo… ¡hay cada loco en este mundo! Muy mona volé a Copenhagen, ahí me recogió el chamaco, con todo detenimiento analizó mi mochila y sacó casi todo de ella. “Nomas se puede llevar lo que te dije”.

“¡Aunque sea mi camisón y mi cojín!”.

“No se puede”.

Pues ahí les va su citadina… sin cojín y sin camisón (y sin 80% de las pertenencias qué ella hubiese llevado)…

3000 kms más tarde: “¡Ya llegamos… aquí es!” exclamó emocionado el muchacho. Él feliz, yo agotada y con cara de ¡what!

¡Pero si no hay “nada”!

“Ya te expliqué que eso justamente es lo hermoso”.

Mis queridos lectores, en serio no había NADA… piedras, una ramitas secas, tierra seca y YA… ¡párale de contar! Me puse las botas que compramos a medio camino, él cargaba una mochila llena de su ropa y nuestra comida y una tienda de campaña y yo una mochila muy ligera con mis tres tiliches que me autorizó llevar. Yo iba seria y veía para abajo todo el tiempo por miedo a tropezarme con las rocas; él iba firme viendo al frente con sonrisa de oreja a oreja.

De repente: “¡quítate los pantalones! ¡Solo quédate con tus botas!”.

“¿Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee?”.

“Bueno si quieres que se moje tu ropa atravesando el río no hagas caso”.

No fue fácil ni la escasa ropa, ni el frío del viento y del río, ni lo mojado del río.

“Oye, tengo hambre”, se me ocurre decir.

De lo más empático el hombre se sienta en una roca, me invita a sentarme en otra, saca dos sobrecitos como de 8 cms. por 6 cms. y me dice que esa es nuestra comida: “betabeles”. Es aquí donde necesito interrumpir mi relato para contarles que lo único que nomás no puedo comer por el asco que me da son betabeles… me puedes dar lo que quieras, nomas no betabeles por favor.

“También hay una galleta para cada uno”, agrega este amable hombre.

“¡O sea!”.

Me comí la galleta, me supo a gloria. Seguimos caminando y la latosa de mi ahora quería ir al baño.

“Junta dos rocas y siéntate en ellas. Para limpiarte buscar una hojas de árbol”.

“¡Pero si no hay árboles!”.

“¡Alguna hojita habrá!”.

Justo cuando empiezo a buscar piedras y hojas, se acaba el viento helado… ¡que delicia! me dije. Queeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee… la delicia duró menos de un minuto, tras el cual estaba rodeada por miles de mosquitos, ¡miles!

“Nooooooooooooooooooooooooooooooooo, por favor noooooooooooooooooooooooooooooooooooooo”.

No te preocupes, cuando vuelva el viento se van. ¡Nomas no podía… no sabía si buscar mis piedras y hojitas, comerme los santos betabeles por el hambre que tenia, taparme del frio, agitar las manos para espantar a los mosquitos… ni idea! ¡Parecía chiste cruel! “¡Y este era el paraíso!”.

Noooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo.

Tras como dos horas de esto (que a mí se me hicieron como dos años), me rebelé:

“No puedo más, aun con la red que me cubre la cara, tres suéteres (los dos míos y uno de él), los guantes de lana (que picaba) que él me prestó, aun con el viento que sopla un poco, aun con todo lo que me gustas (quería yo pegar el chicle con el hombre)…. oficialmente me atrevo a decirte:

“¡Hasta acá nomas!”.

¡Esto es de locos! El hombre no lo podía creer. “¡Si este es el paraíso!”.

Armó de volada la tienda de campaña, le cerró la red a la ventana y no hubo manera de sacarme de allí en horasssssssssssssssssssssssssssssssss. Ya que empezó el viento helado salí…. ¡o sea mis opciones eran o mosquitos o frío! ¡Lindas mis opciones!

En la noche me sacó otro sobrecito, este de chícharos y otra galletita… y así tres veces al día: sobrecito, galletita, agua del río. Popó se hacía (no que hubiera mucho con esa alimentación) entre dos rocas; bañarse en el río con tan solo un chapuzón, allí a la mitad de la nada. Nunca han visto tantos piquetes de mosco en un solo cuerpo humano.

El plan era una semana en “el paraíso”, ¡aguante dos días!

… 30 años más tarde aún tengo algunas cicatrices de las picaduras.

Las botas que compramos son muy prácticas para regar el jardín y para brincar charcos con mis nietos.

¡Si te invitan al paraíso, piénsalo dos veces!… ¡Ahhh, y si pegué el chicle!


 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío. Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío