Enlace Judío- “Tomar el té en compañia es el alma de la cultura marroquí y de los nómadas”, me dice el periodista local que acompaña a nuestro grupo mexicano cuando entramos, al tono de los tambores y de los laúdes, a la cena de bienvenida.

Invitada por el Foro Económico de Dakhla en el Sahara, me entero de la importancia del té en la cultura de esta región.

En las casas marroquíes el té es símbolo de hospitalidad, siempre acompañado de galletas o dulces árabes. Es servido generalmente en jarrones plateados y en vasos multicolores que son un deleite a la vista.

Charola del té en Casablanca
Charola del té en Casablanca

El té en Marruecos se sirve con azúcar. No intentes buscar endulzantes, porque, en la plaza Jamaa El Fna de Marrakesh, las palabras “Splenda” o “Stevia” o “sweetener”- solo harán que el mesero te mire con una expresión de asombro. Igual a la tuya, cuando los encantadores de serpientes te intentan poner un reptil alrededor del cuello.

En una terraza, vasos altos, dentro de  los cuales se enredan los tallos de hierbabuena, esperan el chorro de agua hirviendo.

Pides leche de soya o de almendra  “Y eso, ¿qué es?”

Estás en África.

En el desierto del Sahara, el té es un ritual

Para los saharauis, ofrecer té es un gesto de generosidad y aceptarlo es de cortesía. Sentados sobre el suelo en círculo, en sus pequeñas casas de adobe, anfitriones y huéspedes disfrutan de conversaciones lentas aderezadas con sorbos de un té que inexplicablemente, aunque caliente, quita la sed del desierto.

Hay una persona que es la encargada de hacer este ritual y le denominan “al-quiam”. Además de preparar concienzudamente el té, debe tener una buena capacidad de oratoria, tener buen aspecto y buena educación. Supone todo un honor para él realizar esta ceremonia.

En la cena que nos ofrecen, el quiam, vestido de un suntuoso atuendo azul y dorado, amén de su turbante, está sentado en el suelo decantando el té. Le pregunto la receta y me invita a sentarme. Me cautivan sus rasgos exquisitos, sin edad, y su piel tan oscura  que parece azulada.

Me explica lo que hace en un idioma que nada tiene que ver con el árabe que conozco.

Así que miro sus manos e intento entender la mecánica del ritual. Pero me hipnotiza el blanco de sus ojos y esta sonrisa que no alcanzo a descifrar. Y la contradición que supone para una occidental: un hombre viril haciendo el té.

Los tres tés

Al ritual del té lo denominan “yimat attay attalata” que significaría, literalmente, “La tercera reunión del té”.

Según la tradición saharaui hay que tomarse tres tés consecutivamente: el primero es amargo como la vida, el segundo dulce como el amor y el tercero suave como la muerte.

Por eso el té saharaui define tan bien la esencia de su pueblo.

Un pueblo que, incluso en  la Constitución del Rey de 2011, reconoce la diversidad de la identidad marroquí. Una de ellas es la bereber o amazig, la cual se mezcló con la judía. En un artículo de Le Point, Mohamed Kenbib, director del Instituto Real por la Investigación de la Historia de Marruecos, escribe: “La presencia de judíos en el país, que se remonta a más de 2.000 años,  estuvo marcada en la antigüedad por un proceso de “berberización de los judíos y judaización de los bereberes”. Los judíos continúan usando nombres que suenan bereberes hoy”.

Según la conservadora del Museo del Judaísmo Marroquí, Zhor Rehihil, “el judaísmo marroquí es una mezcla del judaísmo local berber, amazig, porque el judaísmo marroquí no es sólo sefaradí, no es sólo andaluz. Cuando los andaluces, cuando los judíos andaluces sefaradíes fueron expulsados de la Península Ibérica, después de la caída de Granada en 1492 y llegaron a Marruecos, se encontraron con que aquí ya había una comunidad local judía, hebraica, que hablaba amazig, judíos berberes locales, que llamamos “Toshavim”, que quiere decir “los locales”. Mientras que a aquéllos que vinieron de Andalucía, o de España, los llamamos “Megorashim”, que quiere decir “los expulsados”.

Y es en este idioma, el amazig, que escucho la receta del té.

La receta del té saharaui

El  Quiam echa  agua en una tetera (berred) que calientan con brasas de carbón vegetal. En ella vierte medio vaso de té, aunque la primera ración será desechada por ser demasiado amarga.

Vuelve a verter agua en la tetera con té y esta vez echan bastante azúcar. Cuando hierve, el té será escanciado en unos pequeños vasos (kisan).

El primer vaso se decantará  en el segundo y así, varias veces hasta conseguir la espuma deseada y el sabor idóneo. Su color dorado, su espuma blanca, su abrasante calor, sus virutas de hierbas al final del vaso, su dulzura extrema, todo hace que el té saharaui lo tiene todo para enamorarte del momento.

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