Enlace Judío – Trastorno Obsesivo Compulsivo, diría cualquier psicólogo, psiquiatra, neurólogo o hasta lingüista. “No”, podría contestar el judío. “Sólo sucede que mi abuelo era yeke”, agregaría. Y entonces habría que explicarle al doctor sobre los hábitos tan estrictos y disciplinados de los judíos alemanes.

El Talmud nos ofrece una gran cantidad de relatos que nos pintan de cuerpo entero cómo funciona la lógica judía. Lo interesante es corroborar que la gran mayoría de la gente no judía puede encontrar dichos relatos como algo verdaderamente bizarro, absurdo; en cambio, a nosotros nos parecen de lo más normal porque siempre nos remiten a algún familia. “Claro, así contestaba mi tío Piñe”, dirá más de uno.

Veamos un ejemplo de lo más típico, si bien el relato es poco conocido. En Pirke Avot 5:6 tenemos el siguiente párrafo (las frases entre paréntesis son aclaraciones rabínicas que no son parte del texto original, pero que nos ayudan a entender a qué se refiere lo que sí está escrito):

“Diez cosas fueron creadas en vísperas de Shabat durante la penumbra, y son estas: la boca de la tierra (que tragó a Koraj), la boca del pozo (que siguió a Miriam en el desierto), la boca del burro (que habló a Bilam), el arcoíris (de Noaj), el Man, la vara de Moshé, el Shamir, las letras (de las Tablas del Pacto), la escritura (ídem), y las Tablas (del Pacto). Y otros dicen: también los demonios, la tumba de Moisés, el carnero de Abraham Avinu. Y otros dicen: y unas tenazas”.

Detrás de esta reflexión subyace una observación muy profunda que pocas veces se asoma en nuestra cabeza: el texto bíblico nos habla de la Creación en seis días, pero la realidad es que nos da una lista muy limitada —es decir, incompleta— de las cosas que fueron creadas. Básicamente, se remite al mundo vegetal y animal, concluyendo con la creación del ser humano.

Pero hay un montón de cosas más que no están allí mencionadas, y el Talmud trata de resolver el dilema. Por eso señala que en la víspera de Shabat D-os todavía se encargó de crear varias cosas sin las que el mundo no estaría completo. Llama la atención que sea justo la víspera de Shabat. Es decir, en el último momento. El ser humano fue creado en el sexto día, pero antes de que comenzara el reposo sagrado D-os todavía tuvo que completar una lista de pendientes que no podían quedarse para la siguiente semana.

Por supuesto, no se trata de cosas cualquiera, sino de objetos que juegan un papel importante en el relato bíblico y que, por lo mismo, reciben en este párrafo de la Mishná una categoría especial. La lista es muy clara y muy lógica: la boca de la tierra que se tragó a Koraj, el pozo que siguió a Miriam durante el Éxodo, la boca del burro que reprendió a Bilam, el arcoíris de Noaj, el Man (maná), la vara de Moshé que se convirtió en serpiente, el Shamir (gusano que podía partir las piedras más duras y que, según la tradición, fue indispensable para la construcción del Templo de Salomón), y todo lo relacionado con las Tablas de la Torá que Moshé recibió en Sinaí (letras, escritura y las tablas mismas).

Pero no todo es lindo en la vida y, seguramente, por esa razón no faltó algún rabino avispado que preguntara de dónde carambas salieron los demonios. Bueno, pues alguien los metió también en el sexto día, junto con todas las curiosidades anteriores. Y ya encarrerados, pues de una vez la tumba de Moisés y el carnero que Abraham sacrificó en lugar de su hijo Itjzak.

Y unas tenazas.

¿Por qué unas tenazas? ¿Qué pueden tener de interesante o destacado unas tenazas? ¿En qué sentido unas tenazas pueden estar a la misma altura que la tierra que se tragó a Koraj, el pozo de Miriam, el arcoíris de Noaj, la boca del burro que regañó a un profeta rebelde, el man, la vara de Moshé, las Tablas de la Torá, el carnero de Abraham, la tumba de Moshé y hasta los mismísimos demonios?

