Enlace Judío México e Israel – El título de estas páginas anuncia sus propósitos: recordar planteamientos cardinales de Baruch Spinoza (1632-1677) que merecen ineludible atención. En particular el panteísmo que en términos filosóficos este pensador enhebró y difundió en el siglo XVI. Postura que tiene hoy clara expresión en la revolución cibernética que desde las últimas décadas apura cambios radicales en múltiples servicios y temas que gravitan en el humano hacer y devenir.

Entre ellos: el correo postal, las redes telefónicas y televisivas, el acceso a diccionarios y bibliotecas, los servicios de espionaje nacionales e internacionales, las invasiones militares por tierra, espacio y mar, las consultas psico-terapéuticas, las modalidades del robo personal y tecnológico, la difusión de datos y de chismes, el juego sexual y de parejas, entre otros temas. Cambios que las nuevas generaciones absorben y practican como habitual rutina dejando a los historiadores el relato de lo que fue y ya no es.

En estas circunstancias Dios y su presencia – tema de cultos, conflictos, reflexiones y muertes – merecen hoy en no pocos marcos una percepción singular sustancialmente alejada del predicamento que en tiempos idos legitimó tanto el poder político y eclesiástico como la persecución y muerte de aquellos que osaron negar este radical viraje.

Percepción que no necesariamente conduce al desalojo de instituciones y personas inclinadas a adherir a valores y tradiciones postulados en tiempos idos. Por el contrario, la mutua tolerancia instituida en sociedades democráticas multiplica la capacidad creativa y abre nuevos horizontes tanto al afán científico como al religioso.

Presente constelación histórica y social que me conduce a recordar al judío sefaradí Baruch Spinoza y a las particulares circunstancias que modelaron su vida y su radicalismo filosófico.

Entre sus convicciones: Dios es una humana creación que en su devenir legitima normas y hábitos, amor y odios que modelan nuestro mundo. De aquí la obligada tarea de buscar y difundir las leyes que presiden el cósmico hacer con la debida tolerancia a aquellos que aún profesan ideas y cultos del pasado.

En otros términos, gobiernos, iglesias y sectas deben aceptar con generosa tolerancia la libre y disciplinada búsqueda de leyes y hechos que gobiernan y explican la humana presencia en este mundo.

Para señalar algunos fundamentos de estas ideas que fueron consideradas heréticas en su momento es ineludible recordar el itinerario personal y filosófico de Baruch Spinoza y las circunstancias y tensiones que gravitaron en su formación y ascendiente.

Los altibajos de la conversión

El escenario español-portugués en los siglos XIV y XV ha merecido amplios estudios. En este contexto es ineludible recordar los aportes de dos historiadores israelíes: Yrmiyahu Yovel y Yoseph Kaplan. A ambos conocí personalmente en marcos públicos y académicos. Los últimos restos del primero descansan en Nathania, en un cementerio secular al que llegaré a su debido tiempo.

En el siglo 17 europeo las diferencias y tensiones entre cristianos y judíos eran filosas y múltiples. No sólo en términos religiosos. La estatura ocupacional y las brechas en el ingreso abrían paso a múltiples conflictos. Los rasgos singulares del judío – desde el culto religioso a las prácticas comerciales y familiares – encendían entonces la intolerancia y el odio.

No pocos transitaron – en apariencia o por convicción – a la dominante praxis cristiana. Y otros – es el caso de la familia Spinoza – prefirieron emigrar a países como Holanda e Inglaterra sin excluir al nuevo Mundo con el propósito de preservar tanto la fe original como la supervivencia económica. Tránsitos que no pocos judíos – en desiguales circunstancias – han conocido hasta estos días.

Baruch Spinoza nació y se formó en estos escenarios. El lector interesado encontrará datos pertinentes en múltiples fuentes incluyendo el omnipresente Google. Sigue una breve revista.

Cuando contaba 24 años el liderazgo judío en Ámsterdam enhebró razones para expulsarlo de la comunidad. No fue ni será un caso singular. Personajes como Uriel Da Costa merecieron castigo similar. Actitud que a la sazón se concebía necesaria para preservar la legitimidad de la vivencia judía en un medio desigual y relativamente hostil.

Esta decisión no lo condujo al suicidio o a una estéril marginalidad como en el caso de no pocos que fueron castigados por la Iglesia o por la comunidad judía. Por el contrario, Spinoza acertó a encontrar sostén y apoyo en el medio holandés caracterizado en aquel momento por la pluralidad de credos, la relativa tolerancia política y pública, y, en particular, por gérmenes y expresiones de la revolución científica.

La ubicuidad de Dios y la finita presencia humana

Los principales pensamientos de Spinoza se encuentran en su Ética. Páginas que en el andar del tiempo superaron los altibajos de regímenes y concepciones que remodelaron la escena filosófica y científica europea.

Leerlas en su modalidad geométrica no es tarea fácil. Sin embargo, ganó difusión gracias al libre juego de la razón y al empuje irrefrenable de la revolución científica que se verificó en Europa a partir del siglo XVI.

Fuente insoslayable para apreciar este sustantivo viraje es Will and Ariel Durant, autores que ordenaron mis reflexiones desde temprana edad. En el volumen que consagraron al tema puntualmente se preguntan “… ¿es la gente pobre porque es ignorante, o es ignorante debido a la pobreza?”

Círculo vicioso que conoce radical ruptura en el siglo XVII europeo cuando argumentos contra la superstición y la magia – alentados directa u oblicuamente por credos religiosos – merecen lúcidos planteamientos.

Por ejemplo, las principales ideas de Aristóteles y otros provocaron en este entorno, lúcidas interpretaciones que pusieron énfasis en el hacer racional y científico. El juego de logaritmos, la geometría analítica, el microscopio, las guías marítimas, los instrumentos astronómicos: creaciones que en este contexto alteraron radicalmente la mirada y la interpretación del humano mundo.

Entre sus actores importa recordar a Francis Bacon, John Napier, William Gilbert, Descartes, Newton entre otros, que propiciaron mudanzas en la visión del origen y evolución del humano y físico mundo. Y en estos marcos sobresale Spinoza al señalar con el recurso geométrico que Dios es y forma parte del universo.

Atrevida idea que el filósofo judío reitera en su correspondencia con los principales pensadores de su tiempo. Descartes (1596-1650) fue uno de ellos. Y todos debieron ser prudentes en la formulación de ideas que aludían a instituciones y credos que a la sazón preferían planteamientos y dogmas envejecidos.

En algún futuro quizás ampliaré ideas sobre los aportes de Spinoza. Como en otros temas decide el interés del lector.


 

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