Enlace Judío – El primero un poeta —avecindado en México, proveniente de Lodz, muerto en su nueva patria en el año de 1957— trastocó su horizonte, el conocido, el íntimo, el personal por la incertidumbre de nuevos derroteros. La situación apremiante de Europa lo trasladó –como a muchos de sus congéneres—al Nuevo Mundo, en este caso a México, la Nueva España alguna vez.

El poeta polaco paso a paso conoció a los habitantes de su nuevo hogar, en su mayoría, gente desposeída por la fortuna, o por el hombre mismo. Los contrastes marcaron su alma e inspiraron su pluma, en específico su celebrado poema Contrastes.

En Shtot fun palatzn, en Ciudad de los Palacios lo mismo se habla de la tortillera, del mariguano, del bolero, de Tepito, que de la clase alta: de los contrastes de antaño, tristemente de hogaño. Pronto aprendió a cantarle a la Ciudad de México, antigua Tenochtitlan, donde de su centro emergen iglesias, conventos, casas construidas de mármol, piedra. Y ahora a los que vamos: de manera inesperada en La Ciudad de los Palacios, encontramos una dedicatoria como para pensarla: Itzjok (Isaac) Berliner dedica a don Salomón Hale, un poema de largo alcance, de frases largas, recitativas, como se hablan los amigos.

Y hablando de amigos –nos preguntamos— ¿Acaso Hale, el peletero quien tenía su despacho en la calle de Uruguay, en el centro de la ciudad— fungió como mecenas del poeta judío que apenas ganaba para sobrevivir, poeta laureado por su obra, cuya obra, hoy día es traducida a incontables idiomas? Lo ignoramos, e ignoro quién pueda contestar a dicha pregunta, pero de que eran amigos, lo eran.

Cantarle a la ciudad de México

Hablando de Berliner, a mis ojos, se ha vuelto un imprescindible, quien a través de sus versos –su materia prima— las nuevas generaciones logran penetrar a un mundo que fue, y que, a pesar del paso del tiempo, por desgracia, continúa.

Contrastes, poemario icónico, es materia prima de literatos, sociólogos, historiadores y por qué no, de anticuarios, de amantes del arte, a veces coleccionistas, a veces mecenas, acaso asiduos visitantes de los museos, abundantes, además de diversos. En dicho sorprendente poemario, para nuestro asombro, hallamos el retrato de Berliner, realizado por el poliédrico artista Diego Rivera.

Entre paréntesis, don Salomón Hale, al morir legó cinco Riveras a sus hijos Eduardo, Rosalia y Charles: La catedral de Ávila, La pata de Pedro, La virgen de la Cabeza, El paisaje de Le Piquey y El Agustín. Por su parte, doña Lola Olmedo fue mecenas de Diego. Como anécdota, George Gershwin adquirió obra de Siqueiros.

Cabe mencionar, asimismo, que Berliner se hizo amigo de Diego Rivera. Ambos, miembros del Partido Comunista, amigos y compinches, crearon a la limón La Ciudad de los Palacios, joya entre las joyas, obra embellecida con la ilustración del llamado “Sapo-rana”, una de las figuras señeras del arte mexicano, imponente figura del muralismo, hoy día con cien años de historia, movimiento pictórico enriquecido por artistas sobresalientes, como Fanny Rabel, Frida Kahlo, María Izquierdo; como Tamayo, Siqueiros y Orozco.

La simbiosis Berliner/Hale

Berliner, imaginamos, caminó a la vera de don Salomón, quien habitó una residencia en avenida Reforma. Hombre de gusto refinado, además de culto, al pisar Veracruz, hablaba varios idiomas: alemán, ruso, español e inglés. Recalcamos que Berliner, a modo “de regalo”, dedica Herencia: migajas de Anáhuac a su amigo Salomón Hale.

Obviamente, la simbiosis Berliner/Hale dio pie al poema que describe de manera acuciosa, la naturaleza del migrante, quien en 1921 se asentó en su nueva patria, echando raíces. Su afición por el pasado lo ancló a su nueva patria a través de objetos señeros, plenos de significado.

El poeta, minuciosamente, palabra a palabra reconstruye a su amigo, hombre atípico, coleccionista avecindado en México, quien lanza su mirada al pasado, fuente de placer estético: lo mismo goza de un portón trabajado con finura, que de los relieves y esculturas que pueblan los monasterios.

Como si más allá de cualquier credo, el arte hermana a los dispares, más a los semejantes en afición. A Hale, “descubridor de secretos”, nada ni nadie frustró su obsesiva afición. De acuerdo a Berliner los cantos de antiguas tribus, satisfacían a su admirado amigo “más que la sinfonía novena de Beethoven”.

El poeta y el coleccionista

Berliner, al fin poeta, vibra con la música de epígonos de la música, de la poesía; Hale, amante del arte, vibra con lo visual, como si lo contemplado fuera de tu propiedad. El poeta, empapado en la historia previa y posterior a la llegada de los hispanos, describe el horror: el de los sacrificios humanos; el de la conquista, materia prima del “ poema regalo” que logró hermanar a los amigos venidos de Polonia: el poeta, tras rescatar a aztecas y nahuas, retoma a don Salomón Hale y lo pinta de cuerpo entero:

Hay quienes, como tú –le dice– de temperamento tranquilo, pasan el tiempo acumulando el pasado: lo mismo se conmueven con una pirámide, que con un guijarro, a tus ojos amuleto de hondo significado.

Efectivamente: todo mira y contempla por verdadero amor arte. Como epílogo, Berliner se refiere a la infancia del admirador del pasado, del Anáhuac, incluso de “guijarros oxidados de antiguos monasterios”. Tanto el poeta, como su objeto, digamos de “estudio”, comparten un destino de quienes dejaron atrás su infancia en lejanos lares.

El poeta y el coleccionista –pensamos– se remontan a la infancia, fuente de riqueza infinita.

Bibliografía: Berliner, Isaac, Shtot fun palatzn, México, ed. Der Veg,1936. Óscar Cid de León, V/ 6x, 28 dic. diciembre 2012. https: // blogs.fad.unam.mx


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