¿Qué tienen de especial unas tenazas, al punto de que D-os mismo las hiciera desde la semana misma de la Creación?

Contestan nuestros lúcidos rabinos, tan atentos y fijados, y tan hábiles con la lógica elemental: las tenazas son de metal, y el metal sólo se puede trabajar fundiéndolo. Pero no puedes fundir el metal sólo con tus manos, por lo que para manipular el metal fundido, necesitas unas tenazas. O sea, para hacer unas tenazas, necesitas otras tenazas. ¿Cómo iba Adán —o quien fuese— a hacer las primeras tenazas, si no tenía otras tenazas para ello?

Ah, menudo lío. Luego entonces, las primeras tenazas las tuvo que haber creado D-os mismo desde el mismísimo inicio de la Creación.

Filosóficamente, es a lo que se la llama la Causa Primera. Sin unas tenazas primeras, no hay más tenazas a lo largo de la historia.

Ya te puedes imaginar la escena en el Edén: Adán contemplando todo lo que D-os ha creado, viendo animales que van y vienen por aquí y por allá, paisajes deslumbrantes y hermosos hasta lo indecible y, de repente, junto a la cabecera de su cama, unas tenazas. Luego, la pregunta obligada:

—Eh… y eso… ¿qué es?

—Se llaman tenazas.

—Y… ¿para qué son?

—Cuando necesites otras tenazas, lo sabrás.

Desde entonces (no sé si eso significa que desde que D-os le explicó a Adán lo de las primeras tenazas, o si desde que alguien escribió semejante cosa en el Pirké Avot), la lógica judía tiene el sensacional talento de fijarse en los detalles aparentemente nimios, pero que en realidad pueden convertirse en un verdadero problema.

Como en el chiste del tendero que descubre a su esposa acostada con su empleado en el sofá que hay en la parte trasera de la tienda, y entonces va a quejarse con el rabino. El rabino, naturalmente, le pregunta si va a pedir el divorcio.

—¡Imposible! Mi esposa es el centro de la vida en mi casa. No puedo vivir sin ella.

—¿Entonces vas a despedir a tu empleado?

—¡Imposible! Él es quien realmente mueve mi negocio. Es el vendedor más hábil que usted pueda imaginar. No puedo seguir adelante con mi tienda sin él.

—Bueno, entonces no sé qué aconsejarte. Me dejas sin opciones.

El atribulado hombre se despide del rabino y se va a su casa. Desolado, sin respuestas. Una semana después, el rabino se lo topa en la calle y lo ve de lo más feliz y contento. Lo aborda y le dice:

—Me queda claro que no pediste el divorcio, porque no me llamaste para tramitar el Get. ¿Despediste a tu empleado?

—Por supuesto que no.

—Pero te veo muy tranquilo, como si tus problemas se hubiesen resuelto.

—Es que se resolvieron. Todo está bien ahora.

—¿Pues qué hiciste? ¿Cómo lo solucionaste?

—Regalé el sofá.

El mundo sería más fácil, más sencillo, si todos tuviésemos esa lógica talmúdica. Y no es broma. La del Talmud es la lógica de quien se fija en los detalles pequeños. Los relatos tal vez sean chuscos, cómicos o hasta payasos, pero su mensaje final es demoledor e importante: antes de hacer un drama por las cosas complicadas de la vida, fíjate en las cosas sencillas. Tal vez es allí donde hay una respuesta que no has contemplado, y tal vez eso significa que no necesitas hacer tantos movimientos con tu vida entera.

Se trata, nada más, de que aprendas a poner atención.

La frase de Hillel El Grande sigue exactamente esa misma lógica: No hagas a los demás lo que no quieras que hagan contigo.

¿Te das cuenta? Si todo el mundo hiciera eso y sólo eso, no existirían los problemas propios de la política. No habría guerra en Ucrania, no habría hambre en África, no habría violaciones a los derechos humanos en ningún lugar del mundo.

Y pensar que se tuvo que escribir todo el Talmud para decirnos algo tan sencillo.

Y pensar que el mundo es tan grande y tan vasto, y todavía no entendemos lo más pequeño de todo.


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